Hoy estamos en condiciones
de percibir esa decadencia, que se manifiesta de diversos modos en las dimensiones institucionales, políticas,
económicas, culturales, éticas, en los hábitos cotidianos del ciudadano de a pie, en los medios de
comunicación (en forma sobresaliente, en la televisión). Nada de ello anuncia
una catástrofe, al menos para el corto plazo; pero las grietas del edificio de la cultura
burguesa son ya indisimulables. Todo ello es detectado por el informe del National Intelligence Council (NIC, en
castellano: Consejo Nacional de Inteligencia), la oficina de análisis y de
anticipación geopolítica y económica de la Central
Intelligence Agency (CIA, en castellano: Agencia Central de Inteligenica),
ya comentado anteriormente por Ignacio Ramonet. Agrega ahora:
La CIA toma tan en serio
este nuevo tipo de amenazas que, finalmente, el declive de Estados Unidos no
habrá sido provocado por una causa exterior, sino por una crisis interior: la
quiebra económica acaecida a partir de 2008. El informe insiste en que la geopolítica
de hoy debe interesarse por nuevos fenómenos que no poseen forzosamente un
carácter militar. Pues, aunque las amenazas militares no han desaparecido
(véase las intimidaciones armadas contra Siria o la reciente actitud de Corea
del Norte y su anuncio de un uso posible del arma nuclear), los peligros
principales que corren hoy nuestras sociedades son de orden no-militar: cambio
climático, conflictos económicos, crimen organizado, guerras electrónicas,
agotamiento de recursos naturales...
Debo
pedir que se me acepte el abuso de citas del doctor Jorge Beinstein, esta vez
del artículo que publicó casi un año después, en el que vuelve sobre el
concepto de decadencia con algunas precisiones muy interesantes: Pensar la decadencia: El concepto de crisis
a comienzos del siglo XXI (Rebelión 13-6-2005). Muestra en éste una
maduración y una profundización que nos aportan conceptos imprescindibles para
nuestro pensamiento. Si mi insistencia requiere alguna justificación, diré que
no es usual en la información pública —aun en aquella de los mensuarios, en los
que escriben especialistas, analistas, académicos— el tratamiento de este tema, fundamental para
comprender los tiempos que actuales, con una mirada tan abarcadora. Se puede
leer, por regla general, una descripción circunstancial que tiende a disimular
la verdadera gravedad del problema.
Nos
ofrece un tratamiento terminológico (semántico) para mostrar cómo se han
utilizado los diversos significados del
vocablo crisis:
El concepto de crisis es
extremadamente ambiguo, ha tenido múltiples usos, muchas veces contradictorios.
A lo largo del siglo XX, ha gozado de períodos de enorme popularidad, en
contraste con otros, en los cuales su existencia futura, como fenómeno social
de amplitud y duración significativas, era casi descartada. Así ocurrió hacia
finales de la era keynesiana, en los lejanos años 1960 y aún muy al comienzo de
los 1970. En esa época, el mito del estado burgués regulador, domesticador de
los ciclos económicos, hacía que un economista prestigioso en esa época como J.
M. Marchal señalara, en 1963, que "en el estado actual de los
conocimientos y de las ideas, una crisis prolongada sería imposible".
Ya
quedó dicho antes: los años gloriosos (1945-1975), según la denominación de
varios investigadores, habían creado la falsa imagen de un capitalismo superador
de la crisis, en una etapa de un crecimiento y una distribución de riquezas que
lo convertía en un sistema casi ideal. Ello se refleja en la cita de Marchal,
que descarta la recurrencia de este tipo de acontecimientos. Y, sin embargo, se producen…, se podría
decir parafraseando a Galileo. Esto tenía una historia previa:
Pero antes de la Primera Guerra
Mundial en plena hegemonía del liberalismo y de la ideología del progreso (que
muchos suponían indefinido), también era subestimada la idea de crisis,
arrojada al museo de antigüedades anarquistas y marxistas catastrofistas. Pero
el paraíso se derrumbó en 1914. Y más recientemente en los años 1990, sobre
todo en el segundo lustro, en pleno delirio bursátil, la prosperidad de Estados
Unidos solía ser presentada como el modelo del futuro, la matriz de un
capitalismo que finalmente había logrado desatar una dinámica de crecimiento
imparable durante un larguísimo período. Se nos explicaba que la revolución
tecnológica hacia subir los ingresos y en consecuencia la demanda, incitando a
más revolución tecnológica, aumentando la productividad laboral y generando
nuevos ingresos, etc. etc. Pero el círculo virtuoso de las tecnologías de punta
ocultaba al círculo vicioso de la especulación financiera que terminó por
carcomer completamente a la mega fortaleza del capitalismo global. Ese frenesí
neoliberal de los 90 fue bendecido en sus comienzos por personajes como Francis
Fukuyama, quien nos informaba que estábamos entrando no solo en una era sin
crisis significativas, sino en el mismísimo "fin de la historia"
(Fukuyama F.[1],
1990).
[1] Politólogo estadounidense (1952), graduado en Harvard, con estudios
posteriores en las universidades de Cornell y de Yale. En la actualidad, es
miembro del Consejo Presidencial sobre Bioética, y catedrático Bernard L.
Schwartz de Economía Política Internacional en la School of Advanced International Studies, Universidad Johns Hopkins,
en Washington, DC.
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