miércoles, 1 de agosto de 2012

Pinceladas sobre la democracia y el capitalismo VIII


 El peso de la tradición cultural en un pueblo que ha sido sistemáticamente adoctrinado en ser “los mejores del mundo”, de haber construido un sistema institucional “con oportunidades para todos” en el cual la utopía del “self-made-man” (“el hombre que ha llegado a su excelente posición actual por sus propios esfuerzos”) y que se ha convertido en un paradigma de una supuesta “sociedad sin clases sociales”, se encuentra en serias dificultades para aceptar lo que está pasando. Un pueblo tan religioso como ese debería recordar que “cuando veas afeitar a tu vecino pon tus barbas en remojo”. Por ello dice Harold Meyerson:
«Sin embargo, todo esto parece muy extraño. La idea de que se produce un conflicto entre nuestros sistemas económico y político resulta difícil de aceptar, y no sólo en los Estados Unidos. También en Europa se ha asumido que democracia y capitalismo (al menos el capitalismo social europeo) van de la mano. Así es, en buena medida, debido a que ambos sistemas prosperaron en aparente armonía durante las tres décadas que siguieron a la II Guerra Mundial. Los beneficios aumentaban a medida que subían los salarios y se desarrollaban las prestaciones sociales. Pero, ¿y si esa paz de los 30 años hubiera sido la excepción a un estado más corriente, el del conflicto entre los mercados y el pueblo?».
Pregunta letal que introduce una duda corrosiva en el pensamiento dominante: “Los treinta años gloriosos fueron sólo una excepción”. Sin embargo, esa duda no es sólo una ocurrencia del columnista, por tal razón, para avalar lo que está diciendo, recurre a la argumentación que expone Wolfgang Streeck, director gerente del instituto Max Planck para el “Estudio de las Sociedades”, en el número de septiembre-octubre [2011] de la revista estadounidense “New Left Review”. En ella sostiene que:
«Desde mediados de la década de 1970, los gobiernos han tenido que estirarse para satisfacer las exigencias en conflicto de ambos sistemas. En los 70, los gobiernos acometieron políticas inflacionarias para ayudar a los trabajadores cuyos salarios habían dejado bruscamente de subir. En los años 80, los gobiernos, guiados por Ronald Reagan y Margaret Thatcher, se inclinaron del otro lado, aumentando los tipos de interés y el desempleo y ayudando a destruir los sindicatos. En los años 90 se urdió un compromiso fatídico. Al objeto de compensar el estancamiento de los ingresos, se disparó la deuda privada, y los propietarios de viviendas y los consumidores recurrieron al crédito extendido por las instituciones financieras desreguladas. La deuda pública se contrajo (los Estados unidos tenían presupuestos equilibrados a finales de los 90). Tras el derrumbe de 2008, se ha invertido esa dinámica: en todas partes los gobiernos asumieron la deuda que sus ciudadanos ya no podían afrontar por medio de la financiación con déficit, al objeto de contrarrestar la Gran Recesión».
Ha llegado la hora del ataque de “los mercados”. Ironiza: «Napoleón no pudo conquistar toda Europa, pero aún puede ser que Standard & Poor´s, sí». El conjunto de argumentos que ha expuesto lo llevan a una reflexión final:
«Están surgiendo conflictos entre capitalismo y democracia por todos lados. Y puede que los europeos — y hasta los norteamericanos —  tengan pronto que encarar una pregunta que no han considerado desde hace muchísimo tiempo, si es que alguna vez lo han hecho: ¿de qué lado están?» (subrayados RVL).
El gran debate oculto por el modo de informar de los grandes medios es el que debe apuntar en la búsqueda de algunas respuestas: ¿La crisis financiera desatada en el 2007-8 fue un accidente natural, no previsible? De no ser así las causas que llevaron a esa riesgosa jugada especulativa ¿debe tener culpables? ¿Si los tiene quiénes son y dónde estás ahora? Porque es posible, o más aún evidente, que todos o una parte de ellos, sigan estando ubicados en puestos que puedan volver a provocar algo similar.
Pero, aun si no puede hablarse de culpables, — ruego se me admita esta ingenuidad— ¿No serán sus ideas, sus convicciones, su modo de entender los problemas y proponer sus soluciones lo que ha llevado a este estado de cosas, del que todavía estamos lejos de salir? ¿Pueden las viejas ideas ser respuestas a los nuevos problemas? Algo que no debe dejarse pasar sin seria crítica es la idea de que como estamos en crisis es mejor seguir con las mismas personas hasta que amaine el temporal. Eso es en gran medida lo que está sucediendo.

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