El peso
de la tradición cultural en un pueblo que ha sido sistemáticamente adoctrinado
en ser “los mejores del mundo”, de haber construido un sistema institucional
“con oportunidades para todos” en el cual la utopía del “self-made-man” (“el hombre
que ha llegado a su excelente posición actual por sus propios esfuerzos”) y que
se ha convertido en un paradigma de una supuesta “sociedad sin clases
sociales”, se encuentra en serias dificultades para aceptar lo que está
pasando. Un pueblo tan religioso como ese debería recordar que “cuando veas
afeitar a tu vecino pon tus barbas en remojo”. Por ello dice Harold Meyerson:
«Sin embargo, todo esto parece muy extraño. La idea de que se produce un
conflicto entre nuestros sistemas económico y político resulta difícil de
aceptar, y no sólo en los Estados Unidos. También en Europa se ha asumido que
democracia y capitalismo (al menos el capitalismo social europeo) van de la
mano. Así es, en buena medida, debido a que ambos sistemas prosperaron en
aparente armonía durante las tres décadas que siguieron a la II Guerra Mundial.
Los beneficios aumentaban a medida que subían los salarios y se desarrollaban
las prestaciones sociales. Pero, ¿y si esa paz de los 30 años hubiera sido
la excepción a un estado más corriente, el del conflicto entre los mercados y
el pueblo?».
Pregunta
letal que introduce una duda corrosiva en el pensamiento dominante: “Los
treinta años gloriosos fueron sólo una excepción”. Sin embargo, esa duda no es
sólo una ocurrencia del columnista, por tal razón, para avalar lo que está
diciendo, recurre a la argumentación que expone Wolfgang Streeck, director
gerente del instituto Max Planck para el “Estudio de las Sociedades”, en el
número de septiembre-octubre [2011] de la revista estadounidense “New Left
Review”. En ella sostiene que:
«Desde mediados de la década de 1970, los gobiernos han tenido que estirarse
para satisfacer las exigencias en conflicto de ambos sistemas. En los 70, los
gobiernos acometieron políticas inflacionarias para ayudar a los trabajadores
cuyos salarios habían dejado bruscamente de subir. En los años 80, los
gobiernos, guiados por Ronald Reagan y Margaret Thatcher, se inclinaron del
otro lado, aumentando los tipos de interés y el desempleo y ayudando a destruir
los sindicatos. En los años 90 se urdió un compromiso fatídico. Al objeto de
compensar el estancamiento de los ingresos, se disparó la deuda privada, y los
propietarios de viviendas y los consumidores recurrieron al crédito extendido
por las instituciones financieras desreguladas. La deuda pública se contrajo
(los Estados unidos tenían presupuestos equilibrados a finales de los 90). Tras
el derrumbe de 2008, se ha invertido esa dinámica: en todas partes los
gobiernos asumieron la deuda que sus ciudadanos ya no podían afrontar por medio
de la financiación con déficit, al objeto de contrarrestar la Gran Recesión».
Ha
llegado la hora del ataque de “los mercados”. Ironiza: «Napoleón no pudo
conquistar toda Europa, pero aún puede ser que Standard & Poor´s, sí». El
conjunto de argumentos que ha expuesto lo llevan a una reflexión final:
«Están surgiendo conflictos entre capitalismo y democracia por todos
lados. Y puede que los europeos — y hasta los norteamericanos — tengan pronto que encarar una pregunta que no
han considerado desde hace muchísimo tiempo, si es que alguna vez lo han hecho:
¿de qué lado están?» (subrayados RVL).
El gran
debate oculto por el modo de informar de los grandes medios es el que debe
apuntar en la búsqueda de algunas respuestas: ¿La crisis financiera desatada en
el 2007-8 fue un accidente natural, no previsible? De no ser así las causas que
llevaron a esa riesgosa jugada especulativa ¿debe tener culpables? ¿Si los
tiene quiénes son y dónde estás ahora? Porque es posible, o más aún evidente,
que todos o una parte de ellos, sigan estando ubicados en puestos que puedan
volver a provocar algo similar.
Pero, aun
si no puede hablarse de culpables, — ruego se me admita esta ingenuidad— ¿No
serán sus ideas, sus convicciones, su modo de entender los problemas y proponer
sus soluciones lo que ha llevado a este estado de cosas, del que todavía
estamos lejos de salir? ¿Pueden las viejas ideas ser respuestas a los nuevos
problemas? Algo que no debe dejarse pasar sin seria crítica es la idea de que
como estamos en crisis es mejor seguir con las mismas personas hasta que amaine
el temporal. Eso es en gran medida lo que está sucediendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario