Ya quedó dicho que la posible quiebra del sistema capitalista es para
muchos habitantes del Primer Mundo una tesis caduca, resultado de un marxismo
que había demostrado palmariamente, con la caída del mundo soviético, sus
profundos errores de análisis y diagnóstico, también debemos recordar que hasta
principios de este siglo sectores importantes de las clases altas y medias de
la periferia acompañaron y, en gran medida siguen haciéndolo, estas
convicciones. Es que los prejuicios bien arraigados, sobre todo cuando son
machaconamente repetidos por la prensa concentrada, son muy difíciles de
erradicar. Es lo que hemos estado viendo en páginas más arriba. Los sobresaltos
de conciencia que producen algunas declaraciones de personajes eminentes del
establishment.
Me voy a detener ahora en una nota recientemente publicada (19-7-2012)
en el importante periódico La Jornada de México[1]
por un profesor destacado de la Universidad Nacional Autónoma de México, Alejandro
Nadal[2],
quien aborda el mismo tema que Nouriel
Roubini, pero poniendo el centro de sus análisis en el concepto de crisis. Si las que se han producido son
un mero fallo del mecanismo de mercado que requiere algunas reparaciones o si,
por el contrario, éstas son consecuencias necesarias del modo en que se
relacionan la producción, el trabajo y la distribución de la riqueza. La primera tesis es la que sostiene
desde hace muchas décadas la ortodoxia
académica que justifica y legitima
ideológicamente el orden imperante.
El profesor Nadal está más cerca de la segunda tesis y, para entrar en
el análisis comienza preguntándose:
«¿Cuándo fue la última vez
que una economía capitalista se mantuvo en expansión y en armonía social?
Parece que hay que hacer un buen ejercicio de memoria porque no es fácil
recordar semejante episodio de placidez. Y sin embargo, en el imaginario
social perdura la creencia de que en una época perdida que habría que
recuperar, el capitalismo pudo hacer entrega de buenos resultados. Quizás
el anhelo profundo del ser humano es ese mundo de paz, bienestar y justicia. Pero
esa aspiración no significa que ese mundo anhelado sea posible bajo la feroz
regla del capital. La historia del capitalismo revela un proceso de
continua expansión y eso ha sido interpretado como señal de éxito. En esa misma
historia hay una nutrida sucesión de episodios de contracción y descalabro.
Es como si la crisis incesante fuera el estado natural del capitalismo».
Para sostener su afirmación destaca situaciones reales, históricas, que
se han producido en los últimos siglos, sobre todo a partir de la Revolución
industrial del siglo XVIII. Aparecen una serie de acontecimientos que han sido
presentados por los manuales de Historia Económica como accidentes inevitables,
muchas veces imprevisibles, como si se tratara de fenómenos climáticos o
geológicos, ajenos a la voluntad humana. La lista de crisis traumáticas que se
han producido dentro de esa historia: especulación financiera, la caída de la
demanda provocada por recortes salariales, exceso de capacidad instalada ante
las caídas de las ventas, etc. En la mayor parte de estos casos las consecuencias:
desempleo y empobrecimiento, destrucción y guerras dejaron profundas cicatrices
pronósticos sombríos para una parte muy importante de los habitantes del
planeta.
Se refiere a los años del «mítico periodo glorioso del capital» como un
argumento algo endeble. Se detiene en el siglo XX, fundamentalmente en el
período 1920-21 cuando se presenta una crisis deflacionaria[3]
que precedió a la Gran Depresión. Estos procesos marcaron muy profundamente a
los actores económicos de la historia económica y política de la primera mitad
del siglo.
«Después de la Segunda Guerra
viene la llamada época dorada de expansión capitalista. Esa fase (1947-1970)
estuvo sostenida por circunstancias excepcionales e insostenibles: la demanda
de la reconstrucción de postguerra y del consumo postergado desde la crisis de
1929. La era dorada duró poco: a fines de los sesenta comienza el agotamiento
de oportunidades rentables para la inversión. En 1973 concluye el crecimiento
de los salarios y arranca la crisis de estancamiento con inflación, la misma
que desemboca en el alza brutal de las tasas de interés y desencadena la crisis
de los años 80 a escala mundial. En América Latina nos acostumbramos a decir la
década perdida de los 80. Olvidamos que en los países centrales la crisis se
había gestado precisamente en la era dorada. La crisis de los 80 le pega a todo
el mundo».
Las lecturas precedentes nos colocan ante la necesidad de
aceptar el desafío de las dudas frente a tantas certezas ciegas que hoy campean
por el escenario internacional. La severísima crisis en la que está sumida la
vieja Europa, la desaprensión social con que se aplican lo que se supone son
las medidas para superarla, cuando se va a cada paso que todo empeora, no
permite una actitud que se desentienda de las consecuencias que van apareciendo
que, en un mundo globalizado, no deja lugar del mundo sin afectar, en mayor o
menor medida.
[1] Es
uno de los principales periódicos mexicanos de circulación nacional, fundado el
19 de septiembre de 1984 por Carlos Payán. Ocupa el cuarto puesto nacional en
tiraje y el tercero en el Distrito federal. La versión en línea apareció en
1995 y permite un acceso libre a todos los contenidos. Desde su aparición, su
página web se aloja; mediante contrato comercial, en la Universidad Nacional
Autónoma de México.
[2] Es un
economista mexicano, Doctor en Economía por la Universidad de París X,
actualmente es profesor e investigador de su especialidad en el Centro de Estudios
Económicos del Colegio de México en las áreas de Teoría Económica Comparada y Economía
del Cambio Técnico.
[3] En
economía se llama deflación a la baja
generalizada y prolongada (como mínimo, dos semestres según el FMI del nivel de
precios de bienes y servicios. Es el fenómeno contrario al de la inflación.
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