Al colocar dentro de un marco específico: la sociedad capitalista, ahora
en su etapa posindustrial, la subjetividad adquiere sutilezas que debemos poder
detectar y explicitar. Si aceptamos lo ya dicho: Lo que instituye, materializa
y hace posible una sociedad, está dado por la estructura de unas relaciones sociales,
junto a la producción de universos de sentido que dice que "las cosas son
como son". El lenguaje coloquial menciona muchas veces lo que se denomina
el “sentido común” – agregando que es el “menos común de los sentidos”− para
hacer referencia a tantas ideas compartidas que no requieren mayor
aclaraciones. Si bien ese “sentido común” existe y trabaja cotidianamente, es
mucho más de lo que se dice con esa expresión. El concepto “imaginario social”
es más preciso y alude a un universo de cosas que escapan a la percepción del ciudadano de a pie pero que condiciona
todo su modo de percibir y pensar. Ese imaginario funciona, podría decirse,
subliminalmente, por debajo del umbral de la conciencia, pero es muy efectivo
en la producción de ideas y concepciones sobre el mundo exterior.
La sociedad de posguerra avanzó mucho en el conocimiento de los
mecanismos de producción de ese plexo de ideas, dedicó muchos recursos y
esfuerzos de investigación de sus mejores centros y universidades para someterlo a las necesidades de un poder que
se iba globalizando. Erich Fromm (1900-1980) escribía a mitad de los sesenta
del siglo pasado:
Las aplicaciones de la psicología se
han generalizado a partir del manejo del
consumidor y del trabajador, al manejo de todo el mundo, a la política.
Mientras la idea original de la democracia se basaba en el concepto del
ciudadano responsable y con ideas claras, en la práctica esto se distorsiona
cada vez más, por la utilización de los mismos métodos que se desarrollaron primero
en la investigación de mercado y en las “relaciones humanas”.
A esta denuncia debemos agregar el manejo de los medios de comunicación,
sobre lo que volveré en seguida. Avanza la Doctora Cucco:
Así, desde la articulación de un
universo de significaciones imaginarias sociales que operan como corrientes de
sentido, se puede regular el comportamiento de las gentes. La institución
familiar es un ámbito privilegiado para realizar, paso a paso, este
disciplinamiento de los comportamientos. Siempre, por lo tanto, todo lo que una
sociedad establece como real conlleva una carga imaginaria. Aquello asumido
como realidad social ("el empresario crea puestos de trabajo",
"siempre existieron los pobres", "esto es natural de las mujeres",
"los hombres son egoístas por naturaleza", etc., etc.) conlleva una
interpretación colectiva solidificada socialmente y arraigada en las
subjetividades.
El capitalismo es mucho más que un modo de producir y distribuir bienes
necesarios – y de los otros−. Para lograrlo fue introduciendo en la conciencia
colectiva valores y pautas de conducta que fueron transformando su
idiosincrasia. Utilizo este concepto en el siguiente sentido:
La idiosincrasia (del griego
"temperamento particular") es un conjunto de características hereditarias
o adquiridas que definen el temperamento y carácter distintivos de una persona
o un colectivo. Identifica las similitudes de comportamiento en las costumbres
sociales, en el desempeño profesional y en los aspectos culturales. Las
relaciones que se establecen entre los grupos humanos según su idiosincrasia
son capaces de influir en el comportamiento individual de las personas, aun
cuando no se esté convencido de la certeza de las ideas que se asimilan en
masa.
El proceso de este paulatino cambio que se fue dando en la Europa de los
siglos XVIII y XIX, a partir de la Revolución industrial, transformó a lo que
podemos denominar el hombre tradicional,
comunitario, fraterno, solidario, en un hombre
individualista y competitivo, que fue acentuando estas características de
su personalidad hasta aparecer consolidada en el siglo XX.
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