Tras los vericuetos
irónicos mediante los cuales el profesor Viñuela Rodríguez nos ha brindado una crítica a las intenciones
de borrar del sistema educativo a la filosofía y a las humanidades, recurro a
otro filósofo español, Santiago Alba Rico[1] (1960), que dispara sus armas
desde la misma trinchera. Cito, para ello, un artículo suyo publicado con el
título ¿Qué valor práctico tiene la
filosofía? En él, plantea la misma temática, aunque adopta una
argumentación de tono positivo, cuando responde la pregunta formulada:
La pregunta por el valor práctico de la filosofía es
la pregunta por el valor práctico de hacerse preguntas en un mundo que ofrece
sólo —al contrario de lo que se piensa— respuestas. El mundo mismo, de hecho,
tal y como está configurado, es una respuesta compleja que se anticipa a
preguntas que aún no se han hecho o que incluso no se pueden hacer. Pienso en el
mundo llamado “natural” o cosmos, que antes de presentar enigmas ante nuestros
ojos -las estrellas, por ejemplo- nos proporciona la luz del Sol, respuesta
atmosférica que nos permite vivir sin hacernos demasiadas preguntas. Pero
pienso también en el universo social, una membranosa red de respuestas
articuladas en la que ponemos el pie cada mañana sabiendo bien qué es lo que
tenemos que hacer: cómo vestirnos, de qué manera saludar, a quién respetar y,
más importante aún, de dónde proceden nuestros medios de subsistencia.
El filósofo Enrique Dussel[2] (1934) nos habla de nuestra
actitud habitual por la cual vivimos inmersos en un mar de hechos, cosas,
fenómenos, que se disuelven en la cotidianeidad. El extraerlos de ese horizonte
que se invisibiliza exige prestar atención. Si fijáramos nuestra mirada sobre
ellos, se “iluminarían” y despertarían nuestra curiosidad. El formular
preguntas sobre ello los convierte en problemas que piden respuestas. No es que
esto deba ser obligatorio, es un llamado de atención respecto de pararse ante
la vida con una actitud filosófica de
preguntar. Si no nos preguntamos, todo lo que nos rodea se mantiene
imperturbable en su estar allí. Es decir, no aparecen los problemas. Estos se convierten en tales, en tanto el hombre los
nombra. Es la pregunta la que genera
la transformación de lo habitual en problema. Ella es la causante de la
trasmutación de los objetos en cuestiones para pensar:
Es siempre así, y ha sido siempre así, lo más
habitual, lo que “llevamos puesto”, por ser cotidiano y vulgar, no llega nunca
a ser objeto de nuestra preocupación, de nuestra ocupación. Es todo aquello que,
por aceptarlo todos, pareciera no existir; a tal grado es evidente que, por
ello mismo, se oculta.
El entorno en el que vivimos, nuestro hábitat,
nuestro mundo cultural, está cargado de problemas que se mantienen ignorados,
en tanto no reparemos en su existencia. Es la presencia humana la que puede
correr el velo que invisibiliza la riqueza contenida en los temas vitales. Esto
llega a un grado sublime en Así habló
Zaratustra, del filósofo Friedrich Nietzsche[3] (1844-1900), cuando le hace
exclamar ante la salida del Sol:
«¿¡Qué
sería de tu felicidad si no tuvieras a aquellos a quienes iluminas!?».
Le recuerda al Sol que
su importancia está dada por la presencia humana. Sus rayos, que posibilitan la
vida, no serían reconocidos en su valor, de no existir el hombre que lo
expresa. La pregunta, un tanto extravagante para quien no frecuenta la
filosofía, evidencia lo que Dussel reclama: lo habitual se desvanece ante la
mirada que lo ignora. De allí que acentúe que el hombre,
...por el sólo hecho de serlo, ha nacido, se ha
originado, ha descubierto las cosas, las existencias en un “mundo”, desde un conjunto de perspectivas
constituyentes, que, por tan sabidas, no las sabe nadie. En cierto modo,
descubrir los últimos constitutivos del mundo es ir al encuentro de un número
limitado de “perogrulladas”, que significan,
sin embargo, los últimos soportes de nuestras existencias
La trivialidad de lo cotidiano se singulariza,
se ilumina y embellece ante la pregunta del hombre que quiere saber por qué se ha dado de ese modo, por qué
es así ahora, cómo se produjo esa
realidad que lo rodea, y tantas otras preguntas posibles que pueden convertir una minúscula célula en un
problema científico. La belleza del paisaje es tal, sólo si está el hombre
que la admira. Por ello, insiste Alba Rico en la necesidad de preguntar, porque
la pregunta nos hace más y mejores humanos. Sin embargo,
No todas las preguntas son filosóficas, es verdad,
pero las que no lo son, no son verdaderas preguntas. La pregunta del enamorado
que aún no sabe si la amada lo aceptará, no es una pregunta filosófica, aunque
sí lo es la pregunta sobre el amor mismo. Sólo el preguntar sobre el mundo
-natural o social- puede definirse como un preguntar filosófico. ¿Y las
respuestas? ¿Cómo son las respuestas filosóficas? Me atrevería a decir que no
hay respuestas propiamente filosóficas y que las respuestas a las preguntas
filosóficas son respuestas científicas, antropológicas, religiosas, políticas,
según el caso. La filosofía pregunta y responden las distintas disciplinas, las
teóricas y las “pragmáticas”, sin agotar nunca el espacio de la filosofía para
seguir preguntando.
La enorme riqueza filosófica contenida en el
preguntar del niño —porque quiere siempre saber más— se va despilfarrando durante
esos años que denominamos madurez. El
abandono del preguntar es una renuncia a una vida mejor.
[1] Filósofo
español, licenciado en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid, escritor;
ensayista y periodista.
[2]
Académico, filósofo e historiador argentino. Fue rector de la Universidad
Autónoma de la Ciudad de México. Es reconocido internacionalmente por su
trabajo en el campo de la Ética, la Filosofía Política y la Filosofía
latinoamericana, y por ser uno de los fundadores de la Filosofía de la
Liberación.
[3] Filósofo,
poeta, músico y filólogo alemán, considerado uno de los pensadores modernos más
influyentes del siglo XIX.
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