domingo, 2 de junio de 2013

La filosofía “no sirve para nada” VII



 Tras los vericuetos irónicos mediante los cuales el profesor Viñuela Rodríguez  nos ha brindado una crítica a las intenciones de borrar del sistema educativo a la filosofía y a las humanidades, recurro a otro filósofo español, Santiago Alba Rico[1] (1960), que dispara sus armas desde la misma trinchera. Cito, para ello, un artículo suyo publicado con el título ¿Qué valor práctico tiene la filosofía? En él, plantea la misma temática, aunque adopta una argumentación de tono positivo, cuando responde la pregunta formulada:
La pregunta por el valor práctico de la filosofía es la pregunta por el valor práctico de hacerse preguntas en un mundo que ofrece sólo —al contrario de lo que se piensa— respuestas. El mundo mismo, de hecho, tal y como está configurado, es una respuesta compleja que se anticipa a preguntas que aún no se han hecho o que incluso no se pueden hacer. Pienso en el mundo llamado “natural” o cosmos, que antes de presentar enigmas ante nuestros ojos -las estrellas, por ejemplo- nos proporciona la luz del Sol, respuesta atmosférica que nos permite vivir sin hacernos demasiadas preguntas. Pero pienso también en el universo social, una membranosa red de respuestas articuladas en la que ponemos el pie cada mañana sabiendo bien qué es lo que tenemos que hacer: cómo vestirnos, de qué manera saludar, a quién respetar y, más importante aún, de dónde proceden nuestros medios de subsistencia.
El filósofo Enrique Dussel[2] (1934) nos habla de nuestra actitud habitual por la cual vivimos inmersos en un mar de hechos, cosas, fenómenos, que se disuelven en la cotidianeidad. El extraerlos de ese horizonte que se invisibiliza exige prestar atención. Si fijáramos nuestra mirada sobre ellos, se “iluminarían” y despertarían nuestra curiosidad. El formular preguntas sobre ello los convierte en problemas que piden respuestas. No es que esto deba ser obligatorio, es un llamado de atención respecto de pararse ante la vida con una actitud filosófica de preguntar. Si no nos preguntamos, todo lo que nos rodea se mantiene imperturbable en su estar allí. Es decir, no aparecen los problemas. Estos se convierten en tales, en tanto el hombre los nombra. Es la pregunta la que genera la transformación de lo habitual en problema. Ella es la causante de la trasmutación de los objetos en cuestiones para pensar:
Es siempre así, y ha sido siempre así, lo más habitual, lo que “llevamos puesto”, por ser cotidiano y vulgar, no llega nunca a ser objeto de nuestra preocupación, de nuestra ocupación. Es todo aquello que, por aceptarlo todos, pareciera no existir; a tal grado es evidente que, por ello mismo, se oculta.
El entorno en el que vivimos, nuestro hábitat, nuestro mundo cultural, está cargado de problemas que se mantienen ignorados, en tanto no reparemos en su existencia. Es la presencia humana la que puede correr el velo que invisibiliza la riqueza contenida en los temas vitales. Esto llega a un grado sublime en Así habló Zaratustra, del filósofo Friedrich Nietzsche[3] (1844-1900), cuando le hace exclamar ante la salida del Sol:
«¿¡Qué sería de tu felicidad si no tuvieras a aquellos a quienes iluminas!?».
Le recuerda al Sol que su importancia está dada por la presencia humana. Sus rayos, que posibilitan la vida, no serían reconocidos en su valor, de no existir el hombre que lo expresa. La pregunta, un tanto extravagante para quien no frecuenta la filosofía, evidencia lo que Dussel reclama: lo habitual se desvanece ante la mirada que lo ignora. De allí que acentúe que el hombre, 
...por el sólo hecho de serlo, ha nacido, se ha originado, ha descubierto las cosas, las existencias en un “mundo”,  desde un conjunto de perspectivas constituyentes, que, por tan sabidas, no las sabe nadie. En cierto modo, descubrir los últimos constitutivos del mundo es ir al encuentro de un número limitado de “perogrulladas”, que  significan, sin embargo, los últimos soportes de nuestras existencias
La trivialidad de lo cotidiano se singulariza, se ilumina y embellece ante la pregunta del hombre que quiere saber por qué se ha dado de ese modo,  por qué es así ahora, cómo se produjo esa realidad que lo rodea, y tantas otras preguntas posibles que pueden convertir una minúscula célula en un problema científico. La belleza del paisaje es tal, sólo si está el hombre que la admira. Por ello, insiste Alba Rico en la necesidad de preguntar, porque la pregunta nos hace más y mejores humanos. Sin embargo,
No todas las preguntas son filosóficas, es verdad, pero las que no lo son, no son verdaderas preguntas. La pregunta del enamorado que aún no sabe si la amada lo aceptará, no es una pregunta filosófica, aunque sí lo es la pregunta sobre el amor mismo. Sólo el preguntar sobre el mundo -natural o social- puede definirse como un preguntar filosófico. ¿Y las respuestas? ¿Cómo son las respuestas filosóficas? Me atrevería a decir que no hay respuestas propiamente filosóficas y que las respuestas a las preguntas filosóficas son respuestas científicas, antropológicas, religiosas, políticas, según el caso. La filosofía pregunta y responden las distintas disciplinas, las teóricas y las “pragmáticas”, sin agotar nunca el espacio de la filosofía para seguir preguntando.
La enorme riqueza filosófica contenida en el preguntar del niño —porque quiere siempre saber más— se va despilfarrando durante esos años que denominamos madurez. El abandono del preguntar es una renuncia a una vida mejor.


[1] Filósofo español, licenciado en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid, escritor; ensayista y periodista.
[2] Académico, filósofo e historiador argentino. Fue rector de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Es reconocido internacionalmente por su trabajo en el campo de la Ética, la Filosofía Política y la Filosofía latinoamericana, y por ser uno de los fundadores de la Filosofía de la Liberación.
[3] Filósofo, poeta, músico y filólogo alemán, considerado uno de los pensadores modernos más influyentes del siglo XIX.

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