Una corriente de pensamiento que fue perdiendo vigencia, pero que no ha desaparecido es la neoconservadora. Entre sus representantes, encontramos autores que demuestran tener una mayor “preocupación humanista”; dicho de otro modo, un mayor compromiso con la problemática humana y una mayor tendencia a la recuperación de los valores, pero con un sesgo elitista. A diferencia de los neoliberales, muchos de ellos son provenientes del campo de las ciencias sociales o las humanidades. Desde esta posición, afirman que los valores han quedado marginados por la excesiva mercantilización (obsérvese lo de “excesiva”) de las relaciones sociales que lleva a cabo el mercado. Éste, por sus características, no repara en la necesidad de defender «las virtudes de la tradición occidental».
Uno de los casos más atrayentes por su formación filosófica es Daniel Bell (1919-2011), profesor emérito de la Universidad de Harvard, que giró desde posiciones de izquierda (defendió tesis marxistas hasta la década del cincuenta) y que formula un muy interesante planteo, inteligente y serio, sobre el modo de funcionamiento del sistema capitalista. Lo describe a partir de un esquema en el que divide el funcionamiento del sistema en tres esferas que, si bien están interrelacionadas, tienen una relativa autonomía. Estas son: la esfera de lo “tecno-económico”, en la que se organiza la producción y distribución de bienes, que constituye el sector de los mayores logros del capitalismo y cuya eficacia está fuera de toda duda. La esfera del “sistema político”, que es el ámbito de la justicia y del poder social de la que poco hay para modificar, dados los éxitos políticos alcanzados. Y, por último, la esfera de la “cultura” cuyo sistema muestra sus mayores fallas y carencias. Allí es donde aparece la descomposición del “sistema de valores” que ha dado lugar a la conflictividad que hoy se está padeciendo. El título de uno de sus libros, Las contradicciones culturales del capitalismo (1976), señala con claridad dónde están centradas sus preocupaciones. Con estas palabras, sintetiza Bell el problema:
La ética protestante fue socavada, no por el modernismo, sino por el propio capitalismo. El más poderoso mecanismo que destruyó la ética protestante fue el pago en cuotas, o crédito inmediato. Antes, era menester ahorrar para poder comprar. Pero con las tarjetas de crédito se hizo posible lograr gratificaciones inmediatas. El sistema se transformó por la producción y el consumo masivos, por la creación de nuevas necesidades y nuevos medios de satisfacerlos.
Obsérvese lo agudo de su planteo y cómo inserta el problema del consumismo en su crítica, idea digna de ser compartida. Sus referencias a las facilidades que otorga el crédito como fuente de corrupción de los valores también merecerían nuestra aprobación. Es significativo que no logre detectar ninguna dificultad en la esfera tecno-económica, por la concentración económica que ha ido produciendo en ella, incluso en los Estados Unidos. Por otra parte, en la esfera de lo político él no ve ningún problema en un país en que los derechos de las minorías son avasallados y se van perdiendo paulatinamente. Por otra parte, está muy seriamente cuestionada la representatividad de sus dirigentes políticos, lo que se expresa en la apatía electoral. Este acento, puesto en la esfera de la cultura, demuestra que su pensamiento es un fiel exponente de las clases altas. Le duele esa pérdida de valores, porque afecta el tipo de vida tradicional que defiende. Centrar el tema en las dificultades culturales del capitalismo no está mal, pero es deficiente y parcial, no llega a la raíz del problema. Sin embargo, puede entenderse esa mirada que representa la opinión de un sector de la sociedad noratlántica. El profesor José María Mardones (1943-2006), Profesor e investigador de la Universidad de Deusto comentando las tesis de Bell, afirma:
Al final nos encontramos con este hecho: la ética puritana que había servido para limitar la acumulación suntuaria, pero no la del capital, quedó marginada de la sociedad burguesa capitalista. Quedó el afán de consumo y la tendencia al hedonismo. Se fue instaurando así una idea del placer como modo de vida. Es decir, el hedonismo pasó a ser la justificación cultural, si no moral, del capitalismo.
Podemos hoy decir que esa cultura decadente [consultar “La cultura Homero Simpson” en www.ricardovicentelopez.com.ar] se ha ido extendiendo globalizadamente y que muchos sectores de la modernidad occidental la han adoptado como ideal y forma de vida. Si el tema que estamos analizando es la libertad, alcanza con ver cómo han sido socavadas las culturas de los pueblos, mediante un avasallamiento cultural impuesto por una publicidad machacona que trasunta consumismo.
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