El tema que estamos analizando se presenta forzosamente con perfiles un tanto académicos, tal vez demasiado profesional. Pido disculpas por ello, pero debo decir que no se puede eludir la necesidad de mirar por debajo de todo palabrerío con que se encubre el debate de la economía capitalista. Y ello, porque, avalada por el significativo concepto de “libertad de mercados” tiende al rechazo de toda crítica como atentatoria de la libertad de los ciudadanos. Tras el espejismo de la libertad del consumidor de elegir lo que desea, sin que nada se lo impida (salvo el dinero necesario), se esconde la verdad de que no elige; tan solo opta por las alternativas que se le presentan y que, en el supuesto “libre juego de la oferta y la demanda”, éste se da en medio de una disparidad de fuerzas evidente entre “oferentes” poderosos y concentrados y “demandantes” indefensos ante lo que la oferta propone. Sin tener en cuenta, además, el eficaz influjo de una publicidad que condiciona las preferencias del consumidor.
Este supuesto “libre juego”, como ya vimos, precipitó en crisis de diferentes profundidades, pero todas ellas con costos importantes, sobre todo para los menos favorecidos por la injusta distribución de la riqueza. Esta injusticia quedó legitimada al ser entendida como la consecuencia de los menos capaces para moverse en un escenario de libertad, que exige una “competencia” y “madurez” entre los concurrentes. Los mejores preparados han sido los exitosos de la confrontación económica. Esta es otra de las “verdades” que se han clavado muy hondo en la conciencia de tantas personas. Sobre todo, cuando deben juzgar al desempleado, al carente de recursos, a quienes acusan de ser vagos o ineptos para “abrirse camino en la vida”. La mirada individualista, desprovista de una investigación consistente sobre los procesos sociales, es la base que sostiene ese modo de “ver y juzgar”, puesto que es incapaz de “ver y analizar” los condicionantes estructurales de una sociedad que coloca a cada nuevo componente en un punto de partida diferente, muchas veces muy lejanos unos de otro.
El profesor e investigador, Juan Francisco Martín Seco, se ve obligado a subrayar que esa argumentación se encuentra en la base de gran parte de la crítica a Keynes y que se debe a que sus tesis «son planteamientos que hacen saltar por los aires el castillo construido en forma de excusa para defender la acumulación capitalista. De ahí que las fuerzas políticas y económicas recurran a las políticas keynesianas cuando no tienen más remedio, porque la crisis los ha colocado al borde del abismo, pero huyen de ellas como de la peste tan pronto como pasa el peligro, y vuelven a enarbolar el discurso de la austeridad: reformas y ajustes, sangre, sudor y lágrimas… para los de siempre, claro».
La crisis financiera de 2007 mostró un escenario casi olvidado para el Primer Mundo defensor del “libre mercado”. Los Estados de los países centrales debieron socorrer a grandes empresas, introduciendo miles de millones de dólares para salvarlas de la quiebra. Para ello, no hubo críticas contra la intervención estatal ni contra la estatización de grandes financieras y Bancos internacionales. Como dice Seco, «estaban al borde del abismo» y, en ese momento, a la doctrina de la libertad se la dejó de lado.
Se entiende así el rechazo y el menosprecio por uno de los más grandes economistas del siglo XX, según el profesor británico Will Hutton, veterano e influyente periodista económico del periódico londinense The Guardian. El prolongado debate sobre teoría económica había colocado a Keynes como un gran opositor al juego de un mercado libre, sin controles, por los riesgos que ese libre juego permitía suponer, como la historia volvió a demostrar. Hutton sostiene que Keynes: «Había querido destruir la teoría propagada por economistas y políticos que predicaban equilibrios presupuestarios, austeridad pública, primacía de la soberanía nacional y libertades para las finanzas en casa y en el exterior. En cambio, él quería reglas que reconocieran la interdependencia entre países y crear instituciones globales y una moneda mundial que dejara espacio a los gobiernos para maniobrar actuando con inteligencia y creatividad a fin de estimular el empleo, el comercio y el crecimiento. Consiguió algo de lo que deseaba, pero no, lo bastante; y no es descabellado escuchar los ecos de su discurso de despedida, en el que avisaba de sus temores de que volvieran los dragones». Y los dragones (la derecha republicana) volvieron, más de una vez, pero los que los padecieron no aprendieron la lección.
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