Para continuar creo necesario colocar como eje de ese proceso un olvido. Nacimos como comunidad independiente con el proyecto de construir una nación. Largas luchas fratricidas, incomprensiones de ambos bandos, pequeñez en el planteo político, privilegiar los intereses de sectores por encima de los de toda la comunidad, nos fue llevando a los tumbos a lo largo del Siglo XIX y en parte del XX.
Si bien la "historia oficial" nos ha contado todo esto desde la versión de un solo bando, cortando la nación entre "bárbaros y civilizados" y gran parte de nuestra educación fue sostenida por ello, ha llegado la hora de ponernos a pensar desde un proyecto de unidad de la comunidad, aunque esta unidad esté siempre transida por tensiones y contradicciones políticas. La historia es el proceso por el cual se van resolviendo esas contradicciones. Depende de la claridad de nuestras ideas respecto de que ese proyecto abarque a la mayoría de nuestro pueblo, se resolverán en un sentido u otro. Recorriendo nuestra historia podemos advertir que las soluciones buscadas, y a veces encontradas, muchas veces se pensaron y se ejecutaron desde el manejo del poder de uno de los bandos.
Estamos sobre el filo del abismo y no nos queda mucho margen para seguir avanzando desconociendo a "los otros". Hoy suenan cantos de sirena que nos pueden precipitar en el abismo. Nos ha tocado la suerte heroica de ser los protagonistas de una etapa histórica crucial. Esto puede verse como una desgracia colectiva o como una oportunidad imperdible. Nos encontramos en uno de esos recodos de la historia en los que se pueden definir las líneas generales que apunten hacia el futuro. Y porque se puede se debe. Cuando leemos la historia y, a veces, nos exaltamos con las grandes epopeyas, con las decisiones cruciales, con las definiciones certeras, que dieron un marco propicio a las realizaciones posteriores, nos parece que fue obra de titanes, de seres irrepetibles. Sin embargo, mirados desde la cotidianeidad, eran seres humanos como nosotros, con un compromiso y una decisión de participar que debiéramos recuperar y encarnar en esta hora. En la Historia, sin duda, ha habido hombres excepcionales pero fueron pocos. Las más de las veces fue el fruto de un largo trabajo colectivo que eclosionó en un momento produciendo resultados largamente preparados.
Creo que estamos en uno de esos momentos en los que la comunidad toda debe plantearse los problemas que enfrentamos, debatirlos en sus comunidades más inmediatas, comenzar a construir conducciones y dirigentes que se conviertan en los portavoces de los mandatos conferidos. Equivale a decir, comenzar un proceso educativo de abajo hacia arriba que privilegie la construcción de pensamientos comunes, pero que no ignoren la complejidad y la heterogeneidad política y cultural, aprendiendo a escucharnos atentamente, sabiendo resignar parte de lo que el interés particular nos señala en pos del logro del interés comunitario. En estos debates se deberá prestar especial atención a las filtraciones de ideas y valores del neoliberalismo que han imperado hasta aquí.
Entonces, a partir de esas construcciones de ideas comunes, deberemos pensar que la resolución de todo ello es posible en el marco de la comunidad nacional. Nos topamos así con un tema que se fue retrasando de la agenda común, que sólo formalmente apareció en ciertos momentos, y que la prédica neoliberal pretendió rebajarlo a la categoría de obsoleto: la Nación. Haber perdido la mirada de este tema central fue, en parte, obra de un pensamiento que pretendió convencernos de que somos ciudadanos del mundo. Pero de un mundo compuesto por átomos independientes y centrados en sus propios deseos de consumo en el cual el mercado es la idea central alrededor de la cual debe girar toda reflexión. La nación, entonces, es nuestro punto de partida. La educación es el instrumento necesario para esa construcción. Sin embargo, la educación que hoy tenemos está lejos de cumplir sabiamente esta tarea, deberemos recurrir a las formas alternativas que estén cerca de nuestras manos.
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