Este comienzo del siglo XXI tiene
ciertos aires de etapa fundacional, al menos desde mi punto de vista. Lo digo
porque los comienzos de una nueva etapa presentan, frecuentemente, algunos
resplandores que iluminan con una luz diferente el panorama que se descubre ante
nuestra mirada. Esa luminosidad convierte los procesos sociales en estructuras
más transparentes en tanto facilita la comprensión de los componentes y
mecanismos que parecían imperceptibles antes y que ahora emergen, mostrando lo desconocido. El recuerdo de esta época,
de la que nos separa un poco más de una década —la medición del tiempo lleva
siempre una carga de subjetividad que la convierte en algo arbitrario, pero no
por ello menos útil— me empuja a introducirme en reflexiones que deseo compartir.
Son momentos de la historia en
los que se siente la necesidad de remover el pasado, ese es mi caso, en la
búsqueda de algo que de él no ha sido narrado, o
lo ha sido de modos que me han dejado una sensación de que algo se me escapaba.
Esta tarea que me impongo no tiene un objeto particular sobre el qué detenerme.
Es más bien una necesidad de revolver viejos papeles, revisitar historias
aprendidas, releer ideas de viejos maestros; en otras palabras, reencontrarme
con aquel joven estudiante que fui, y debatir con él lo que pensaba y creía,
desde este presente mío en reconstrucción.
De este modo me aventuro por
senderos desconocidos, o recorridos con otros ojos que no me permitieron ver
aspectos que hoy se me hacen imprescindibles. Este ver lo que ya miré y no vi
es una experiencia cercana a la revelación, entendida como correr el velo que
ocultaba lo que allí estaba. Es un despertar a nuevos conocimientos que son, en
realidad, una revisión de los viejos, desde otra perspectiva, a veces
ideológica; otras, política o cultural, etc. El tema que propongo tratar y
compartir es una invitación a caminar, mirando más atentamente lo sabido;
revisarlo con espíritu crítico, para encontrar riquezas y verdades que habían
sido dejadas en el camino y que ahora nos atreveremos a recoger.
Esa relectura de textos ya
revisados tiene la impronta de hacerlo a la luz del amanecer de esta época de
la que hablaba antes. Es que las experiencias vividas en nuestra América nos
invitan a intentar la elaboración de un pensamiento que recupere sus raíces
originales y se proyecte hacia las exigencias impuestas por el caminar juntos
hacia un futuro cargado de promesas. Para ello, como paso previo, como preparación,
es necesario releer algunos de los autores clásicos que hoy son utilizados con
intenciones “non sanctas”, por “razones perversas”, aunque muchas veces la
simple ignorancia lo presenta así. Esa utilización de ideas tergiversadas, convertidas
en verdades fundantes es una de las limitaciones que nos impide ver con
claridad el futuro posible. Como una primera aproximación y como muestra de lo
que voy a desarrollar más adelante, cito un párrafo de las declaraciones de Dr.
David Casassas:
«Quizá haya
confusión en el hecho de atribuir una génesis liberal a ideas de origen
claramente republicano: las ideas de Locke, de Smith, de quienes hicieron la
revolución inglesa en el XVII, y la francesa y la americana en el XVIII. Ellos
no optaron por un mundo liberal en el que la igualdad ante la ley es criterio
de libertad. Lo que pasa es que, en los dos últimos siglos, se hizo una
utilización interesada de estos supuestos padres del liberalismo político y
económico, y los presentaron como adalides de un capitalismo que en ningún modo
se asemeja a lo que dejaron en sus escritos. Ellos pensaron el
republicanismo comercial, una sociedad libre en el mundo de la manufactura y
del comercio, antes de la aparición, en el XIX, del capitalismo industrial,
que se fue extendiendo y que rompió por completo con la ética y la preceptiva
política de estos autores»[1].
Este tipo de señalamientos nos
pone en la senda de lo que analizaremos. Pero lo que quiero mostrar es que el
uso de autores clásicos para sostener ideas actuales —como la presencia
imperante del ideario neoliberal—, es uno de los problemas que debemos abordar
para que la luz de este amanecer nos aclare el bagaje de ideas erróneas que nos
desvían del camino propuesto. Un enorme y sofisticado aparato publicitario opera sobre la conciencia colectiva desde hace
ya unas décadas, para el logro de estas confusiones[2].
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