Lo que debe ser señalado en esta
última descripción son las diferencias entre dos modos de pensar la libertad
respecto de lo que entiende nuestro autor, en su particular concepto de
republicanismo, como hemos visto, y el que ha rescatado la corriente filosófica
que fue elaborando una concepción de libertad: el liberalismo, que ha legitimado el capitalismo industrial del
siglo XIX en adelante. Cuya influencia se ha extendido hasta hoy para acompañar
la fundamentación del neoliberalismo posterior.
Vuelve entonces, nuestro autor, a
retomar la reflexión sobre las peculiaridades de la tradición liberal que maneja
una noción de libertad entendida como “isonomía” —el concepto que sostiene la igualdad
de derechos civiles y políticos de los ciudadanos; esto es, como mera igualdad
ante la ley, que se desentiende por completo de toda la cuestión relativa a los
fundamentos materiales mínimos para el ejercicio positivo de la libertad—. Este
concepto restringe la libertad a la formulación jurídica de la misma,
desligándose de las condiciones necesarias para que ella se pueda concretar
efectivamente. Esa libertad concibe su existencia con la sola presencia de una
legislación que prohíba la esclavitud, sin importar las posibilidades que pueda
tener el ciudadano de ejercerla plenamente.
Dicho de otro modo, se es libre
para ofrecerse en el mercado como mano de obra disponible, que pude ser
contratada en los términos que convengan dentro del juego de la “ley de la
oferta y la demanda”. La capacidad de ofrecerse queda sometida a su condición
de mercancía, convertida en una más de las tantas que circulan por el mercado.
Ley que ha estado siempre, salvo rarísimas excepciones, resguardada por la
existencia de una sobreoferta de mano de obra que asegurara un bajo precio de
ella.
Esa libertad, en definitiva, puede
ser compatible con la más abyecta pobreza, con condiciones degradantes de
trabajo, con remuneraciones escasas que no cubran las necesidades mínimas
elementales. «Pues bien, Adam Smith no tiene nada que ver con todo este mundo
liberal. Para Smith, como para el grueso de la tradición republicana, no hay libertad
sin independencia socio-económica efectiva».
Si recordamos lo dicho respecto
del título del libro de nuestro autor, podemos ahora dar una vuelta más en
torno a Smith para expurgarlo de las adherencias “liberales”, entendido esto en
el sentido ya explicitado en páginas anteriores. Veamos como se expresa en su
análisis respecto de los temores que Smith si no se respetan las necesidades
elementales de los trabajadores.
«En definitiva,
hay peligro de que la ciudad arda, de que la comunidad quede expuesta “a
brutales desórdenes y horribles atrocidades”, cuando los poderes públicos
dejan de lado sus obligaciones fundamentales, que no son otras que el velar por
que no se formen, muy especialmente en el espacio económico, posiciones de
poder y de privilegio, vínculos de dependencia que sometan a la gran mayoría al
arbitrio de unos pocos. Así, por muy “natural” que sea, la libertad no es
algo “pre-social” o metafísico, sino algo que los humanos conquistamos
terrenalmente, en el fragor de muchas batallas, históricamente identificables,
libradas en todos los rincones de la sociedad. Y para que esas batallas sean
fructíferas, es preciso que las instituciones públicas culminen su tarea introduciendo
las regulaciones necesarias, los cortafuegos necesarios, para destruir
posiciones de dominación y para hacer de todos los miembros de la sociedad
actores participantes, verdaderamente independientes, prestos a construir toda
una interdependencia verdaderamente autónoma. De aquí, pues, la vigencia
del republicanismo comercial de Adam Smith, pues huelga decir que los
cortafuegos no se alzaron: el surgimiento del capitalismo industrial y
financiero vino de la mano de grandes procesos de concentración del poder
económico y de desposesión de la gran mayoría pobre, procesos que han ido
adquiriendo formas distintas, que se mantienen en la actualidad».
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