Nuestro autor introduce un
concepto que puede dejar perplejo a quien no acostumbra a trajinar textos que
aborden esta problemática. Y, aunque el tema no es sencillo, me parece
necesario acercar al que se hace referencia habitualmente: el “ciudadano de a
pie”; con una expresión poco novedosa pero de gran capacidad descriptiva.
Avanzar por caminos que extiendan las prácticas sociales democratizadoras
requiere que “ese ciudadano” se involucre en los debates cuyos resultados
determinaran, en gran parte, los caminos posibles hacia una sociedad más
equitativa. En la medida en que “ese ciudadano” se desentienda de este tipo de
problemáticas, por las razones que fueren, propias o ajenas, esos resultados
favorecerán a aquellos interesados en que “ese tipo de ciudadanos” quede al
margen de las “grandes decisiones”. Las tergiversaciones en la interpretación
de textos y autores gravitantes tienen el perverso propósito de marginar a la
mayor cantidad de participantes posibles, convirtiendo a la democracia en un
mecanismo trivial e insulso.
Para acercarnos a el problema de
las distorsiones interpretativas, propongo la lectura de un texto clásico del
marxismo, escrito como una especie de presentación ante la conciencia de los
trabajadores de su tiempo, en el que se aborda el concepto de la propiedad
privada, en pleno debate con erróneas o sesgadas interpretaciones, de aquella
época que se mantienen vigentes: El
Manifiesto Comunista de 1948. En él dice su autor, Carlos Marx, lo
siguiente:
«Lo que caracteriza al comunismo no es la
abolición de la propiedad en general, sino la abolición del régimen de
propiedad de la burguesía, de esta moderna institución de la propiedad privada
burguesa, expresión última y la más acabada de ese régimen de producción y
apropiación de lo producido que reposa sobre el antagonismo de dos clases,
sobre la explotación de unos hombres por otros. Así entendida, sí pueden
los comunistas resumir su teoría en esa fórmula: abolición de la propiedad
privada. Se nos reprocha que queremos destruir la propiedad personal bien
adquirida, fruto del trabajo y del esfuerzo humano, esa propiedad que es para
el hombre la base de toda libertad, el acicate de todas las actividades y la
garantía de toda independencia. ¡La propiedad bien adquirida, fruto del
trabajo y del esfuerzo humano! ¿Os referís acaso a la propiedad del humilde
artesano, del pequeño labriego, precedente histórico de la propiedad
burguesa? No, ésa no necesitamos destruirla; el desarrollo de la
industria lo ha hecho ya y lo está haciendo a todas horas».
Insisto para que se vea con
claridad qué tipo de propiedad proponían abolir aquellos comunistas: sólo la
que se asienta sobre la explotación del trabajo y la apropiación de toda renta
posible: “el sagrado lucro capitalista”. La otra «la propiedad personal bien
adquirida, fruto del trabajo y del esfuerzo humano, esa propiedad es para el
hombre la base de toda libertad», esa estaba siendo abolida por la expansión de
la producción industrial, con lo cual la gran industria desarrollaba una tarea
doble: paralelamente al crecimiento arrollador de esa industria arrasaba con la
posibilidad de subsistencia de la pequeña industria artesanal y dejaba una masa
de pequeños productores sin trabajo, aptos para ser contratados como
asalariados del capital. La simplificación malintencionada de las tesis de Marx
hizo pensar a muchos que lo que se proponía era eliminar todo tipo de propiedad
lo que convertía al trabajador en una especie de “esclavo del Estado”. Por otra
parte, esa misma lectura sesgada sobre los textos de Adam Smith, lo coloca en
un polo diametralmente opuesto: Smith
proponía la “defensa de la propiedad privada” y Marx su abolición total. Ni uno
ni otro hablan de nada semejante.
Si el lector recuerda lo que ya
quedó dicho y, en la medida en que pase las hojas profundizará estos conceptos,
podrá comprender que la distancia entre estos dos grandes pensadores, respecto
a la propiedad privada no es tan grande.
«El republicanismo
comercial y manufacturero de Adam Smith gira alrededor de la afirmación de
que el goce de todo este conjunto de
recursos materiales y de oportunidades vinculadas al ámbito de la producción y
del intercambio ha de permitir la generalización de esa emancipación material,
que es condición de posibilidad de una vida social libre. De ahí que el
ideal ético-político de Adam Smith sea el del productor libre e independiente,
que lo es por: a.- porque es propietario de los medios de producción o, b.-
porque cuenta con niveles relevantes de control de su actividad productiva y
del funcionamiento del centro de trabajo en el que opera. Tomamos aquí los
conceptos “producción” y “trabajo” en su sentido más amplio, pues el mundo de
la (re)producción se extiende hasta los últimos confines de la vida social. En
definitiva, en el marco del republicanismo comercial smithiano, el
propietarismo republicano sostiene el goce de oportunidades efectivas de
controlar los recursos materiales y el espacio económico y social en el que se opera
y se despliega la vida de todos».
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