La descripción y análisis que el
autor viene desarrollando respecto del concepto de libertad, si bien es
particularmente rico para profundizar en el tema, él no deja de presentarse
dentro de un terreno teórico. Para poder avanzar sobre lo que él denomina el
«potencial político que mantienen todavía hoy» es necesario pasar al plano
institucional en el que se deben proponer formas concretas que habiliten su
presencia y defensa. Allí ubica la descripción de un «determinado diseño social
e institucional en virtud del cual nadie cuenta con la mera posibilidad de interferir
arbitrariamente en las vidas de los ciudadanos».
«El estudio de aquellas
condiciones socio-institucionales que, de acuerdo con la tradición histórica
del republicanismo, hacen posible la emergencia de la libertad, de la libertad
entendida en el sentido de la tradición republicana. De allí surge con claridad
que el grueso de la tradición histórica del republicanismo, desde la Atenas
clásica hasta el despliegue de los socialismos —los textos clásicos, de Aristóteles
a Marx, son de una claridad meridiana a este respecto— ha girado alrededor de
la afirmación de que esta libertad republicana como ausencia de dominación
exige el goce de independencia material, del tipo de independencia material que
históricamente estuvo vinculado a la propiedad. De ahí que hablemos del
carácter “propietarista” de la tradición republicana: sólo puede ser libre
aquel que es propietario o, más en general, aquel que goza de un ámbito de
existencia material autónomo que lo dote de niveles relevantes de independencia
material, de independencia socio-económica, equivale a decir, de decisivas
condiciones necesarias para la libertad».
El aporte que nuestro autor
subraya como uno de los objetivos fundamentales de su mi libro «ha sido el
tratar de mostrar que Adam Smith, con el particular lenguaje y las particulares
aspiraciones del siglo XVIII escocés, pertenece a todo este mundo. El mundo de
Adam Smith ya no es un mundo en el que la cuestión de la independencia
socio-económica pueda fiarse a la propiedad de la tierra —o a la propiedad de
esclavos—, como fue el caso del republicanismo clásico de los Fundadores norteamericanos:
pensemos en Jefferson. El mundo de Adam Smith sigue sostenido por la condición
de que no hay libertad sin independencia personal, sin acceso a (y sin control
de) un conjunto de recursos materiales que blinden nuestras posiciones sociales
como agentes libres de cualquier tipo de relación de dominación».
Debemos recordar entonces que lo
que denomina “el mundo de Adam Smith” y la tradición en la que se asienta,
corresponden a una larga etapa de la producción artesanal, previa a la
Revolución industrial, en la que los productores eran personas libres que
disponían de sus propias herramientas de trabajo. Este “mundo” comienza a ser
atacado por la aparición de los grandes talleres, con mano de obra asalariada,
que está comenzando a edificar la “sociedad del capitalismo industrial”. Por
ello afirma que: «El republicanismo comercial de Adam Smith no apunta a la
propiedad de bienes inmuebles, insiste enfáticamente en la necesidad de que las
instituciones políticas coadyuven a consolidar todo aquel orden social nuevo,
comercial y manufacturero, en el que, tal como asume el grueso de la escuela
histórica escocesa —pensemos en David Hume, en Adam Ferguson o en John Millar—,
parece que se abren las puertas para que el conjunto de la sociedad, sin
exclusiones de ningún tipo, cuente con verdaderas posibilidades de hacerse con
instalaciones, con equipos productivos, con unas destrezas profesionales cuyo
control no escape de sus manos, con oportunidades de acceso a los mercados y de
colocación en ellos de las mercancías producidas, etc.».
Nos pinta un cuadro histórico
real que fue apareciendo en las pequeñas ciudades del centro-norte de la Europa
germana, como así también en el norte de Italia entre los siglos X y XVII. Esta
experiencia social fue denominada “la comuna urbana”[1] por historiadores como el
belga Henri Pirenne, a comienzos del siglo XX; el francés Jacques Le Goff, en
la posguerra y, contemporáneamente en la Argentina, José Luis Romero. Todos
ellos con su valiosa labor descubrieron y denunciaron la patraña de una Edad
Media oscurantista, demostrando los avances sociales de lo que nuestro autor
viene denominando “republicanismo”, que no debe ser confundido con los modos
estadounidenses de fuerte cuño conservador.
[1] Sobre este tema puede consultarse en la
página www.ricardovicentelopez.com.ar
Los orígenes del capitalismo moderno,
Primera Parte.
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