Para continuar con mi confesión, que no habla bien de mí, debo seguir afirmando que hablo de lo que no sé. Esta afirmación, en sí misma infamante, me desprestigia pero al mismo tiempo me libera de decir cosas inteligentes. La confesión me coloca en estado de impunidad intelectual. Y como de economía estamos hablando voy a aprovechar un privilegio muy común en ciertos estratos de nuestra sociedad: los inimputables. Habiendo asumido esta condición puedo seguir avanzando con tranquilidad de conciencia, la misma tranquilidad que exhiben aquellos que no han ahorrado esfuerzos en hacer las peores trapisondas.
Bien, como dijo Clinton: “Se trata de economía, estúpido”. Pero como pretendo estar atento a lo que dicen los especialistas y sus asesorados debiera modificar ligeramente la frase clintoniana: “Se trata de economía, hipócritas”. Y si me atrevo a hacer esta acusación pública es porque me baso en lo que dice el economista Alfredo Zaiat: “La hipocresía del discurso del poder económico es uno de sus rasgos característicos, pero en Argentina asume una particularidad que no deja de llamar la atención. Con la cuestión de los precios se parece al zorro que está cómodo en medio del gallinero pidiendo protección para la granja mientras se va comiendo a los pollitos” (Página 12, 21-10-07).
Esto viene a cuento por el debate acerca de la supuesta explosión inflacionaria que se está produciendo en nuestro país y que tan preocupados tiene a nuestros dirigentes. Partiendo de lo que leí alguna vez en un manualcito de economía, cuando estaba intentado entender algo de esta materia, la ley de la oferta y la demanda es la reina del mercado. Bajo su imperio el precio es inversamente proporcional a la oferta, o dicho de otro modo es directamente proporcional a la demanda. Por lo que podemos concluir que hay dos modos de resolver el aumento de precios: se aumenta la oferta o se achica la demanda. La primera condición depende de los productores, producir más, la segunda (¡que casualidad!) también de ellos, puesto que si congelan los aumentos de sueldos baja la capacidad adquisitiva y disminuye la demanda.
Ya estoy oyendo a algún especialista que está diciendo ¡qué bruto! Debo recordarle que ya me declaré en ese estado, y es precisamente esa condición la que me permite estar diciendo barbaridades, ya que sólo un bárbaro puede ser tan ignorante. Bárbaro es todo aquel que está fuera del ámbito de los cultos, es decir los especialistas. Pues bien desde esa situación pregunto: ¿aumentar la producción exige mayor inversión? ¿se puede acusar a los consumidores de no invertir más?, entonces ¿quiénes deben invertir, los mismos que se quejan de que no hay inversión? Si no son los productores/inversores los que lo deben hacer no puedo explicarme cómo se sale de este problema.
Aparecen, ahora, las razones de las dificultades para invertir: la inseguridad jurídica, la desconfianza en las reglas que no son estables, la presión de los costos, etc. De todo ello saco como conclusión, y los lectores perdonarán la barbaridad, que los compradores extranjeros de las grandes empresas, que siguen llevándose las estrellas productivas de nuestra industria, son más brutos que yo en materia económica: no se dan cuenta del pésimo negocio que están haciendo. Esto me deja tranquilo, somos muchos los brutos ignorantes.
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