sábado, 17 de enero de 2009

El análisis de Eric Hobsbawm

Vuelvo recurrentemente sobre un tema que creo es fundamental en este tiempo: las salidas alternativas a la crisis. Y esto encuentra justificación en muchas de las informaciones que circulan que ofrecen soluciones cosméticas, “para que todo quede como está” según el Gatopardo. Entre tanta palabrería se puede distinguir la actitud de los agazapados que perciben con inteligencia que hay muchos indicios de que se acaba su tiempo. Por ello, recurren a sofisticados argumentos sostenidos por el pensamiento posibilista para ofrecer salidas que perecieran ser novedosas cuando no son otra cosa que retoques superficiales que se proponen conservar lo fundamental del sistema imperante: su negocio.
La sabiduría que otorgan los noventa y un años le permite decir al historiador Eric Hobsbawm que estamos ante un momento crítico de la historia. Momentos como estos ha habido otros y en ellos se ha jugado el destino del tiempo posterior. Y reside en la condición de oportunidad gran parte de lo que podrá verse realizado en un futuro histórico. En los días que van corriendo, en medio de las alternativas inciertas, se recurre a hechos que significaron giros violentos e inesperados que alteraron el curso de los acontecimientos: uno es la crisis de la Bolsa de Nueva York de 1929 y la recesión que siguió en los años treinta, y el otro es el simbólico derrumbe del Muro de Berlín de 1989. En ambos casos, señala el historiador, estábamos presos de una opción de hierro: capitalismo o comunismo, y la pobreza de la opción impidió pensar con profundidad, situación muy bien utilizada por los medios académicos y de comunicación de occidente demonizando el comunismo, lo cual mostraba que en realidad no había tal opción.
Hobsbawm lo plantea de este modo: «solíamos pensar hasta entonces que había dos alternativas, o una o la otra: o el libre mercado o el socialismo. Pero en realidad hay muy pocos ejemplos de un completo caso de laboratorio de cada una de esas ideologías». Las experiencias políticas que se cobijaron bajo cada una de estas ideologías no pueden ser tomadas como modelos (exitosos o fracasados) que permitan definir con claridad las bondades y defectos de cada una. Por el contrario, los hechos nos muestran que el tan pregonado mercado libre fue el escenario donde se dio el dominio de las megaempresas que impidieron la competencia y que posibilitaron la concentración del capital en pocas manos. En el otro modelo, la Unión soviética no desarrolló el socialismo sino un capitalismo de Estado, como lo señaló hasta en una encíclica el papa Juan Pablo II.
«Entonces, creo que tenemos que dejar de pensar en una o la otra y debemos pensar en la naturaleza de la mezcla. Particularmente hasta qué punto esa mezcla está motivada por la conciencia socialista y de las consecuencias sociales de lo que ha pasado». El humanismo de este historiador nos abre a pensar que en ambos casos las consecuencias de la aplicación que los regímenes hicieron, cada uno de su doctrina, dejó a la posteridad un saldo de dolor humano muy alto. Hoy pareciera que se va creando un consenso acerca de lo que se hace necesario: «Todos están de acuerdo en que, de una forma u otra, habrá un mayor rol para el Estado. Ya hemos visto al Estado como el prestamista de última instancia [EEUU – RVL]. Quizás regresemos a la idea del Estado como empleador de última instancia, que es lo fue bajo Franklin Roosvelt, en el New Deal en EEUU».
Creo que nuestro pensador ve con todo rigor una salida necesaria que la define así: «Lo que sea, será un emprendimiento público de acción e iniciativa, que será algo que orientará, organizará y dirigirá también la economía privada. Será mucho más una economía mixta que lo que ha sido».

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