El profesor Torres López, después de señalar una cantidad de estafas, profundiza algo que ya ha quedado dicho pero que ahora lo va a tratar en detalle: Las crisis del capitalismo y sus inmoralidades no son una manifestación de un modo de gestionar los negocios financieros, sino son el resultado de una estructura básica que desde sus inicios tenían la capacidad de violentar las normas de su funcionamiento. Tal es el caso de la libre competencia que ya a mediados del siglo XIX Carlos Marx denunciaba en el Manifiesto Comunista: «La existencia y el predominio de la clase burguesa tienen por condición esencial la concentración de la riqueza en manos de unos cuantos individuos, la formación e incremento constante del capital; y éste, a su vez, no puede existir sin el trabajo asalariado». La concentración de la riqueza es una forma básica del desarrollo capitalista y esto se logra gracias a la explotación del trabajo.
Entonces, desde sus primeros pasos ya se insinuaba una distorsión que impedía la tan mencionada libertad de los mercados, dado que la competencia estaba condicionada por los poderosos que aniquilaban a los débiles. Por tal razón Torres López denomina a la crisis con el calificativo de sistémica. «Como hemos analizado hasta aquí, la crisis que se inició en le verano de 2007, o quizá algo antes en realidad si se contemplan los primeros datos de pérdidas bancarias, es bastante más que una simple crisis hipotecaria, como se quería presentar cuando se inició. Hemos podido comprobar que es una crisis que se enmarca en la historia de las crisis que se vienen padeciendo en el capitalismo como parte de ciclos económicos inexorables. Ni ha sido la primera, como hemos comentado, ni vas a ser la última, sino que forma parte de esas encadenadas fases de prosperidad y depresión tan habituales en nuestra historia».
A partir de la revolución industrial se presentó una puja ideológica por el tema de la presencia del Estado en el funcionamiento de la economía. Los liberales arrastraban un enfrentamiento con las monarquías arbitrarias que se entrometía en el libre juego del mercado por su esencia rentística. De allí que el estado debía restringirse todo lo posible. Los poderosos adhirieron a esta ideología que utilizarían después para justificar la negativa a la posibilidad de que el estado regule la actividad económica y financiera. Ante esto dice el profesor: «Sin embargo, también hemos visto que es una crisis que ha sido provocada por circunstancias muy específicas y en cierto modo particulares: la exagerada falta de regulación de los últimos años, la complicidad de las autoridades, la permisividad como se dejó crecer la burbuja inmobiliaria y el guante blanco con que se trató siempre a los banqueros y especuladores que se sabía positivamente que estaban llevando la economía al borde del abismo».
Las tan famosas leyes del mercado y su supuesta tendencia hacia el equilibrio no sólo no funcionaron sino que su ausencia se hizo visible, aunque tarde. «Al mismo tiempo, y siendo una crisis originada en el hecho concreto de la difusión de las hipotecas basura gracias a esa regulación tan imperfecta, hemos comprobado que esta crisis no se habría producido si no existiesen unas condiciones estructurales que generan una asimetría tan grande entre el capital y el trabajo, entre las rentas de los grandes propietarios y los salarios, entres los más ricos del planeta y los trabajadores o incluso pequeños y medianos propietarios y empresarios y si esas asimetrías no se hubieran agrandado tanto en estos últimos años de globalización neoliberal en los que vivimos. Por tanto, es también una crisis del modo de producir en el que estamos, no solo de la manera en que se gobiernan la vida económica sino de sus procesos básicos y más permanentes».
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