Después de haberme repuesto de mi sorpresa inicial pude leer en Fichte el papel que le asignaba a lo que él denominaba “el Estado racional”. Éste «no se construye con disposiciones artificiosas a partir de cualquier material existente, hay más bien que formar primero y educar a la nación para este estado. Sólo la nación que haya resuelto la tarea de formar al hombre perfecto mediante el ejercicio real, resolverá a continuación también la tarea del estado plenamente desarrollado». Las “disposiciones artificiosas” pueden ser pensadas, tanto entonces como ahora, como la imposición de ideas, doctrinas, métodos políticos, formas institucionales ajenas a la cultura de la nación. El ideal del “hombre perfecto” debe ser entendido como un horizonte hacia donde caminar, no como un objetivo alcanzable.
Por ello dice en otra parte, argumentando desde su patria que «La nación alemana hasta ahora ha estado siempre de hecho en relación con el progreso de la especie humana en el mundo moderno. Hay que aclarar aún algo más de la observación que hemos hecho acerca del proceso natural que esta nación ha seguido a saber: en Alemania toda formación ha partido del pueblo». La importancia que le otorga a la cultura popular me lleva a pensar en la necesidad de una educación que se sostenga en valores como la de: «Los alemanes que se quedaron en la patria habían conservado las virtudes extendidas ampliamente en su tierra: lealtad, sinceridad, honradez, sencillez… Pronto se desarrollaron y florecieron en las ciudades todas las actividades de la vida culta. En ellas nacieron constituciones e instituciones ciudadanas, si bien pequeñas no obstante acertadas, a partir de las cuales se extendió por todo el país una imagen de orden y un amor hacia el pueblo».
Siguiendo esta línea de pensamiento deberíamos detenernos a pensar si la influencia, determinante hoy en las “capas cultas” de nuestra sociedad, del pensamiento económico de origen anglosajón, distante de lo alemán, no invierte el orden del planteo. Primero “desarrollar” lo económico para después estructurar la nación en torno a sus resultados. Como si este pensamiento no contuviera ya valores que sabotean la posibilidad de constituir una comunidad organizada. “El hombre que va al mercado a maximizar sus beneficios está muy lejos de preocuparse por el bienestar del conjunto”. Ese curso de acción es advertido por Fichte y por ello señala que: «Es ese período único de la historia alemana en que esta nación consigue esplendor y fama al nivel que le corresponde como pueblo originario; a medida que la codicia y ansia de poder de los príncipes va destruyendo este esplendor y pisoteando la libertad, se va hundiendo paulatinamente la totalidad y a abocando al estado actual».
Invito al lector a traducir a términos de la historia de Argentina, o de la América toda, cambiando los personajes y la época, pero reteniendo la esencia del proceso, para comprender en parte lo que nos sucede. La doctrina económica que recibimos de los clásicos, Smith, Ricardo, entre otros, se elaboró sobre la historia que escribía Inglaterra del siglo XVIII y principio del XIX, después del impacto de la Revolución industrial. La expansión de ultramar, el dominio de los mares que resultaba al mismo tiempo el dominio de los mercados exteriores la colocaba en un plano de privilegio. Sostenida por ese proyecto de poder la doctrina económica no hacía más que legitimarlo y proyectarlo hacia el futuro. El problema no radica en ellos sino “en la codicia de nuestros príncipes locales” que se unieron a ese proyecto de dominación. Sus nietos enseñan en nuestras universidades.
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