jueves, 22 de noviembre de 2007

Las dudas de mi ignorancia

Yo me sentía seducido por el desarrollo del tema tal como lo exponía Smith, me sonaba a cierta música celestial. Todos los hombres cumplían con su deber, hacían lo mejor que podían y ponían lo mejor de sí para satisfacer del mejor modo posible las necesidades de los demás. Si bien esto no impedía que cada cual velara por su interés personal, al contrario ello era necesario para un mejor funcionamiento del mercado, dado que así todos saldrían satisfechos con la conciencia del deber cumplido y con el bolsillo lleno con sus ganancias. Nadie salía disconforme ni daba lugar a conflictos. “Todos eran felices”, me sonaba a final de cuento infantil.
Volví a encontrarme con mi viejo profesor y le manifesté mis dudas. Le pregunté si en la Inglaterra del siglo XVIII no había gente mala que pudiera dar lugar a disturbios o a pretender quedarse con lo que no era de ellos. Me tranquilizó afirmando: “Hombres así ha habido en todas partes, por lo menos desde que hay historia escrita. Por tal razón, si bien Smith apela a la conciencia moral de los hombres postula también la necesidad de la presencia del Estado, y a su fuerza policial para recomponer el orden allí donde fuera alterado, vea como lo dice: «Si un soberano se ve sostenido, no sólo por la aristocracia del país, sino por un ejército permanente y bien disciplinado, las protestas más anárquicas, infundadas y violentas no le causan la menor inquietud. Puede tranquilamente despreciarlas o perdonarlas»”.
Me aclaró: “Si bien ningún funcionario debe inmiscuirse en el libre funcionamiento del mercado, como ya le leí el otro día, esto no significa que todo el sistema productivo y de cambio en el mercado no esté protegido por la fuerza del Estado. Éste es el que debe velar, como dice Smith, por el cumplimiento de los contratos, sobre todo el que se realiza entre el trabajador y el capitalista, y por la protección de la propiedad privada, sin la cual no hay mercado capitalista”.
Partiendo de lo que sucede hoy en las relaciones laborales, entre el que compra la mano de obra y el trabajador, y dadas las disparidades de fuerza y poder entre unos y otros, me atreví a plantearle otra duda. Dije que lo que yo observaba era que los fuertes se aprovechan de los débiles en la fijación del precio de la mano de obra, y que el Estado no interviene, o lo hace poco, en esos contratos que, por regla general, benefician al contratante.
Me contestó el profesor: “El tema de las necesidades de los trabajadores lo trata como un problema al final de su estudio, no es para él un tema relevante. Smith sostiene que debe pagarse respetando un límite «lo necesario para el propio sustento». Pero esto lo soluciona remitiendo el tema a la «armonía del mercado». Sin embargo Smith no ignora que «en ciertos lugares mueren los niños antes de la edad de cuatro años, esta gran mortalidad se advierte generalmente entre los niños de las clases bajas, en las cuales la mortalidad es todavía mayor». Sin embargo, estos problemas, lo que podríamos denominar los resultados no armoniosos, no pueden ser solucionados por el hombre porque superan el conocimiento humano sobre la totalidad del mecanismo y su saber es finito. La «mano invisible» se encargará de ello”.
Ya había comprendido hasta donde llegaba Adam Smith, no alcanzaba, por lo que debería seguir estudiando.

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