En esta nota propongo mirar el problema de la comunicación de masas desde otra óptica. Para ello voy a recurrir a un texto de algunas décadas atrás de un agudo analista, Umberto Eco, que abordó el tema con una notable originalidad. Recurre a un hecho de la década del cincuenta para mostrar la importancia de los medios respecto al ejercicio del poder en los países desarrollados: «Basta que un país haya alcanzado un alto nivel de industrialización para que cambie por completo el panorama: el día siguiente a la caída de Kruschev fueron sustituidos los directores de Izvestia, de Pravda y de las cadenas de radio y televisión; ningún movimiento en el ejército. Hoy, un país pertenece a quien controla los medios de comunicación». Está hablando de la Rusia soviética, que del mismo modo que en otros países un golpe de Estado comienza con la ocupación de todas las sedes de los medios de comunicación. Dice que ha quedado atrás la importancia de las armas, ya no es necesario controlar las fuerzas armadas y a la policía. «No estoy diciendo nada nuevo: no sólo los estudiosos de la comunicación, sino también el gran público, advierten que estamos viviendo en la era de la comunicación». Cita luego al profesor Marshall McLuhan: «la información ha dejado de ser un instrumento para producir bienes económicos, para convertirse en el principal de los bienes. La comunicación se ha transformado en industria pesada».
Esto lo lleva a insistir en la afirmación siguiente: «Cuando el poder económico pasa de quienes poseen los medios productivos a quienes tienen los medios de información, que pueden determinar el control de los medios de producción, hasta el problema de la alienación cambia de significado». Esto le permita avanzar hacia una nueva interpretación del proletariado, ya no como la clase trabajadora de las industrias, sino como un público universal subordinado al control de una red de comunicaciones que abarca al globo entero. La capacidad alienante de la red no depende de quienes sean sus propietarios, sino de la capacidad uniformante que la red global que, en su calidad de tal, provoca. Por ello lo que convierte en temible la capacidad condicionante que los medios poseen no depende del poder económico de los propietarios de ella. Es en los efectos que la comunicación de la red de información produce como un centro que emite un mensaje uniforme para todos. Esto es lo que conforma lo que podríamos denominar un proletariado de la mediatización.
El mensaje no repara en la diferencia entre distintos sectores sociales o territoriales, en niveles de educación diferentes, en clases sociales en conflicto. La afirmación de Eco puede parecer extraña, leámosla: «la libertad del que emite el mensaje (escrito, hablado, etc.) ha terminado: los contenidos de éste no dependen del autor, sino de las determinaciones técnica y sociológicas del medio». Nos está llamando la atención sobre un tema que no está debidamente señalado por los analistas, que se puede enunciar de este modo: el mensaje escrito o el radial debe respetar las características del medio por encima de lo específico de lo que se pretenda decir; otro tanto si es la televisión, el medio en el que la imagen adquiere una importancia excluyente. Por lo tanto deberíamos advertir que un mismo mensaje variará según sea el medio. Tal vez, el tema aparezca como demasiado técnico, pero nos permite comprender que el periódico, la radio o la televisión son lo que son no porque sus respectivos responsables hagan de éstos lo que les parece, sino porque esos medios imponen por sus características los modos y la calidad del mensaje.
Me atrevo a decir que la tilinguización o farandulización es un modo de la comunicación que privilegia la televisión como medio, aunque algo pueda hacerse en los otros. En cambio la comunicación coloquial, de temas que exijan una atención especial por su profundidad o su complejidad requiera de la comunicación escrita. La radio, como modo intermedio, recupera algo de la calidad de lo escrito y permite una atención que no impide estar haciendo otra cosa por parte del receptor. El mensaje, entonces, adquirirá la característica que el medio impone. Creo que es muy importante lo que nos señala Eco. Si es la técnica del medio lo que condiciona el mensaje hoy, unas décadas después de que nuestro autor publicara esto, esas características han sido exacerbadas en su utilización educando al receptor para aceptar mansamente, y hasta entusiastamente, el mensaje que recibe. Lo cual desmiente, en mi opinión, que los medios brindan nada más que lo que el público reclama. Esto oculta la larga y tenaz tarea de las últimas décadas en la que esos medios fueron acondicionando las capacidades receptivas y educándolas para servirse de ellas. El rating da muestra de ello.
Mi condición de educador me pone año a año ante jóvenes largamente educados por los medios, fundamentalmente por la televisión, y debo comprobar con profunda tristeza esos resultados: dificultad para pensar en forma abstracta, para estar largo tiempo leyendo, para comprender lo que leen, etc. El problema de la educación no reside sólo en el sistema, éste se ve invadido por las consecuencias de la educación social.
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