Lo que estamos intentando dilucidar, en pocas palabras, es que el legado de la educación superior, tiene raíces muy profundas y son morales, no comerciales. Es una perspectiva particularmente importante en una sociedad globalizada, colonizada por la importancia de los bienes materiales, en la que no sólo la libre circulación de ideas está siendo reemplazada por ideas administradas por los medios dominantes, sino que las ideas críticas cada vez se ven más como banales, cuando no reaccionarias, o simplemente se descartan.
El problema de hoy, en nuestro país, es que de la democracia se habla mucho pero se piensa poco en como debe ser construida cada día por todos los ciudadanos. La democracia plantea demandas cívicas a sus ciudadanos y esas demandas apuntan a la necesidad de una educación de base amplia, crítica, humanística, que no se someta al imperio de lo técnico, y que apoye valores cívicos significativos, la participación en el autogobierno y en el liderazgo democrático. Acá aparece la necesidad de una universidad humanista que sólo a través de una cultura educacional semejante, formativa y de educación crítica, pueden aprender los estudiantes. No es lo mismo un técnico muy bien formado para dedicarse a su tema específico que se desentienda de la importancia de involucrarse en la resolución de los problemas de su comunidad. La formación técnica, necesaria, no debe soslayar lo humanístico, puesto que primero está la libertad para la vida de todos, y después los problemas que deben ser resueltos sin atentar con la democracia para todos. Esto no lo hace el mercado.
Giroux aporta:
Es importante insistir en que como educadores preguntemos, una y otra vez, cómo es posible que la educación superior pueda sobrevivir como esfera pública democrática en una sociedad en la cual su cultura cívica y sus modos de lectura crítica colapsan, mientras se hace cada vez más difícil distinguir la opinión y los estallidos emotivos de un argumento sustentado por un razonamiento lógico. De igual importancia es la necesidad de que educadores y jóvenes encaren el desafío de la defensa de la universidad como un ámbito público democrático. Tony Morrison tiene razón cuando argumenta: «Si la universidad no toma seria y rigurosamente su papel como guarda de libertades civiles más amplias, como interrogadora de problemas éticos más y más complejos, como sirvienta y preservadora de prácticas democráticas más profundas, algún otro régimen o combinación de regímenes lo hará por nosotros, a pesar de nosotros y sin nosotros».
El tema de la formación ciudadana, que muestra tener muy poca importancia en las altas casas de Estudio, obliga a darle mucha mayor importancia a la formación humanística y a las ciencias sociales. La defensa de las humanidades, como el Dr. Terry Eagleton ha argumentado recientemente:
Significa más que ofrecer un enclave académico para que los estudiantes aprendan historia, filosofía, arte y literatura. También significa subrayar cuán indispensables son esos campos de estudio para todos los estudiantes, si han de ser capaces de reivindicar de la manera que se sea que son agentes individuales y sociales críticos y comprometidos. Pero las humanidades hacen más. También suministran el conocimiento, las aptitudes, las relaciones sociales y los modos de pedagogía que constituyen una cultura formativa en la cual se puedan aprender las lecciones históricas de democratización, se puedan encarar concienzudamente las demandas de responsabilidad social, se pueda expandir la imaginación y se pueda asegurar el pensamiento crítico.
Podríamos decir, a riesgo de parecer una exageración, que necesitamos una revolución permanente respecto al significado y propósito de la educación superior, en la cual los profesores estén más que dispuestos a ir más allá del lenguaje de la crítica y un discurso de indignación moral y política, tal como sea necesario para una defensa sostenida individual y colectiva de la universidad como un ámbito público vital para la propia democracia. Es decir se hace imprescindible una “revolución cultural” sabiendo que sus batallas serán muchas a desarrollarse en un tiempo prolongado. Volvamos a Giroux: «Un debate semejante es importante para defender la educación superior como un bien público y financiarla como un derecho social. Más importante aún es que tal debate representa una intervención política crucial respecto al sentido del futuro de toda una generación y de su papel en él». El profesor Stefan Collini de Cambridge agrega: «Los estudiantes no son consumidores; son ante todo ciudadanos de una democracia potencialmente global y, como tales, se les debería proveer la gama total del conocimiento humano, del entendimiento y de la creatividad –y asegurar de esa manera que tengan la oportunidad de desarrollar todo su potencial intelectual y creativo, independientemente de la riqueza de su familia»
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