Los que hemos pasado el punto de inflexión de la curva de la vida tenemos una tendencia a creer que “todo pasado fue mejor”. Una expresión que horroriza a los jóvenes es “¡Qué tiempos aquellos!” Mostramos, en ese modo de pensar y sentir, una tendencia melancólica que confunde los tiempos de nuestra juventud, pletóricos de vida, con los tiempos históricos. En éstos los procesos se deben apreciar y comprender dentro de la parábola que describen los procesos civilizatorios. Así, no son los mismos tiempos los que se viven en los inicios de esos procesos, con mucha pujanza y certeza de que se han resuelto todos los problemas de la etapa anterior. En esos momentos históricos prevalece la certeza de que ha comenzado una etapa de progreso indefinido que, poco a poco, se irá aproximando al reino de la felicidad. Después se llega a la maduración de esa etapa de la historia en que se va adquiriendo una cierta calma, una actitud más comprensiva de las finitudes humanas. Muchas cosas son posibles, pero no todas, se dice con algo de sabiduría.
Y, finalmente, se transita por la etapa de la decadencia de esa cultura en la que se percibe cuántas de aquellas hermosas intenciones quedaron en el camino, cuántas frustraciones se han acumulado en el alma. Es, entonces, cuando un tibio escepticismo se anida en la conciencia, pero con un talante de “claro realismo”. Como demostrando que “uno ya ha aprendido y no se engaña fácilmente”. Se mira con condescendencia a aquellos que creyeron infantilmente que era posible un mundo mejor. Y se cita, con aire del que ya se las sabe todas, a Discépolo: “me he vuelto pa’ mirar y el pasao me ha hecho reír, las cosas que he soñao, ¡me cache en die qué gil!”.
La última etapa es la más triste, el escepticismo ya es un frío sentimiento que se afirma en la certeza de que todo idealismo no fue más que vanas ilusiones de quien ha querido creer, incapaz para ver la realidad “tal cual es”. Entonces ya entona con toda amargura: “Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé”. Siempre ha sido así y no hay Dios que lo cambie. Y si hay un Dios se le puede decir, desgarradamente: “El seguirte es dar ventaja”. Estamos ante el espectáculo decadente de la pérdida de la creencia en los valores, ya nada vale la pena, y “cada cual atiende su juego”.
¿Para qué me mandé toda esta parrafada? Para que sepan que “Chiquito Reyes no es ningún gil”. Yo no me engaño fácil y tengo el ojo siempre abierto para ver que pasa a mi alrededor. Por eso qué me vienen con que hay tanta corrupción, que nunca como ahora se ha robado tanto. Maestros de este tema hemos tenido y de los grandes. Ya en los comienzos tuvimos al muy admirado Don Bernardino, el del sillón, que hizo maravillas con el primer empréstito, ese sí que fue de avanzada, un pionero. Más tarde vino Don Julio, el general, que salió de safari por la provincia de Buenos Aires y repartió hectáreas a manos llenas (claro, entre sus amigos, como debe ser). Lo siguió el otro Julio, el doctor, que arregló con don Runciman, el inglés, algunos dinerillos. Y sierro, para no cansar, con Don José, el estanciero de la hoz, que la primera medida de gobierno que tomó fue eliminar el impuesto a la herencia, porque tenía que arreglar un tema familiar.
Así que hoy hay corrupción. ¡Por favor! Corruptos eran los de mis tiempos.