La corrupción no es un mal que haya aparecido hace un tiempo. Es un problema que lleva siglos en esta humanidad débil. Probablemente desde la aparición de este “homo sapiens-sapiens” que somos nosotros, equivale a decir unos quince o veinte mil años o, tal vez un poco más, pero por allí. Alguno podrá sorprenderse por la cifra, pero debe ser colocada dentro de la historia del hombre, unos dos millones de años. Alguna pista podemos encontrar dentro de la tradición judeo-cristiana, que está en la base de la cultura occidental moderna. No debe confundirse con una muletilla de hace unos treinta años que repetía que “somos occidentales y cristianos” y predicaban de noche con las armas en la mano.
Los rabinos de hace unos tres mil años tuvieron la intuición de que algo debió haber pasado para que el mal existiera sobre la tierra. No podía ser creado por Dios, porque éste era bueno. No podía ser la consecuencia de la existencia de un dios del mal, porque había un solo Dios. Por lo tanto, miraron en derredor y vieron a los hombres, ellos mismos. Por lo tanto, algo había pasado en ellos para que vivieran del modo en que lo hacían. Recordemos que estamos ya en épocas de Salomón (el que se hizo famoso por las minas), que éste era un rey que construyó palacios, templos, ejércitos, trajo esposas de Egipto, etc. Y como dijo el filósofo Barrionuevo “nadie se hizo rico laburando”. Por lo tanto, si tenía tanto ¿cómo lo había conseguido?
También veían los rabinos que había mucha pobreza, mucha explotación, mucha desigualdad, y al mismo tiempo, oían a los profetas advertir: “Acuérdate Israel que tú también fuiste esclava”. Les recordaba que por ello unos siglos antes habían huido de Egipto y al llegar a las tierras de la Palestina (¿justo allí tuvo que ser?) se había realizado el Pacto de la Alianza (cualquier parecido con nuestra Argentina es mera coincidencia). Por este Pacto se había adoptado el Decálogo como regla de vida comunitaria. Pero, como en estos tiempos, en aquellos esto no se cumplió, a pesar de que todavía no se habían inventado los abogados. Se les hacía evidente que la “carne es débil” y las tentaciones muy fuertes. Entonces construyeron un relato que catorce siglos después san Agustín denominó “el pecado original” (en el texto hebreo no existe la palabra pecado, se habla de errar el camino). ¿Qué nos dice hoy el relato?
Nos cuenta que durante mucho tiempo los hombres y mujeres (en plural: Adam y Eva son sustantivos colectivos, ver El Libro del Pueblo de Dios) vivían en paz recogiendo alimentos en el Jardín del Edén. Este Jardín se hallaba ubicado entre los ríos Éufrates y Tigris. Los muy cristianos soldados del muy cristiano Busch, que parece leen otra Biblia, fueron a destruir lo que quedaba del Edén, no sea cosa que los hombres pretendan volver a esa tierras y ser felices. Pero, como en los mejores cuentos, un día se les apareció la tentación encarnada en una serpiente que les propuso hacer justo lo que no se debía hacer, violar la ley. Esta violación convertiría a los hombres en dioses y quien se puede resistir a tamaña tentación. Así fue que, como dijo Vacarezza “entró la envidia a roer”, y se terminó la paz, la armonía y la felicidad. Fueron expulsados del Jardín y tuvieron que empezar a trabajar. (Continuará)