Necesitamos sacudir nuestro espíritu nacional en esta semana maya. No hace tanto tiempo corría una advertencia ante el peligro en que se encontraba nuestra Nación. Esto iba acompañado de denuncias sobre la gama de problemas que nos embargaban, problemas que de algún modo todos conocemos, pero que sorprende a la mirada del extranjero la impasividad con que los padecemos y sobrellevamos. Pareciera que el sólo verlos no alcanza para que sintamos la imperiosa necesidad de hacer oír nuestra palabra, la de todos, y comprometernos en las propuestas y acciones necesarias que deben seguir a las denuncias.
Pareciera que el dolor de tanta sangre vertida inútilmente en nuestra historia, pasada y presente, no basta. Digo sangre y no debe leerse en clave blumberiana. Todos los días, todavía, se producen muertes evitables, se siguen desnutriendo niños, siguen abandonando el colegio, etc. Debemos abrir los ojos a tiempo: una sorda guerra se está librando en nuestras calles, la peor de todas, la de los enemigos que conviven entre nosotros y no se ven. Los que lucran con la decadencia, aunque se llenen la boca con grandes palabras.
Nos encontramos ante una oportunidad histórica, como no se había dado en los últimos treinta años. Estamos ante la posibilidad de refundar nuestro vínculo social, de reconstruir los lazos fraternales. Es posible que todo esto pueda sonar a delirio romántico, pero creo que si no modificamos el modo de pensar, si no nos alejamos de la necesidad de soluciones inmediatistas, si no levantamos la mirada hacia un horizonte más lejano, poco es lo que podemos esperar de nuestra Argentina. Digo nuestra porque no es de los dirigentes políticos, empresariales, sindicales, eclesiásticos, etc. Es nuestra. Como reza una frase de moda hoy: “Argentina somos todos”. No importa con que intención la pongan, hagámosla nuestra, de todos.
La gran dificultad que debemos enfrentar es la renuncia a querer tener toda la razón; a mantener las privilegios; a la vida y la renta fácil,... con el grave riesgo de seguir tinellizándonos. Se percibe en nuestra patria una sensación de hartazgo, por una parte, y de esperanza, por otra. Hoy la consigna ya no puede ser “el pueblo quiere saber de que se trata”, hoy debemos reclamar la participación en la cosa pública y definir lo que se debe tratar. La conmemoración de aquel 25 de Mayo, es una oportunidad más de memorar con los otros, partiendo de las cosas pendientes que todavía no solucionamos y agregando las que el tiempo fue acumulando. El presidente nos recuerda que “todavía estamos en el infierno”. Lo que debemos decirnos, los unos a los otros, que del “infierno” no nos sacan “los demás”. Tal vez ellos puedan salir, y no hay duda de que muchos salían mientras nos metían a todos dentro. De allí se sale tomados de la mano con el propósito de construir una nación que contenga a todo su pueblo.
La esperanza sigue estando al alcance de nuestras manos, porque sobran energías y voluntades dispuestas a un sacrificio más, pero al servicio de recuperar la felicidad perdida y los derechos abandonados en el camino, bajo los argumentos falaces de que "atraería los inversores", que generarían trabajo. Y la confianza se fortalece al recordar que la historia nos enseña que muchos pueblos que tocaron fondo, al que nosotros no llegamos, se levantaron de sus ruinas y abandonaron sus mezquindades. Esto no se logra en plazos inmediatos, pero podemos ponernos en camino. Hay que dar lugar al tiempo y a la constancia organizativa y creadora, y dedicarnos a la acción firme y perseverante. No todo está perdido, pero no nos sobra el tiempo. No queda lugar para demoras ni dilaciones. La patria nos convoca a convertirnos en una Nación. Pongamos como meta el bicentenario para celebrar todos juntos un paso hacia delante, para todos y entre todos.