Las últimas décadas nos han mostrado que el capitalismo mundial, de tanto en tanto, nos depara algunos sustos. Nuestro desconocimiento de los vericuetos de estos procesos económicos y financieros nos impide tomar una posición que nos coloque en una actitud de defensa. Como no sabemos qué pasa no podemos saber de qué debemos preocuparnos. Por ello una sensación gris nos embarga. Pero, sospecho que la repetición nos va acostumbrando a sobrevivir estas circunstancias con una aceptación cansina. El Dr. Juan Torres, profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga dice: «La gente normal y corriente suele tener una idea bastante difusa de las cuestiones económicas. Como los grandes medios de comunicación las presentan de forma oscura e incomprensible la mayoría de las personas piensa que se trata de asuntos muy complejos que solo entienden y pueden resolver los técnicos muy cualificados que trabajan en los gobiernos o en los grandes bancos y empresas. Y siendo así, es también normal que se desentiendan de ellos», afirmación que parece coincidir con mi sospecha.
Él sostiene que también contribuye a ello el que no se proporcione a los ciudadanos información relevante sobre lo que sucede en relación con las cuestiones económicas. «Todos oímos en los noticieros de cada día, por ejemplo, cómo evoluciona la bolsa, las variaciones que se producen en el índice Nikei o los puntos de subida o bajada de unas cuantas cotizaciones pero casi nadie los sabe interpretar ni nadie explica de verdad lo que hay detrás de ellos». Por lo que este juego perverso de informarnos a sabiendas que ello no nos dice nada es un modo de mentirnos aunque los datos sean correctos. Gracias a eso, los que controlan los medios de comunicación (propiedad a su vez de los grandes bancos y corporaciones) hacen creer que informan cuando lo que hacen en realidad es lo peor que se puede hacer para lograr que alguien esté de verdad informado: «suministrar un aluvión indiscriminado de datos sin medios efectivos para asimilarlos, interpretarlos y situarlos en su efectivo contexto. Nos ofrecen sesudas e incomprensibles declaraciones de los ministros y presidentes de bancos pero no proporcionan criterios alternativos de análisis y, por supuesto, presentan siempre el mismo lado de las cuestiones, como si los asuntos económicos solo tuvieran la lectura que hacen de ellos los dirigentes políticos, los empresarios y financieros más poderosos o los académicos que cobran de ellos para repetir como papagayos lo que en cada momento les interesa. Lo que está ocurriendo en relación con la actual crisis es buena prueba de ello».
Es así que nos movemos frente a información contradictoria: primero decían que no había que preocuparse con los sacudones del mercado, que no era para tanto y que no convenía “exagerar”. Y todo ello mientras al mismo tiempo se estaba informando de que algunas de las entidades financieras más grandes del mundo estaban quebrando o cuando los bancos centrales estaban inyectando en los mercados cientos y cientos de miles de dólares, realizando así la intervención en los mercados financieros quizá más grande de toda la historia. «Luego decían que era solo una crisis de liquidez que tendría un desarrollo fugaz, que pasaría pronto. Yo mismo, que soy probablemente el más modesto de los analistas económicos, escribía en agosto que eso era mentira, que nos encontrábamos con toda seguridad ante una crisis de solvencia. Ahora leo que la Reserva Federal (en donde se supone que están los economistas mejor informados del mundo) se ha dado cuenta de eso: ¡cinco meses después que yo!»
Por momentos la información sobre economía parece una reflexión metafísica de la más alta abstracción: «Para engañar a la gente suelen hablar “de los mercados”. Como si los mercados pensaran, tuvieran alma y preferencias, decidieran o resolvieran por sí mismos». Pero para que existan los mercados (que no son otra cosa que personas que se comunican para comprar, vender, incluso especular) y para que funcionen de cualquier manera que sea, más o menos eficazmente, es necesario que haya normas. Y esas normas no las establecen para sí mismos los mercados sino los poderes públicos a través del derecho. Las normas jurídicas son las que permiten que en los mercados se pueda llevar a cabo un comportamiento u otro, las que favorecen que existan o no privilegios en las transacciones, las que dan poder a unos agentes en detrimento de otros.
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