En una nota anterior había comenzado a trazar algunas líneas sobre como se percibía ayer y como se percibe hoy la idea de futuro. Para ello me había apoyado en Nicolás Casullo y sus reflexiones sobre el tema, voy ahora a seguir con él.
El peso de la cultura europea, y también no poco de la estadounidense, nos va arrastrando a mirar nuestras vidas con el prisma de ellos, lo cual nos induce a tener una percepción de los futuros posibles que no necesariamente deben ser el nuestro. El agotamiento de aquellas sociedades, de sus culturas, por motivos diversos que no caben en una nota, los coloca ante la vivencia de un ocaso que corresponde con sus más y sus menos a sus realidades: social, política y cultural (¿y económica?). Pero ello no debiera hacernos ver ese futuro como propio, porque no lo es, pero ello requiere serias reflexiones sobre quiénes somos.
Desde esta percepción se puede comprender que prácticas sociales que pasan por ser un anticipo de nuevos mundos se nos presenten como un futuro aceptable para nosotros. La familia es uno de esos temas. No faltan entre nosotros esos brillantes periodistas y agudos comentadores de los medios que hablan, con aire académico, de la desaparición de la familia tradicional. Se habla entonces de nuevos modelos de familia que no son más que el resultado del desgaste y del individualismo de la conciencia del hombre del norte. En cambio entre nosotros, más latinos, no faltan las discusiones y las peleas familiares pero los lazos son tan profundos que se mantienen sólidos a pesar de ello. En aquellos parajes sucede otra cosa.
Dice Casullo: «En un mundo pensado en función de hombres y de mujeres aislados, la soledad ocupa un rol protagónico. Si nos fijamos en las formas de este modelo, aparece el loft como el tipo de casa ideal. ¿Y qué es un loft? Un lugar sin paredes ni divisiones: no hacen falta porque sólo vive allí una persona que de vez en cuando recibe a alguna pareja para un amorío sin compromisos. Algo más parecido a una conducta de higiene sexual que a una relación en el sentido clásico. Es una forma de vida despojada de sentimientos, tal como la presentan algunas películas de Hollywood que exhiben modelos exitosos a nivel económico. Se privilegia la realización profesional y la alta competitividad». Así lo impone una cultura que hace de lo que llaman éxito el objetivo supremo de la vida.
Continúa pensando en que hay cosas que no funcionan en el modelo que algunos quieren importar: «Hay algo que no cierra en esta sociedad que ha empezado a nacer. Tiene que ver con la relación del hombre con la pareja, con los hijos, con los padres y con la forma de manejarse frente a la decadencia y a la muerte. Estamos en una etapa problemática para los vínculos. Los viejos van al geriátrico porque es imposible cuidarlos en casa; los adolescentes drogadictos se internan en granjas de recuperación. Mientras tanto, las enfermedades se detectan antes y produce cierto escozor convivir con el peligro a los ataques al corazón, al cáncer, a la obesidad. Es una dinámica que nos envuelve. Hoy parece haber una incapacidad del hombre para pensar el futuro en clave humana. Así, mucha gente siente que es víctima y no protagonista de su vida; intuye que el mundo le pasa por encima sin brindarle un lugar donde agarrarse».
Cuánto de toda esta influencia de males ajenos comenzamos a vivirla como si fueran propios. Cuánto de una admiración exagerada y sin mucho fundamento por las maravillas del primer mundo, incentivado por los medios, hacen que veamos felicidad donde hay mucho más sufrimiento del que nos muestran. Si todo ello se convirtiera en una reflexión cotidiana y compartida con nuestra gente, si nos preguntáramos acerca de esas cosas y debatiéramos entre nosotros es probable que el futuro comenzara a significar otra cosa, que este deprimente modo de asustarnos y correr a cobijarnos.
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