El lenguaje tiene la importantísima cualidad de comunicarnos, es decir de hacer posible que mediante palabras significativas un interlocutor comprenda lo que quiero decir. Sin duda, este simple esquema que supone el emisor de un mensaje y un receptor del mismo, no alcanza para analizar las comunicaciones dentro de un mundo tan complejo como el actual. La teoría de la comunicación le agregó a este esquema el concepto de “ruido” para hacer referencia a las constantes interferencias que la comunicación padece. Los llamó ruidos extrayendo una metáfora de las antiguas trasmisiones radiales que recibían constantemente interferencias de se tipo. Entonces, debe entenderse por ruido toda dificultad que se presente en la comunicación de un mensaje a un receptor cualquiera. Esto vale para la palabra hablada, la escrita o para la imagen que contiene un mensaje. Es que la complejidad de la comunicación reconoce otra faceta como es la posibilidad de que un mensaje pueda ser interpretado de diversos modos.
Es que la palabra está cargada de significaciones, muchas veces un tanto ambiguas, que permiten esas variadas interpretaciones que dan lugar a que el mensaje pueda no ser recibido en el mismo sentido que quiso expresar el emisor. Dado el problema en que nos han metido unos señores que operan desaprensivamente en las bolsas del mundo, que vienen operando de este modo por lo menos desde hace más de treinta años, debemos someter a análisis la palabra “burbuja”. El diccionario dice al respecto: «Glóbulo lleno de aire u otro gas que sube a la superficie de los líquidos en estado de ebullición». Una primera consideración de sentido común es que toda burbuja estalla, puesto que la fina capa que encierra el aire soporta hasta una determinada presión, más allá de la cual se deshace. Una segunda es que emerge en estado de ebullición, no en cualquier momento. Los economistas que han utilizado esta metáfora (recordemos al Sr. Alan Greenspan como advertía sobre los riesgos de la burbuja de los “punto com”.) parecen desconocer que toda burbuja estalla en algún momento más o menos previsible. ¿Cómo explicar entonces que sigan insuflando la burbuja hasta más allá de ese punto previsible?
Hasta hace unos pocos meses atrás se formuló una hipótesis sobre los precios de los comodities en los que se podía detectar una cuota nada despreciable de especulación financiera incidiendo en esos precios. En un contexto de híper-liquidez global, como el que había en ese entonces, en el que los inversores huían de diversos mercados (acciones, bonos corporativos y los nefastos títulos respaldados por deuda hipotecaria), la evidencia sugería que grandes sumas de capitales especulativos se habían volcado a los mercados de commodities. Según el “finado” Lehman Brothers, no era sencillo precisar el monto de capitales invertidos en commodities, pero las estimaciones los ubicarían en un rango de entre 150.000 y 270.000 millones de dólares. Standard & Poor´s (otra buena), por su parte estimaba que en el primer bimestre de 2008, el flujo de fondos que ingresó a los mercados de commodities fue de 40.000 millones (con los agrícolas como destino favorito). Se estaría hablando entonces de un aumento de entre 15% y 25% en los dos últimos meses en la inversión especulativa en comodities, una magnitud que sin dudas era capaz de descalabrar el balance entre demanda y oferta en cualquier mercado.
La necesidad de hacerse de dinero (todo electrónico, por supuesto) para intervenir en la inflación de burbujas dio por resultado este estallido. ¿No era previsible que esto fuera a ocurrir? Pero hay una muy vieja condición que en algunos hombres se encuentra sobrepotenciada: la codicia, y ésta tiene la capacidad de cegar hasta a los más inteligentes.
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