Decía antes que la crisis que nos envuelve tiene la facultad de habilitarnos a pensar hacia mañanas diferentes, pero sólo en la medida en que nos permitamos hacerlo. Para ello debemos comenzar a pensar en términos de estructuras amplias y no desde las circunstancias cotidianas que nos arrastran en el fragor de las subas o bajas de las Bolsas del mundo. Este vaivén de los precios es también el resultado de la desorientación y la impotencia en la que se encuentran sumergidos muchos de los actores de este juego de casino. Por lo tanto, creo necesario arriesgarnos en la aventura de analizar los grandes procesos, aun con la conciencia de no contar con toda la información necesaria, y de que parte de la que disponemos se encuentra distorsionada por los que nos la proveen, los medios de comunicación.
Partiendo de la tesis de que la crisis financiera, resultado de un largo proceso que reconoce no menos de tres décadas de funcionamiento de lo que Susan Strange denominó en 1986 el “capitalismo casino”, es de una envergadura con pocos antecedentes. Se impone, como señala Carlos Gaveta de Le Monde Diplomatique, asumir que: «exhibe los síntomas de una fase decisiva» que empuja hacia dos salidas posibles: «o se arbitran medidas de control y distribución severas, o el mundo seguirá deslizándose por la pendiente hacia el caos, la violencia y la anarquía. Pero aunque se lograse evitar un desplome brutal, el mundo entero deberá afrontar un largo periodo de serias dificultades: Estados Unidos, la Unión Europea y Japón ingresan en una recesión durable. Con inflación además, debido al aumento de los precios de los alimentos y la energía, entre otros».
Todo ello se vienen dando dentro de un marco en el que la sociedad capitalista encontró varios atajos para llegar a una disminución de los costos de producción, siempre en la búsqueda de la maximización del lucro: a.- el avance tecnológico posibilitó la automatización de muchos procesos y su correlación en la necesidad de disminuir la mano de obra ocupada; b.- la deslocalización de la producción con la expectativa de encontrar lugares de menor costo salarial e impositivo, y de poco o nulo control de la seguridad del trabajador; y c.- el alejamiento de los países donde la regulación impone costos mayores. Todo ello dio como resultado un aumento de la producción y de la productividad con una cada vez menor necesidad de trabajo humano.
La consecuencia obligada de todo ello, que vienen reflejando los informes del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, es una distribución injusta de la riqueza que avanza en proporciones alarmantes. El ministro de Trabajo de Alemania, Olaf Scholz, hizo público un documento oficial que muestra claramente todo esto: el aumento de la pobreza y de la riqueza, simultáneamente y resultado del mismo proceso. «El 13% de los alemanes vive hoy bajo el nivel de pobreza, mientras otro 13% no es considerado “pobre” porque recibe asistencia del Estado». Equivale a decir que el país que a fines de los ochenta hacía ostentación de un capitalismo distribuidor, con fuerte presencia del Estado en la protección social, y de plena ocupación, hoy reconoce que un cuarto de su población está desempleada. Si bien la mitad recibe un salario de desempleo este ha disminuido con respecto al de tiempo atrás. Otro tanto podría decirse de los demás países centrales, a lo que debe agregarse lo que se viene.
Gaveta pronostica: «En pocos años más las “deslocalizaciones” habrán agotado los salarios más bajos del último confín del planeta y la puja entre la tasa de ganancia capitalista y el precio del trabajo se hará permanente. Las tasas de marginalidad continuarán aumentando, con la consiguiente situación de conflicto sistemático e ingobernabilidad». Por ello se muestra mesuradamente esperanzado en que los cambios necesarios sean aceptados por todos: «Es importante que al menos parte de los sectores que hoy se oponen ferozmente a esos cambios acaben por comprender que también resultan de su interés». Porque en este camino el riesgo de perderlo todo puede influir en comenzar a negociar una salida menos abrupta.
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