viernes, 7 de noviembre de 2008

Ni crédulos ni escépticos

El mundo, por lo menos el occidental, ha recibido un adoctrinamiento durante las últimas décadas que se propuso convencer a su público, masificado por los medios de comunicación, que el Estado no debía inmiscuirse en los asuntos privados (entendido esto como la actividad productiva, financiera y comercial). Esta prédica era la consecuencia de lo establecido por el Consenso de Washington (donde consensuaron ellos con ellos). Desde la perspectiva que posibilita la distancia histórica, aunque no muy grande no por ello menos educativa, estamos en condiciones de hacer una primera evaluación de esa doctrina.
Lo primero que sorprende es la dualidad del mensaje y de la doctrina que lo sostiene. Debemos remitirnos necesariamente a la situación financiera actual. El libre juego del mercado ha conducido la actividad financiera hacia el abismo. Se podría pensar entonces que como en el mercado libre los actores asumen el riesgo empresario las pérdidas que acumulan sus balances deben ser soportadas por los que arriesgaron. Sin embargo, como ya es público y notorio, pidieron socorro a los respectivos Estados nacionales para evitar la “catástrofe”. Se comprenderá la perplejidad en que se deben encontrar muchas personas como yo. Cuando comenzamos a creerles cambiaron la doctrina. Eso no vale, es como cambiar las reglas del fútbol en la mitad del partido.
En la doctrina lucía con luces brillantes la necesidad de la reducción del papel del Estado en las esferas financieras y económicas, pero esta reducción terminó ahora con medidas claramente intervencionistas para la resolución de los problemas que existen y de los que se avizoran a nivel mundial. Sin embargo, si dirigimos la mirada hacia atrás podemos ver que lo que proclamaban en el discurso no se correspondía con lo que se hacía en los países abanderados en la mencionada campaña doctrinaria. Leamos lo que nos cuenta el profesor Vicenç Navarro, de la Cátedra de Políticas Públicas de la Universidad Pompeu Fabra:
«Esta supuesta reducción del estado durante la época neoliberal (1980-2008), sin embargo, no ocurrió en realidad. En EE.UU., país considerado como la máxima expresión del neoliberalismo, las intervenciones estatales crecieron durante aquella época. El gasto público, por ejemplo, se incrementó notablemente, pasando de representar el 34% del PIB en 1980 al 38% en 2007. El gasto público per capita también subió de 4.148 US $ en 1980 a 18.750 en 2007. Y los impuestos subieron de un 35% en 1980 a un 39% en 2007. En realidad el Presidente Reagan fue el Presidente que subió más los impuestos en tiempo de paz en toda la historia de ese país. Los recortó muy notablemente para el 20% de las familias de renta superior, pero los incrementó para todo lo demás. En resumidas cuentas, no hubo una disminución del papel del estado en la sociedad estadounidense sino un cambio muy significativo de sus prioridades, como lo demuestran los cambios que han tenido lugar en el presupuesto federal durante el periodo neoliberal».
Pero ¿cómo entender esto si nos habían explicado que “había que achicar el Estado para agrandar la Nación”?, salvo que tanto Rehagan como sus sucesores no hayan querido “agrandar la Nación”. Estos datos muestran como el discurso liberal (supuestamente antiestatal) sólo se aplica a cierto tipo de intervenciones: aquellas relacionadas con el bienestar de las personas, primordialmente de las clases populares. No así a la mayoría del gasto e intervenciones públicas que se refieren a los niveles más altos de la población. «Hay pues que señalar que durante el periodo liberal hubo un desfase entre el discurso retórico neoliberal y la realidad. Como bien dijo John Williamson, el intelectual más influyente dentro del consenso neoliberal de Washington “Tenemos que darnos cuenta de que lo que el gobierno federal de EE.UU. predica en el extranjero y lo que hace en casa no son lo mismo”».

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