Nos advierte el profesor Munnigh respecto de las consecuencias que genera un modo de comunicar que opera por saturación, convergencia y confusión de ideas, logrando hacer perder la sensación de realidad. «Mi memoria registra imágenes turbulentas de diversos escenarios de esta época convulsa: Panamá, Mogadishu, Rumania, Irak, Sarajevo, Chechenia, Ruanda... Me he acostumbrado al espectáculo del horror en la pantalla chica. Las imágenes que contemplo me impresionan y conmueven, pero luego se vuelven normales, suceso trivial a fuerza de repetirse. La tragedia se torna espectáculo. Digiero el infortunio de mis semejantes. El mal se despoja de su carácter trágico: se banaliza. Todo se trivializa: se desdramatiza. El infierno de los otros pronto deja de conmoverme».
Este ha sido un gran descubrimiento de las últimas décadas. Se ha logrado “descafeinizar” la información apuntando a que los hechos más aberrantes, los crímenes más espantosos, los delitos que atentan contra la dignidad humana, el hambre y la muerte infantil, se conviertan en un dato más del torrente informativo. Todo ello es ofrecido junto a las noticias más estúpidas de la farándula y los datos intrascendentes de la vida cotidiana. Por eso subraya la operación de esterilización informativa que convierte todo en hechos normales cotidianos. Todo ello es parte del espectáculo de esa cotidianeidad.
Paralelamente se convierten en verdad las más horrendas mentiras: «La agresión a Irak, disfrazada como guerra de liberación, cae bajo un esquema similar. Fue una guerra inventada, planificada, decidida de antemano y llevada a cabo bajo pretextos cambiantes para controlar los recursos naturales de una nación gobernada por un tirano cruel y sanguinario. Desde el principio se sabía perfectamente que allí no había armas de destrucción masiva y, sin embargo, eso no importaba en absoluto. La agresión se llevó a cabo de todos modos». Sólo así se puede comprender el hecho, inverosímil no muchos años atrás que ahora pasa casi inadvertido, de que el mismo Secretario de Estado de los EEUU, Colin Powel, mostrara dentro del recinto de las Naciones Unidas, ante las cámaras de televisión, pruebas falsas y mintiera descaradamente sobre lo que se “había descubierto”. No creo equivocarme mucho si digo que esas mismas cosas se hicieron muchas veces, pero a escondidas, impidiendo que trascendiera la información, como operación de los servicios de inteligencia. ¿Por qué se puede ahora hacerlo ante la vista de todos? Arriesgo a decir porque se ha logrado adormecer la conciencia del hombre medio que busca la información, por la repetición de verdades a medias, de medias mentiras, todo dentro del mismo espacio informativo. Con ello se ha logrado lo que quedó dicho antes: borrar la frontera entre la verdad y la mentira, lo bello y lo feo, lo justo y lo injusto.
Los demás países, salvo excepciones, aceptaron las mentiras, callaron ante las atrocidades, los líderes del mundo pudieron desdecirse, y lo siguen hacieno, sin el menor pudor. Un público que recibe todo eso se va anestesiando hasta perder la idea de lo que es aceptable y de lo que es inaceptable. «Dale que va, todo es igual, lo mismo un burro que un gran profesor» profetizaba Discépolo hace décadas. Las palabras críticas de un profesor del MIT, Noam Chomsky, intelectual estadounidense que ha mostrado a lo largo de su vida y de su obra cómo en las sociedades democráticas, incluida la norteamericana, la noticia y la opinión editorial de los medios más importantes «es algo que se fabrica como cualquier otro producto bajo una lógica de dominio y control del pensamiento». De lo que se desprende que no es la audacia de algunos mentir para ver si nadie lo descubre, es la acción planificada que intenta poner en las mentes de un público, poco avisado de todo esto, el tipo y la calidad de información que posibiliten los manejos que se proponen.
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