Si en más de una oportunidad Ud. amable lector se preguntó por la relación entre el título de estas notas y el recorrido de su redacción, debo decirle que se entremezcla mucha hojarasca mediática que es necesario barrer para poder entrar de lleno en el problema que nos aflige. Por tal razón lo que pueda aparecer como circunloquios innecesarios son para mí ladrillos imprescindible para construir una lógica que desmonte la que lleva oculta el mensaje cuasi homogéneo que el ciudadano recibe diariamente. Pido perdón y paciencia y espero satisfacer las expectativas. Vamos a detenernos sobre uno de los tantos temas que se tergiversan en el modo de presentarlos ante un público no siempre avisado de estas triquiñuelas.
La polvareda que levantó la estatización de los fondos de pensión, promovida en gran parte por los bancos que se perdían un negocio sin riesgo y altamente rentable, es parte de ese mar de confusiones nada inocente. La respuesta inmediata de parte de esa oposición profesional fue que el gobierno necesitaba hacer “caja”. Podrá notarse de inmediato el tono peyorativo con que se hace referencia a los fondos públicos. La crisis más profunda que haya padecido el capitalismo en su historia echó por tierra ese tipo de argumentos. La sola pregunta acerca de cómo estarían hoy los fondos de todos esos trabajadores que aportaron durante años para “asegurase” una jubilación “digna”, como les había prometido Cavallo, alcanzaría para no hablar más del asunto. Sus fondos hoy sencillamente habrían desaparecido.
El argumento de Cavallo para privatizar el manejo de esos fondos fue la necesidad de crear un “mercado de capitales” que financiara el desarrollo de la empresa privada en nuestro país. Hoy sabemos que la mayoría de esos fondos fueron a para a empresas internacionales que aseguraron el desarrollo del capitalismo global, no el de nuestras empresas. Ahora cuando el ANSES administra esos fondos para recuperar su objetivo original, no cumplido, financiando a las pequeñas y medianas empresas nacionales, asegurando así la fuente de trabajo a los argentinos, ha cambiado el argumento. El discurso que se impone en los grandes medios se pregunta sobre «qué se hace con “la plata de los jubilados”». Empecemos por aclarar que esa formulación sencilla y embustera tiene la intención de generar pánico en esa franja de la población tan frágil y de una memoria triste sobre lo que se hizo con sus haberes. Embustera porque ese dinero no es de los jubilados sino es para los jubilados.
Ese dinero no está en una cuenta individual de alguna repartición misteriosa, sino que queda depositado en la administración del régimen previsional. La argumentación de por qué se toca ese dinero carece de todo sustento: si se dejara congelada en alguna cuenta correría el riesgo de su devaluación paulatina. Cómo entender que si los manejos de inversión lo hacían las empresas privadas estaba bien (quien haya tenido fondos habrá sufrido el desengaño de ver como cada vez le quedaba manos dinero en la cuenta, mientras que las utilidades de las empresas daban altos dividendos y se pagaban sueldos de película a sus responsables). Sobre esos delincuentes de guante blanco nunca cayó ninguna sospecha de los grandes medios. En cambio hoy que son manejados por la administración pública, que debe rendir cuentas ante la comisión del Congreso como ha sucedido recientemente, llueven las sospechas acerca de qué se hace «con la plata de los jubilados».
No quiere esto decir que todo sea transparente, que tengamos la mejor administración posible, que todo funcione como es necesario. Que el Estado padece de una enfermedad que se llama burocratitis crónica, que los funcionarios de las reparticiones dejan mucho que desear, que hay enquistado en sus pliegues mil desechos históricos de pasados y actuales gobiernos, todo ello es muy cierto. Pero de allí a pretender convencernos de que hoy todo eso está mal por culpa exclusiva de los Kirchner es pecar de una miopía horrorosa. Sin intentar defensa alguna de la actual administración, no se puede ignorar los males que todo ello viene acarreando por largo tiempo. Y, para hacer más indigesto el mensaje de los medios, que los funcionarios de las empresas privadas son mejores que los del Estado sólo puede ser creído por quien no se haya enterado de las causas profundas de la crisis financiera debido a los defalcos y fraudes de esos “honrados funcionarios” de los bancos privados. Todo esto es también un modo de hacer política y meterse en la campaña.
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