Pocos días atrás nos encontramos con un fuego de palabras cruzadas cuyo mensaje parecía ser una preocupación por el problema de la pobreza. Lo sorprendente, en algunos casos, era quienes se hacían portavoces de esa preocupación. Personajes, cuya vida privada, empresarial y política está muy alejada de demostrar la veracidad de las palabras expresadas, proclamaban a los cuatro vientos esa preocupación. En notas anteriores, que se me ocurrió titularlas La hipocresía no tiene límites, hablé de este tema. También debo decir que algunas relaciones entre obispos y empresarios poderosos tampoco ayudan a entender con claridad qué intentan decir y qué ocultan cuan hablan.
Por tal razón quiero citar un modo de hablar que me parece mucho más claro y que coloca algunas cosas en su lugar. Esas palabras vienen del Mensaje del XXIX Congreso de Teología “El cristianismo ante la crisis económica”, realizado en Madrid del 3 al 6 de septiembre de 2009. Voy a citar sólo algunos párrafos que permiten comprender de qué estoy hablando, el subrayado es siempre mío. Diagnostica: «El shock sufrido en el llamado primer mundo, cuyos efectos se han proyectado inmediatamente de forma universal, como consecuencia de la crisis económica de 2008 y 2009, comparable únicamente con el histórico crack o “gran depresión” del primer tercio del siglo veinte, está haciendo que se tambalee el estado de bienestar alcanzado en las últimas décadas por un pequeño número de países privilegiados, sumiendo al resto del universo en un caos de efectos incalculables. Estos hechos suponen una prueba de fuego no solamente para los dirigentes mundiales, sino también para las conciencias de muchos cristianos, al cuestionar su nivel de solidaridad comprometida». Debo destacar el señalamiento de dividir el mundo en dos partes: los ricos y los pobres.
«Se trata de una realidad de injusticia económica excluyente de los más necesitados y vulnerables de la sociedad, que ya habitaba entre nosotros antes de 2008 y que ha explotado ahora, haciéndose patente la fragilidad de una sociedad en la que han sido trucados los valores cristianos por el enriquecimiento fácil y la ostentación sin límites, que dan origen a un estado de injusticia que ha ocasionado que los índices de desigualdad y de pobreza no solamente no se hayan reducido en los años de prosperidad y desarrollo social, sino que se han mantenido constantes a lo largo de todo este período». Nos dice que hay pobres porque hay ricos, no es una situación anómala del sistema que no se sabe a qué se debe. «Si bien consideramos que el responsable de la crisis es el sistema capitalista, que permite que unos pocos se enriquezcan a costa del empobrecimiento de las mayorías populares, denunciamos la apatía y la falta de compromiso social de las confesiones religiosas, que se preocupan más por cuestiones de poder y por seguir defendiendo situaciones de privilegio en el terreno económico y social que por denunciar las injusticias de un sistema que atenaza a los sectores más necesitados».
Esta descripción lleva a la siguiente conclusión: «la necesidad de construir un nuevo orden mundial -político, económico, jurídico- alternativo al neoliberalismo, basado en la cooperación, la solidaridad y capaz de llevar a cabo controles efectivos del actual sistema financiero para evitar los abusos que se producen sistemáticamente. Y, a nivel nacional, que es urgente un cambio de rumbo de la política económica que beneficia a los poderosos y la puesta en marcha de políticas fiscales y sociales favorables a los sectores más desfavorecidos» correlaciona la pobreza con el abuso de los que se oponen a todo control estatal. Y agrega como una voz que debe interpelar a cada uno de nosotros: «En el terreno personal, como ciudadanos y creyentes, tenemos que dejarnos interpelar por la crisis actual y asumir compromisos concretos en los diversos niveles en los que nos movemos, renunciando al consumo irracional e insolidario, viviendo con austeridad, solidarizándonos de manera efectiva con las víctimas de la crisis, trabajando por la justicia y luchando contra la discriminación en todas su formas y manifestaciones étnicas, racionales, sexistas, sociales y culturales».
Cuánto bien haría a este debate en el que estamos sumergidos, en el que las voces que se cruzan dicen, ocultan, mienten con parte de la verdad, que nuestros obispos se hicieran eco de estas palabras, que se convirtieran en la voz que denuncia la hipocresía, fuera de quien fuese, sin miramientos, y no apareciera confusamente apañando a parte de esos poderosos de «consumo irracional e insolidario» que ostentan impúdicamente su riqueza mientras vierten lágrimas por los pobres.
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