miércoles, 24 de febrero de 2010

Miremos hacia adentro XIX – La persona y el capitalismo

La mirada hacia adentro es necesaria para no apartar las conductas individuales del contexto en el que estas se dan. Entonces nos encontramos con una dicotomía individuo-sociedad cuyo tratamiento por separado cae en el primer caso en el psicologismo, en el segundo en la desculpabilización de éste descargando el peso de los hechos en “eso otro” que es la estructura social, la historia, los acontecimientos. Es mi interés colocarme en un punto de análisis que no ignore las relaciones y correspondencias que se dan entre ambos. Entonces, después de habernos internado por las dimensiones personales y nacionales busquemos ahora las interrelaciones. Y éstas se encuentran entre los actores sociales y su contorno inmediato, la comunidad, su contorno ampliado, el espacio nacional y, por extensión necesaria en un mundo globalizado, el plano internacional. El primer aspecto imposible de eludir es el sistema internacional regido por las reglas del capitalismo salvaje. ¿Cómo se presenta éste en una primera aproximación?
La “corrección política” pasa hoy por la aceptación de la ideología del capitalismo como marco de pensamiento. Hay allí una aceptación sumisa, derrotada, escéptica, que impide mirar hacia otros horizontes posibles, como si la implosión de la Unión Soviética hubiera demostrado acabadamente lo que se ha denominado “el fin de la historia”. Esta aceptación lleva a sostener que hemos superado las contradicciones sociales de un mundo que distribuye mal. Lo que hace esta ideología es, justamente, ocultar los conflictos, los antagonismos radicales de la propia sociedad con un discurso bienpensante que anula la posibilidad de cuestionar críticamente su discurso. La aparente ausencia de conflictos naturaliza este estado de la sociedad de clases que se presenta como igualitaria, ocultando su estructura jerárquica dentro de la democracia formal.
¿Qué pasa con la palabra jerarquía? La falta de uso es muy significativa, por ello sostiene el profesor Luis Roca Jusmet: «que en una sociedad como la nuestra en la que se van profundizando las desigualdades y se consolidan las élites de todo tipo es un término que resulta incómodo mencionar. Y negándolo no es que eliminemos la realidad sino su posibilidad de transformación, ya que para cambiar algo primero hay que aceptarlo como real. Y es evidente que la supuesta democracia en la que vivimos es tremendamente jerárquica, ya que hay una oligarquía burocrática en el Estado y en los partidos que es donde se toman las decisiones políticas. Quizás valdría la pena recuperar esta palabra en la medida en que expresa una realidad y a partir de ella discutir cuáles son las jerarquías que funcionan para contraponerlas a la que defiende un pensador aristocratizante como Nietzsche». No es que se deban eliminar las jerarquías, estas son propias de la diversidad humana dentro de las cuales las diferencias reconocen también calidades distintas. De este problema se quejaba Discépolo: «Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor,… lo mismo un burro que un gran profesor».
En este punto voy a proponer la lectura de algunas reflexiones del doctor Emiliano Galende, médico y psicoanalista, dirige actualmente el Doctorado Internacional de Salud Mental Comunitaria en la Universidad Nacional de Lanús. Tomando como punto de partida la salud mental, que él la ubica dentro de un contexto similar al que venimos analizando, llega a conclusiones muy interesantes. «Muchas personas consultan por estados continuos de ansiedad que perturban sus días y sus noches, ponen énfasis en situaciones persecutorias en sus empleos, en incertidumbres e inseguridad en sus relaciones de pareja, en vicisitudes de adaptación por migraciones impuestas o voluntarias; otras demandan atención por crisis repetidas de angustia que los sorprenden y que alteran el transcurrir de sus tareas, sus salidas a la calle (y al mundo), obligándoles a resguardarse, cuando lo tienen, en la seguridad de sus relaciones cercanas y familiares; otras llegan a la consulta agobiadas con su vida, con un dolor que no se reduce a algún conflicto identificado, su astenia durante el día, que hace penoso cada tarea o movimiento, se prolonga en noches de insomnio; otras padecen una suerte de extrañamiento del ámbito en que se desarrolla su vida, tienen dificultades para hilvanar su pensamiento, su mundo afectivo y mental es disperso y les dificulta entender y narrar su padecimiento».

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