Ya había quedado planteada, a modo de pregunta a investigar, el por qué algunos sectores de nuestra comunidad política se sienten atraídos por un sistema de ideas que desde lo ideológico, lo político y desde los resultados de su aplicación han demostrado ser contrapuestas a sus propios intereses de clase. El 2001 ha sido un estallido de importantes sectores sociales que habían padecido esos resultados, siendo los sectores medios muy perjudicados. No es un tema de fácil análisis, ni de explicación satisfactoria. Lo cual no debe ser un obstáculo para que sigamos dándole vueltas al tema en la búsqueda de algunas respuestas orientativas. Creo que podemos coincidir que este tema no es un antojo mío sino que, por el contrario, es tema que inquieta a muchos analistas políticos. Por ejemplo tomemos uno de ellos.
El estudio de opinión pública sobre “La democracia y sus instituciones”, realizado por la consultora Pulso Social, viene a ratificar con datos empíricos la tesis de esta reflexión: se puede verificar que se percibe una especie de desencanto con el sistema político, sin que se pueda encontrar entre las opiniones que se recogen una idea clara de las causas del descrédito que pesa sobre la democracia en muchos sectores de la sociedad. Esto no debe llevarnos a pensar en que los ciudadanos encuestados rechazan la democracia pretendiendo instalar regímenes dictatoriales, aunque no falten quienes lo sostengan: “con los militares estábamos mejor”, que puede ser argumentado por algunos que en momentos de ira y hasta desesperación, terminan apelando a frases como estas o al pedido del retorno de “la mano dura”.
Mirando en detalle el trabajo de Pulso Social se puede discernir que «son los más jóvenes quienes menos entusiasmo demuestran por la democracia. No es difícil concluir que quienes así opinan no conocen otra forma de gobierno y, por lo tanto, se les hace difícil una comparación. Los adultos que vivieron los tiempos de la dictadura, por ejemplo, tienen más elementos para valorar y cotejar entre sistemas. La opinión de estos últimos está menos ligada a los resultados de la coyuntura. Con un poco más de panorama se puede llegar a concluir que las carencias y las dificultades actuales pueden ser más fácilmente adjudicables a las fallas de los hombres y de algunas de las instituciones, a la corrupción o a otros factores circunstanciales antes que al sistema como tal».
Continúa el informe: «En uno y otro caso, las críticas a la democracia pueden ser atribuidas, por una parte, a la despolitización creciente de la ciudadanía. Para valorar el sistema hay que encontrar sentido a la propia acción dentro del mismo. La mera emisión del sufragio no es suficiente como para sentirse parte de aquello que llamamos pomposamente sistema democrático. Pero seguramente lo que más incide en la construcción de la opinión que refleja el sondeo, es la relación entre democracia y calidad de vida. Las personas valoran el sistema por el resultado práctico y ostensible que deja en sus vidas. Y si la vida cotidiana no es manifestación de una calidad de vida satisfactoria –con toda la complejidad de componentes que supone hablar de calidad de vida– es imposible que se le pida que valoren el sistema. No hay disociación posible. La calidad de vida es a la valoración de la democracia, tanto como el sistema mismo aporte al bienestar de los ciudadanos. Por extensión, como también lo señala el estudio, los dirigentes políticos no podían salir mejor parados».
Debo compartir las líneas generales de lo que sostiene el informe, pero me surge una duda de la validez total de lo afirmado. Aceptando que el concepto “calidad de vida” está hoy asociado a “nivel de consumo”. Sectores que se han beneficiado con la estabilidad política y económica que fue conseguida después del fatídico 2001, que en investigaciones económicas respecto de la facturación de shoppings, lugares de veraneos, pasajes de larga distancia, etc., muestran un incremento muy importante, son esos mismos sectores los que muestran su desagrado por esta etapa de la situación del país.
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