Las maniobras
que he comentado dan una idea de la cantidad de dinero que se mueve en este
tipo de negocios y la disposición de tantas personas que aceptan esa ilegalidad
en perjuicio del público. La doctora Teresa Forcades i Vila nos comenta al
respecto:
El extraordinario incremento de poder
político y económico de las grandes compañías farmacéuticas estadounidenses se
inició con la ley de extensión de patentes (Ley Hatch-Waxman) que la mayoría
republicana de la era Reagan aprobó en 1984, y se consolidó con la creación de
la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 1994, destinada a asegurar que la
globalización no atentara contra los intereses del gran Capital. Los márgenes
brutos de esta industria son del 70 al 90% y su tasa de ganancias es la más elevada
de todas (según la revista Fortune fue, en el año 2000, del 18,6%, versus el
15,8% de los bancos comerciales; la tasa de ganancias del laboratorio Pfizer,
la mayor compañía farmacéutica, fue en el año 2004 del 22% del total de las
ventas (53 billones de dólares). A pesar de dichas ganancias billonarias, la
carga impositiva que paga la industria farmacéutica es muy inferior a la media
de las empresas (de un 16,2% versus el 27,3% del promedio de la gran
industria), mientras que su principal producto (los medicamentos de receta)
incrementa de precio muy por encima del nivel de la inflación (de un 6 a un 20%
todos los años).
Esto nos está
poniendo en la pista de lo que se mueve por detrás de la compra de un
medicamento que nuestro médico nos receta. Cuánto de negocio se agazapa detrás
de los pretendidos congresos científicos, en la promoción de investigaciones
“científicas” que apuntan sólo a lo que es más rentable. Sin olvidar las
publicaciones de tantas revistas [excepto algunas serias] en las que opinan profesionales
al servicio de esas grandes empresas. Este negocio internacional tiene una
plataforma de lanzamiento en los EEUU donde las prácticas de cabildeo (presión
sobre funcionarios) de lobistas profesionales[1], es decir
de especialistas en conseguir que se aprueben determinadas leyes que faciliten,
en este caso, el negocio de los laboratorios.
El lobby de las compañías farmacéuticas
de EEUU (la PhRMA) contaba en el año 2000 con 297 lobistas profesionales, es
decir, uno por cada dos congresistas. Dicho número –que ya superaba en mucho el
de cualquier otro grupo de presión –, ha sido triplicado en los últimos años,
de modo que en 2002 la PhRMA financió el trabajo de 675 lobistas, lo que
significa que había trabajando en Washington, más promotores de los intereses
de las compañías farmacéuticas que congresistas. Ello ha hecho posible que esta
industria consiguiera las ventajosas condiciones que le han permitido dominar
progresivamente el mercado mundial: el 60% de las patentes de medicamentos son
de EEUU, versus el 20% de la Unión Europea. EEUU domina el mercado de los 50
medicamentos más vendidos (todos, blockbusters, es decir productos que pasan
cada uno los mil millones de dólares de facturación).
¿Cuáles son los
resultados de ese ejército de profesionales de la presión a funcionarios, para
obtener más ventajas que aseguren una ganancia siempre en aumento? La Doctora
responde:
Las exenciones y reducciones de
impuestos y la multiplicación de leyes y pactos favorables a partir de la era
Reagan muestran que la situación actual de desproporcionado privilegio de que
disfruta la industria farmacéutica no es fruto del “libre mercado” sino de una
política deliberada destinada a proteger una industria que en EEUU es tan
estratégica como la del petróleo. En el año 2002, la suma de las ganancias de
las 10 compañías farmacéuticas más importantes superó las ganancias combinadas
de las otras 490 empresas que aparecen en la lista de las 500 industrias más
provechosas de la revista Fortune (las 10 farmacéuticas más importantes,
juntas, tuvieron un beneficio total de 35,9 billones de dólares y las restantes
490 empresas, juntas, tuvieron un beneficio total de 33,7 billones de dólares).
La Dra. Marcia
Agnell, editora jefe durante casi 20 años de la revista médica de mayor impacto,
el New England Journal of Medicine, afirma:
Una industria con tal volumen de
ganancias es como un gorila de 500 kg: hace lo que quiere. Y Philippe Pignarre,
directivo durante diecisiete años de una gran compañía farmacéutica y
actualmente profesor de la Universidad de París-VIII, insiste en que «el
mercado no es ni ha sido nunca una realidad “natural” sino “cultural” o
“social”, o sea, fruto de reglamentaciones y normas que no regulan una
“realidad natural” previa al establecimiento de las normas sino que “hacen
posible”, “dan a luz” o “modifican” una realidad intrínsecamente cultural. El
mercado siempre tiene normas que lo regulan. El “mercado libre” (libre mercado)
no existe; existe, eso sí, el “mercado salvaje”, es decir, el mercado regulado
según los intereses del rey de la selva o del gorila de 500 kg, y el “mercado
menos salvaje”, en el que las normas intentan atemperar la avidez de los más
fuertes.
La ley que
impera en el mercado es la del sagrado lucro en crecimiento imparable.
[1] Un
lobista es un profesional que realiza acciones dirigidas a influir ante la
Administración Pública, las Cámaras de Representantes o funcionarios en
general, para promover decisiones favorables a los intereses del sector de
empresas para el que trabaja.
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