Bajo el título MIRAR EL MUNDO comienzo una serie de columnas radiales que vengo presentando en el programa Ballotage, conducido por Carlos Quiroga, todos los miércoles a las 18 horas en Radio Universal, FM 95.5 de Bahía Blanca.
En el encabezado se puede escuchar la grabación de las notas y, más abajo, leer un resumen de la misma.
En el encabezado se puede escuchar la grabación de las notas y, más abajo, leer un resumen de la misma.
Ricardo
Vicente López – 4-2-15
Creo que afirmar que nos ha
tocado vivir en un mundo muy injusto, en el cual más de las dos terceras partes
viven más que mal, y en el otro polo un puñado de familias se queda con más del
50% de las riquezas, puede ser compartido por mucha gente. Sin embargo, una
gran mayoría acepta mansamente este estado de cosas convencida de que es muy
poco, si es que hay algo, que se pueda hacer. ¿Cómo explicar esta terrible
ecuación? La intención de esta columna es hacer una invitación a reflexionar
sobre lo que contiene la pregunta, sobre las posibilidades de encontrar una
gama amplia de respuestas. Con la convicción de que aprender a preguntar es
comenzar a abrir el camino. Somos el resultado de una educación que nos llevó
por el camino de respuestas ya elaboradas de las cuales hemos tenido muy pocas
posibilidades de repreguntar. Bueno, de ello se trata.
Diagnóstico de estos tiempos
Debemos enfrentarnos a una
época que nos muestra, entre tanta incertidumbre, que la única constante comprobable es el cambio. Un cambio que, si
bien no sabemos si adquirirá una mayor velocidad, percibimos por momentos su
aceleración. Sin embargo, la hora sigue teniendo los mismos sesenta
minutos y el día no ha agregado ni ha quitado nada a sus veinticuatro
horas. ¿Dónde radica, entonces, esta percepción del aumento de la velocidad
del tiempo? Solamente en nuestras consciencias. Pero, a pesar de ello, pareciera,
que no es mucho lo que podemos innovar para domeñar este tiempo que se presenta
tan esquivo.
El saber de las ciencias tradicionales
se demuestra insuficiente para encontrar las respuestas que nos permitan
aferrarnos a verdades sólidas. Han desaparecido las viejas certezas con que nuestros predecesores construían sus
futuros. Miramos hacia adelante y nos invade una sensación de perplejidad,
carencias y de inhabilidad para la tarea que debemos enfrentar si nuestra
intención es comprender este mundo. El gran
físico Albert Einstein (1879-1955) afirmaba con palabras terminantes: «Cada día
sabemos más y entendemos menos».
Si bien es cierto que no
debe haber sido muy diferente para las mujeres y hombres que debieron afrontar
el derrumbe del Imperio Romano o los cambios del siglo XVIII en
la Europa occidental, no nos alcanza con saber que ellos también padecieron
situaciones semejantes. Lo que nos sumerge en una cierta zozobra es la
percepción de que la dinámica de los cambios que se avecinan escapa a nuestras
previsiones. Se agrega a ello el saber qué expresa esa frase tantas veces
escuchada, pero no siempre comprendida en toda su dimensión: «Esta no es una
época de cambios, sino un cambio de época». Lo que nos está diciendo es que
gran parte de lo sabido corre el riesgo de ser inútil, pero todavía no estamos
totalmente en condiciones de poder discernir qué sirve y qué no.
Pedro Luis Barcia nos
advertía no hace mucho:
La vertiginosidad que nos
envuelve en lo cotidiano da la tónica de los tiempos. Estamos realizando
nuestra tarea educativa en el seno del vértice de cambios en todos los niveles.
Esto obliga a una doble atención: a lo que debemos consolidar en medio del
cambio a través de nuestra labor pedagógica y a lo que debemos atender de estos
cambios, para apelar de continuo al contexto móvil en que estamos insertos
docentes y alumnos[1].
A pesar de ello, son
evidentes las carencias del sistema educativo, en todos sus niveles, para
encontrar respuestas posibles con las cuales procesar las características de
este tiempo, ello impide encontrar los nuevos caminos. Se da vueltas en torno a
cuestiones técnicas, administrativas, didácticas, suponiendo que algunas
modificaciones circunstanciales, poco analizadas e implementadas por las
exigencias de los tiempos políticos, más aún los electorales, puedan resolver
el problema. Así es que en las últimas décadas hemos observado y padecido
cambios educativos que pretendieron ser estructurales y que nos colocaron en
esta intemperie. Éste, no es un problema sólo nuestro, es una de las
consecuencias de una globalización achatante.
La UNESCO
publicó en 1999 un estudio que fue redactado por Edgar Morin[2] (1921),
y que contó con la colaboración de intelectuales pertenecientes a una
importante cantidad de universidades de todos los continentes: Los siete
saberes necesarios para la educación del futuro. En él podemos comenzar a
vislumbrar lo profundo y complejo del tema:
Cuando miramos hacia el
futuro, vemos numerosas incertidumbres sobre lo que será el mundo de nuestros
hijos, de nuestros nietos y de los hijos de nuestros nietos. Pero, al menos, de
algo podemos estar seguros: si queremos que la Tierra pueda satisfacer las
necesidades de los seres humanos que la habitan, entonces la sociedad humana
deberá transformarse.
Es altamente iluminador,
pero sorprendente, percibir que coloca la cuestión en todos y cada uno de
nosotros. Es habitual que intentemos pensar en términos de los cambios
estructurales, lo cual nos desculpabiliza al quedar fuera del asunto. Por ello,
la condición de posibilidad para ese logro no parece ser sencilla. ¿Cómo lograr
ese cambio? ¿Dónde encontrar los mecanismos adecuados para ese logro? La
respuesta no es demasiado misteriosa, y a nadie escapa que debe ser la
educación la encargada de producir esos cambios fundamentales. «La
educación es “la fuerza del futuro”, porque ella constituye uno de los
instrumentos más poderosos», sostiene Morin.
Sin embargo, por lo dicho
antes, no es la educación que conocemos la que está en condiciones de hacerlo.
¿No es, en parte, lo que aprendimos con ella lo que nos ha colocado en esta
situación? Einstein nos advertía sobre nuestra situación de personas viviendo
el tiempo de cambio: «Si buscas
resultados distintos, no hagas siempre lo mismo».
En esa misma línea de
pensamiento el Doctor Federico Mayor (1934); Director General de la UNESCO,
escribió en el prefacio:
Uno de los desafíos más
difíciles será el de modificar nuestro pensamiento de manera que enfrente la
complejidad creciente, la rapidez y lo imprevisible que caracterizan nuestro
mundo.
Para dimensionar la magnitud
de la tarea que debemos enfrentar debemos pensar una educación acorde a las
exigencias de los tiempos futuros; debemos aceptar que nos es difícil
comprender la enorme dificultad de la tarea. Más difícil aún en cuanto el
problema lo presenta la educación que hemos recibido. La paradoja se presenta
así: pensar una educación para enfrentar toda esta problemática, debe comenzar
en cambiar la estructura de nuestro pensamiento e incluir a todos los docentes.
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