El resultado de las lecciones de Capital ha generado un notable desconcierto. Algunos se preguntan ¿qué pasó? Ya estamos en condiciones que hemos importado un tornado, se llama Mauricio (que también es Macri). Pasó como un vendaval por sobre los barrios porteños. Pero esto no debe sorprendernos. Si el ídolo mayor de Buenos Aires es Gardel, y Carlitos aplaudió el golpe de Uriburu, por lo que podemos atribuir el fenómeno al espíritu gardeliano. En 1955 las calles se poblaron de gente que festejaba la caída del “tirano”, por lo cual el segundo golpe militar gozó de la confianza de nuestras clases medias y altas. Después llegó ese gobierno a paso de tortuga y nuevamente se aplaudió a las fuerzas militares por sacarnos del “marasmo” de ese gobierno. Años después, con el aprendizaje de las bondades de los golpes militares, se volvió a respirar hondo porque venían los que iban a castigar a “los que algo habrán hecho”.
Después de todo eso, una propuesta de “centro-izquierda” que logró “salvarnos de un nuevo gobierno peronista”, a poco de andar cambió a su ministro de economía que proponía “la disparatada idea de investigar la deuda externa”. Como si dudar de “la autenticidad de las deudas” fuera una conducta aceptable para todo país que se precie de ser “respetable”. Los países que son “como se debe ser”, según dicen los mejores economistas “honran sus deudas”. Y es lo que hicimos. Por ello tuvimos un Plan Primavera que nos permitió seguir siendo honorables. Como decía mi abuela “pobres pero honrados”, ¡qué antigüedad”!
Tanta honorabilidad nos depositó en el desorden provocado por los pobres que “no aceptaron ser honrados” y saquearon los supermercados. Esto nos hizo quedar muy mal ante la opinión de los mejores analistas internacionales. A partir de allí, por nuestra inconducta, recibimos la reprimenda del “riesgo país” que, como todos recordarán, debíamos oír cada mañana como ese número raro, difícil de comprender, subía y subía, para vergüenza de todos nosotros. Y nuestros mejores periodistas nos lo repetían para que aprendiéramos a portarnos bien. Entonces llegó la dupla de oro que “encarriló” el país en la década de los noventa: tuvimos el uno a uno, ingresamos al primer mundo, pudimos comprar barato lo importado, por ello aceptaron renegociar la deuda cuantas veces se lo pidiéramos.
Pudimos aprender que un país serio se hace a partir de la “libertad de mercado”, abriendo las puertas a las inversiones extranjeras, dejando entrar los contenedores con maravillas del sudeste asiático. Comprábamos y vendíamos en dólares, como allá en el norte, hablábamos de todo en dólares. Bueno, después llegó la catástrofe. Pero esto fue culpa de algunos desmanejos, de ineficiencias, de algunos vivos que se llevaron los dólares hacia paraísos fiscales. No por ello debemos rechazar las enormes ventajas que nos enseñó esa década. Debemos aprender de algunos errores pero no volver a pensar en la política. Es necesario incorporar a los “buenos administradores”, a los que proponen encargarse de arreglar todo, porque saben, porque tienen experiencia empresaria.
Entonces, después de revisar esta historia ¿cuál es la sorpresa? Si alguien encarna todos estos valores, si le agrega a ello una concepción clara de cómo combatir la delincuencia, si sabe como dejar limpia la ciudad porque desde hace más de treinta años gerencia Manliba, si conoce el problema del transporte porque es parte, con su familia, de la empresa Plaza, etc. ¿No es la persona indicada para ocupar la posición a la que aspira, con una profunda vocación de servicio?
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