Vuelvo con mi indignación. Hasta dónde puede llegar la impunidad que este tipo de libertad sin límites permite. Cómo es posible que se pueda convertir en una burla las palabras condolidas, emocionadas, sinceras, dichas desde lo más profundo del corazón, de quien se arrepiente en público. ¿No nos enseñó ya el cardenal Bergoglio que debemos aprender a perdonar? Sobre todo a quien tiene la voluntad y la hombría de bien de confesar sin retacear detalles su falta. ¿Por qué estoy indignado? Porque encuentro en uno de esos llamados “blogs” a alguien que, escudándose cobardemente en el anonimato, publica esta atrocidad.
Confesión… de un título - Versión libre blumbergiana
Fue a conciencia oscura
que perdí mi título… nada más que por salvarlo.
Hoy me odian y soy infeliz, me arrincono pa’ llorarlo.
El recuerdo que tendrán de mi será derechoso,
me verán siempre golpeándolos como un represor…
Y si supieran que lo horroroso
fue que pagara así mi deshonor.
Ay de mi vida… soy un fracasao.
Y en mi caída no pude hacerme a un lao,
Porque el poder lo quise tanto… tanto…
que al rodar, para salvarme, sólo supe hacerme odiar.
Como respeto a la gente de bien, esa que ya ha dado muestras de su inteligencia en las elecciones porteñas, me detengo en mis comentarios y cedo la palabra a los “hombres y mujeres de la República”.
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