Después de un período de mucho reconocimiento (2003-2007) el gobierno comenzó a caer en la consideración pública, por errores propios y por el cínico cuestionamiento de la oposición (acá aparece un primer olvido respecto de quiénes son los que critican, como si no tuvieran pasado). El balance de lo realizado, que debe computar lo positivo y los errores o culpas, debe hacerse con la mayor honestidad de parte de los que a esta altura, si empeoran las cosas, tenemos más que perder que ganar. Las críticas, en momentos como estos, deben hacerse con un ojo puesto en los que nos aplauden cuando las hacemos. Se cuenta que el diputado socialista francés, Jean Jaures, pronunciando un discurso en el parlamento de Francia se vi interrumpido por los aplausos de la bancada opositora. Se detuvo y se dijo en voz altas: «¡Qué estupideces estarás diciendo viejo decrépito que la derecha te festeja!».
Podemos ver como la pobreza ocupa de pronto los titulares de los medios concentrados. Uno, ingenuamente, podría pensar en que se han “convertido” a la caridad. Pero de inmediato nos viene a la mente quiénes son y qué defienden como para abandonar la ingenuidad. Esto no debe hacernos perder de vista que los más desprotegidos no han sido los más beneficiados de todo este proceso, que quedan deudas muy importantes. Sin embargo, a pesar de ello hay cosas que se deben rescatar. Si el gobierno hubiera quedado en manos de cualquiera de los candidatos, con posibilidades de acceder en los comicios de estos últimos años, no se hubieran conseguido. Por ejemplo: los aumentos a los jubilados, la inclusión de una masa importante al cobro de jubilación, o el monto que fue adquiriendo el salario mínimo. Éste último ha llegado a una paridad histórica a la que se fue acercando a partir de 2004.
No ha sido por casualidad que el debilitamiento del salario mínimo haya coincidido en los años previos con el aumento de la desigualdad. El logro de haber reinstalado una comisión tripartita para definir el piso salarial desde aquel año buscó garantizar que los beneficios del crecimiento también alcanzaran a los trabajadores fuera de convenio. Así, al objetivo original del instrumento se sumó el de cumplir un papel ordenador del ingreso: evitar que, en la fase de crecimiento, si bien no resolvió la desigualdad por lo menos evitó que la brecha siguiera profundizándose. Se puede leer que: Según un trabajo del especialista Andrés Marinakis, Especialista en Políticas del Mercado de Trabajo e Instituciones Laborales, Economista, Universidad de Buenos Aires, sobre las experiencias en el Cono Sur: «El salario mínimo logró en Chile uno de los crecimientos más exitosos entre 1990 y 2004, con una mejora real del 93 por ciento. En los últimos seis años, el crecimiento real del salario mínimo en la Argentina ha superado el 100 por ciento, incluso partiendo de las estimaciones privadas de precios, más empeñadas en descalificar las estadísticas oficiales».
Así también habrá que reconocer que aun en este año de vacas flacas se siguió ajustando hacia arriba, que no hubiera ocurrido en el caso de ninguna de las hipótesis antes sugeridas. Debo agregar a este juego de política ficción poder pensar en la hipótesis de una elección presidencial de fin de año, con el triunfo de cualquiera de los candidatos de reemplazo, según las posibilidades actuales Frente a esto debe colocarse el discurso pertinaz de la oposición que no reconoce mérito alguno a estos últimos años de gobierno. Si, a partir de una actitud más madura, se oyeran críticas que aportaran propuestas que se fueran agregando a este tipo de logros se podría pensar en un avance que se pudiera esperar del diálogo. El panorama no muestra signos esperanzadores. Más aún si nos detenemos en analizar las barbaridades dichas por los cuatro jinetes de la Apocalipsis. Han sido de tal magnitud que hasta los propios políticos aliados debieron salir a decir que no las compartían. Esos son parte de los dialogantes. No es muy estimulante ni esperanzador el resultado.
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