domingo, 21 de marzo de 2010

La crisis del capitalismo III

Apunta Adam Smith, en su famoso libro ya citado, en el capítulo dedicado a los salarios y el beneficio, dice que: «rara vez suelen juntarse las gentes ocupadas en la misma profesión u oficio, aunque sólo sea para distraerse o divertirse, sin que la conversación gire en torno a alguna conspiración contra el público o alguna maquinación para elevar los precios». La búsqueda de la mayor ganancia posible, legítima dentro de las normas establecidas, se tornan «conspirativas» en esas conversaciones cuando se apela a vías que lesionan la función social de la producción: la satisfacción de las necesidades del consumidor. Dice el Profesor de Economía y Teoría Económica del Derecho de la Universidad Autónoma Metropolitana, México, Dr. Arturo Damm Arnal, dejan de ser legítimas cuando «solamente se logra limitando o eliminando la competencia, sobre todo vía precios, todo ello en contra de los intereses de los consumidores y, todavía más grave, en contra del mejor uso posible de los factores de la producción que, por ser escasos, deben usarse de la mejor manera posible, que no es otra más que aquella que más conviene a los consumidores». Esa búsqueda, cuando se alimenta con la codicia, ha apelado a todas las formas posibles para su logro, lo han intentado «con la ayuda del gobierno, de quien han buscado, y en no pocos casos conseguido, todo tipo de privilegios, desde subsidios hasta concesiones monopólicas, todos con la misma consecuencia: limitar (en el mejor de los casos) o eliminar (en el peor), la competencia, con el fin de lograr, por la vía del incremento en el precio, y no por el camino de la reducción en el costo de producción, la mayor ganancia posible, siempre en contra de los intereses de los consumidores». El profesor Damm Arnal aclara:
“La asociación de los empresarios tiene como fin luchar contra tales abusos del poder político a favor de los derechos de éstos, y, como tal, es legítima ¿Pero qué sucede cuando la asociación, por aquello de que la unión hace la fuerza, lo que busca no es luchar contra las arbitrariedades del poder político sino conseguir el favor del gobernante en turno, y conseguirlo en la forma de algún privilegio que limite o elimine la competencia? Entonces se cumple lo señalado por Smith, la conspiración de los empresarios contra los consumidores, con el fin inmediato de subir el precio, y con el objetivo mediato de maximizar, de mala manera, las utilidades”.
Lo dicho tiene como propósito desnudar el uso abusivo que se hace, de quien ha sido coronado como el Padre de la ciencia económica, Adam Smith, cuando se lo cita sesgadamente. Como por ejemplo la tan mencionada mano invisible que aparece en el texto una o dos veces solamente, sin embargo se la ha convertido en el cimiento de la teoría económica, ocultando en cambio las continuas advertencias que hace sobre el peligro de dejar a los empresarios sin control, puesto que, como él afirma, su avidez de ganancias no tiene límites. Si el famoso escocés, que no fue economista sino profesor de Teología Moral de la Universidad de Edimburgo, ya había percibido ese riesgo en el siglo XVIII, cuando todavía no se podía prever la aparición de los grandes conglomerados internacionales, ¿cómo se puede seguir hablando hoy de la libertad de los mercados? Esto sólo es explicable por el peso que los intereses económicos tienen en la formulación de un tipo de teoría que justifique el orden económico capitalista. Desde fines del siglo XIX en adelante hemos podido comprobar la falacia de la libertad de los mercados cuando se puede percibir el claro predominio de los intereses de los poderosos. Esto llega hasta el punto de haber creado en 1995 una organización internacional: la Organización Mundial del Comercio que se muestra como una instancia de acuerdos cuando es, en realidad, un organismo que defiende los intereses de las grandes empresas.

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