Mirarnos en el espejo europeo es un buen ejercicio para repensar de dónde venimos y dónde estamos. Tal vez un breve repaso que nos refresque la memoria puede ser útil para encuadrar la situación socio-política, económica e institucional de nuestra Argentina. Para dar fundamento a este recorrido voy a acudir al profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, el sociólogo Jorge Muracciole. El punto de partida que nos propone es volvernos a mirar dentro del marco cultural de la década de los noventa, que resultó una consecuencia tardía del golpe cívico-militar de 1976: «Ese duro aprendizaje social (de quienes en busca de la ansiada “seguridad” delegaron en el poder militar sus derechos de gobernarse por medio de representantes constitucionales) fue el resultado de la naturalización del “por algo será” y la indiferencia frente a la militarización de la vida cotidiana. En síntesis, el “no te metás” como dispositivo de sometimiento y el “hacé la tuya” como eslogan de época. Este proyecto de país –que supuestamente priorizaba la “inserción de nuestra Nación en la economía globalizada”–, fue pensado para tan sólo 10 millones de argentinos».
No se puede pensar con amplitud y profundidad la Argentina de hoy olvidando esa triste y nefasta herencia. Los finales de los ochenta y comienzo de los noventa nos sumergió en modos de pensar un modelo de país subordinado a las imposiciones del mercado internacional: «Introdujo una lógica financiera perversa que construyó prácticas sociales dependientes de la cotización del dólar y el desprecio al desarrollo industrial y tecnológico, con el espejismo del consumo de todo lo que no se fabricaba en el país. El famoso “deme dos” como tic de los incluidos, y la timba financiera anteponiéndose a cualquier respuesta colectiva. Una enfermedad social cuya recaída volvimos a sufrir con el Plan de Convertibilidad. Hasta que la ficción de esa Argentina se derrumbó con la debacle financiera de diciembre de 2001». Este pasado más denostado que pensado no debe ser escondido. Muchos de nosotros hemos caído en la fácil ilusión de haber ingresado a un mundo del hiper-consumo con muy poco esfuerzo. Si escondemos en algún rincón de nuestra conciencia esto que fuimos, y lo atribuimos a la desmesura de algunos de los gobiernos de entonces, logrando una desculpabilización piadosa, no podremos emerger hacia un futuro mejor con mayor madurez ciudadana.
¿Cuáles fueron las consecuencias de aquello que todavía permanecen entre nosotros? «Este nuevo ciclo dio nacimiento a una suerte de polarización social que consolidó, por un lado, a una franja de profesionales de alto rango, empresarios importadores y financistas que constituyeron una nueva élite ligada a empresas a escala global, y por el otro, una masa de desocupados que emergieron, ante la destrucción del aparato productivo en cuentapropistas, contratados o en su defecto supernumerarios que oscilaron en una existencia intermitente entre el trabajo precario y la desocupación temporal. Sumados a ellos, los excluidos estructurales, que fueron el síntoma más patético de la perversión social y económica del experimento neoliberal aplicado en todo el subcontinente. «El hecho traumático a escala de masas, de la movilidad social descendente, ha dejado marcas en el cuerpo social por generaciones. El caso argentino, y la crisis del experimento neoliberal y su colapso de diciembre del 2001, abrió un acontecimiento paradojal: por una parte un peligroso descreimiento generalizado de la ciudadanía hacia las instituciones y del rol de la política, pero al mismo tiempo generó un nuevo período donde la incertidumbre existencial dio lugar a alternativas impensadas en el mundo desarrollado».
La crisis en que nos dejó sumergidos la experiencia neoliberal de esas décadas abrió una puerta impensable poco tiempo antes que, por ambigua y contradictoria, no fue menos creativa con sus más y sus menos. Sigamos leyendo: «La crisis abrupta y la confiscación de los ahorros atentaron contra los valores más internalizados del derecho de propiedad. Este hecho poco común en el sistema de dominación capitalista avanzado alteró las certezas del ciudadano medio y rompió con una típica lógica del sentido de la inalterabilidad sistémica, del patrón mismo de la forma de vida atravesada por la certeza del progreso social y económico». Es decir, la ilusoria bonanza de la “convertibilidad” que ocultaba la marginación de una franja importante de nuestra población, cayó hecha trizas ante la toma de conciencia de que todo ello se había evaporado en muy poco tiempo. La devaluación de la moneda fue acompañada por una devaluación en nuestra condición de ciudadanos, la disolución de la fantasía del “uno a uno” nos empujaba a la atomización de nuestras conciencias en un “sálvese quien pueda”.
Sin embargo, como otro modo de emergencia de esa situación, la creatividad popular encontró salidas novedosas con cierto aire de ayuda mutua. La gente de los barrios capitalinos y del Gran Buenos Aires –que había salido de la siesta neoliberal cargada de inercia y pasividad – intentó experimentar para paliar la crisis, transformando su incertidumbre en decenas de emprendimientos productivos, espacios culturales, comedores comunitarios, apoyo escolar, gestando débiles embriones de economía solidaria y comercio justo.
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