Estamos hoy ante una decisiva encrucijada que, creo, no es interpretada por una parte de la gente, en toda su gravedad. El recorrido que hemos venido haciendo debería llevarnos hacia el siguiente ejercicio: tratar de recordar sólo o en debate con amigos y familiares, qué se pensaba acera de futuros posibles en aquellos años en que la “salida se encontraba en Ezeiza”. La contraposición entre las imágenes de futuros posibles y el estado socio-político de hoy algo debiera decirnos. ¿Eso significa que está todo hecho? De ningún modo, hasta se podría decir que es más lo que falta que lo que se ha realizado. Pero ello no debe nublarnos el camino hacia adelante. Salida la Argentina del pozo en que habíamos caído los argentinos vamos descubriendo que éramos mucho más capaces de construir, con nuestras voluntades, futuros deseables. Habíamos archivado en el cofre de los recuerdos las prácticas del debate político en todas partes y con la participación de muchos. Hoy podemos también ver que nuestros más oscuros pronósticos acerca de una “juventud perdida” comienza a encontrar una desmentida en grupos juveniles que hacen oír sus voces.
El politólogo y profesor de la Universidad de Buenos Aires, Edgardo Mocca, se pregunta “¿Qué discute la política argentina?”, tratando de ver por dónde pasan hoy los ejes más importantes: «Gran parte de la puja política en la Argentina de estos días está atravesada por la discusión sobre las relaciones entre el Estado y el mercado o, desde otra perspectiva, entre los derechos sociales y la propiedad privada. Es un tema clásico de la teoría política, particularmente desde la revolución industrial hasta aquí. Si algo puede decirse a modo de esquemático balance de esta histórica discusión es que las soluciones simples y extremas han fracasado: ni el estatismo autoritario y burocrático ni la utopía tecnocrática del neoliberalismo han podido resolver la cuestión. Al contrario de la prédica del fin de la historia, en cualquiera de sus versiones, cada situación histórica pone esta relación bajo una nueva perspectiva». Yo agrego que este debate ha adquirido en la Argentina una temperatura importante como para dar lugar a conclusiones necesarias y novedosas.
Sigue diciendo: «¿Desde qué perspectiva afrontamos el debate en la Argentina? Nadie puede negar la influencia central de la catástrofe socioeconómica e institucional de fines de 2001 en la forma que adquiere la controversia. Para algunos, la crisis fue una crisis de mala administración, de déficit de aptitud técnica para manejar los tiempos de la salida de la convertibilidad. En la misma clave pero con otro fraseo, se dice también que el gasto público incontrolado provocó la crisis fiscal y que con gobiernos más austeros y menos corruptos hubiera podido evitarse. Lo que envuelve esta manera de mirar las cosas es su común denominador antipolítico y tecnocrático, la creencia de que la política no es racionalización de conflictos de intereses sino pura gestión. La verdad es que no le ha ido bien en estos tiempos a esta interpretación: el derrumbe argentino no fue el último y desde 2008 asistimos a un tramo particularmente inestable y crítico de la economía mundial, con epicentro en Estados Unidos y con episodios turbulentos en varios países de la Unión Europea, hasta ayer presentados como ejemplo exitoso de la globalización hegemonizada por el capital financiero. El debate teórico-político sobre la crisis está mostrando cada vez más sus raíces en el agotamiento de un modelo de desarrollo centrado en la especulación financiera, crecientemente desvinculada de la producción y ajena a todo patrón distributivo medianamente viable».
Por lo que fue quedando afirmado en notas anteriores, podemos partir de la tesis de que estamos frente a un proceso en curso en el cual las fisuras del sistema capitalista en su fase de la concentración financiera se ven muy profundas. Y que, pese a los denodados esfuerzos de la prensa internacional por disimular su gravedad, los datos son cada vez más elocuentes de lo subterráneo de sus remezones. Es de tal seriedad que muy pocos de los analistas serios se atreven a pronosticar algún futuro mejor. Los vaticinios se van postergando, aceptando que pasará todavía un tiempo largo antes de que asome en el horizonte algún signo de mejoría. Para mal de males, como quedó dicho anteriormente, se aplican para salir de la crisis las mismas ideas que nos metieron en ella. Einstein advertía: «Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo».
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