En una excelente película de Oliver Stone, Wall Street -1987- (altamente recomendable para entender mejor el mundo actual de la especulación financiera y sus crisis), el personaje central Gordon Gekko, un agresivo financista que amasa fortunas especulando en la bolsa, pronuncia un famoso discurso en una asamblea de accionistas: «La codicia, a falta de una palabra mejor, es buena; es necesaria y funciona. La codicia clarifica y capta la esencia del espíritu de evolución. La codicia en todas sus formas: la codicia de vivir, de saber, de amor, de dinero; es lo que ha marcado la vida de la humanidad». Estas palabras denuncian un aspecto esencial del capitalismo liberal que sólo se hizo más visible a partir de la Segunda Guerra y la expansión final del sistema. Este proceso adquirió el encubridor nombre de globalización.
Es necesario decir, una vez más, que la globalización había comenzado más de cuatro siglos antes con el descubrimiento del continente americano por parte de los españoles (aceptando la historia oficial). En 1848, en el Manifiesto comunista, Marx y Engels denunciaban: «La gran industria creó el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de América. El mercado mundial imprimió un gigantesco impulso al comercio, a la navegación, a las comunicaciones por tierra. A su vez, estos progresos redundaron considerablemente en provecho de la industria, y en la misma proporción en que se dilataban la industria, el comercio, la navegación, los ferrocarriles, se desarrollaba la burguesía, crecían sus capitales». Por lo tanto, la expansión del sistema capitalista es consustancial con su estructura de producción y explotación. Lo que se produjo a partir de la década del setenta del siglo pasado fue un reordenamiento y perfeccionamiento de estos métodos.
La competencia tan proclamada como un dogma fundamental del funcionamiento libre de los mercados tampoco es una novedad, estaba inscripta en las primeras páginas del libro del capitalismo y fue la piedra basal de la enseñanza de la economía liberal durante los últimos siglos. «La competencia, cada vez más aguda, desatada entre las burguesías, y las crisis comerciales que desencadena, hacen cada vez más inseguro el salario del obrero; los progresos incesantes y cada día más veloces del maquinismo aumentan gradualmente la inseguridad de su existencia» agregaban en el Manifiesto. Esta competencia desembocó en luchas de todo tipo por el dominio de mercados para vender bienes o para comprar insumos. «La burguesía lucha incesantemente: primero, contra la aristocracia; luego, contra aquellos sectores de la propia burguesía cuyos intereses chocan con los progresos de la industria, y siempre contra la burguesía de los demás países». Por lo que vemos la competencia, y sus formas derivadas de lucha, fueron los instrumentos del desarrollo del capitalismo internacional que se fueron haciendo más evidentes cuando el planeta fue repartido entre dos grandes potencias. El acuerdo de dominar sus territorios correspondientes se plasmó en lo que se llamó la “guerra fría”.
La década de los ochenta, con la imposición de un liberalismo que abandonaba parte de su herencia doctrinaria para concentrarse en la libertad de hacer negocios, fue convirtiendo en “verdad” lo que sólo era la justificación ideológica del ansia desmedida de lucro del capital concentrado. Esta vez, los centros de poder no despreciaron el terreno ideológico y se lanzaron a una batalla cultural que ganó en poco tiempo considerables sectores de la opinión pública, avalada por la opinión académica. El evangelio neoliberal pasó a ser bibliografía básica de los medios de comunicación y un “discurso único”, como lo bautizó inteligentemente Ignacio Ramonet, y cubrió gran parte del planeta hasta conquistar el “sentido común”. Fue tan fuerte su prédica que oponerse a él era como negar la ley de gravedad.
Lo que antecede puede funcionar como una explicación del los por qué he venido tratando, en este blog en los últimos meses, temas muy cercanos a los problemas económicos, y sobre todo a la sagrada sabiduría de los mercados que no requiere la intervención humana para no contaminarla con el pecado mortal de perturbar la infabilidad de la “mano invisible”. El intento de las notas anteriores fue ir mostrando las ferocidades de los modos de ese capitalismo y de sus instituciones fundamentales: los bancos. Hacer visible la delincuencia que se adueñó de los resortes primordiales y que se cobijó bajo la supuesta avaloratividad del funcionamiento del sistema, para desestimar el respeto de los valores esenciales de la cultura occidental que le dio cabida. La corrupción penetró como un óxido altamente corrosivo los recovecos más escondidos de su funcionamiento haciendo desaparecer todo vestigio de honestidad: «Business is Business».
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario