miércoles, 13 de abril de 2011

XXI.- Provisorias reflexiones finales II

Lo que puede parecer la introducción de un tema fuera de cuestión tiene por objeto plantear un problema que se aloja en la base de los debates que se desprenden de los temas ya expuestos. Las largas argumentaciones en torno a la salida de la situación que ha creado el agotamiento del sistema capitalista y de su cultura burguesa, por regla general adolecen de ciertas carencias. Por ejemplo, la toma de conciencia de que los términos de los planteamientos que se proponen están circunscriptos a un modo de pensar que se ha agotado junto con la cultura que los creó. Acá recurro a una advertencia que ha hecho Albert Einstein (1879–1955): «No podemos resolver problemas pensando de la misma manera que cuando los creamos». En este punto pareciera que nos encontramos en un laberinto pero, aun siendo así recordemos la enseñanza de Leopoldo Marechal (1900-1970): «De los laberintos sólo se sale por arriba». Y aquí encontramos una muy rica sabiduría. El eufemismo de Marechal nos invita a pensar que en los problemas o situaciones que se presentan verdaderamente complejos las soluciones deben ser buscadas en un plano superior, exterior, con la perspectiva de la lejanía, elevarnos y observar analíticamente y de forma "objetiva", en la medida de lo posible.
De lo dicho debe subrayarse dos afirmaciones: estamos en una etapa de “decadencia cultural” y la necesidad que nos impone esto es comenzar la indagación respecto a “modos del pensar alternativos” que nos ofrezcan posibilidades nuevas. La referencia anterior a América como un suelo nutricio nuevo puede haber sorprendido a algún lector, pero este es un punto insoslayable para abordar la problemática propuesta. Todo marco cultural construye en la mente de sus habitantes una estructuración intelectual que tamiza su relación con el contorno que le toca en suerte . “No vemos todo lo que miramos ni miramos todo lo que vemos”. La percepción queda condicionada para seleccionar ciertos aspectos y situaciones para los que estamos previamente preparados por la educación, que hemos recibido, en su sentido más abarcador. La cultura burguesa, como cualquier otra ha cumplido esa tarea. La impronta que le imprimió a la mentalidad moderna le proporcionó un modo de abordar fuertemente sesgado por el racionalismo y el cientificismo de los últimos siglos. Allí radica la enorme riqueza que ha tenido a su disposición y que la llevó al nivel de civilización actual, pero, al mismo tiempo, sus mayores limitaciones cuando ya no se adecua a los cambios acontecidos, sobre todo a partir de la segunda mitas del siglo XX.
La construcción de una sociedad de masas, que llegó a la expresión más notable en esa época como resultado del desarrollo de los medios de comunicación, transformó la conciencia colectiva y el modo de pensar de mucha gente convertida en lo que se denominó la “opinión pública”. Paul Watzlawick (1921-2007) sostuvo que «lo que llamamos realidad es resultado de la comunicación», idea que reiteraron en múltiples variantes otros estudiosos que observan el rol incuestionable que hoy ha quedado subordinada a la influencia de los medios de difusión masiva. Acá aparece el papel fundamental de esos medios en la formación de los modos de pensar, del consenso y el logro de la mayor uniformidad posible de la conciencia de los miembros de la sociedad. Esto no aparece a través de la presentación explícita de planteamientos ideológicos manifiestos, sino mediante la adaptación a lo que presenta como realidad.
Este proceso ha modificado estructuralmente a la idea tradicional de que la gente tiene un sentido común que le permite tomar decisiones con cierta certeza. Esta idea fue definida por Hans Peter Peters : «El término sentido común describe las creencias o proposiciones que parecen, para la mayoría de la gente, como prudentes, siendo esta prudencia dependiente de unos valores de conciencia compartidos que permiten dar forma a una familia, clan, pueblo y/o nación». Sin embargo, la presencia del proceso de masificación alteró este modo de pensar por la imposición de criterios impuestos. Basta con transitar con cierta atención a través del entramado discursivo que nos envuelve para constatar que pese a los esfuerzos denodados de algunos de sus protagonistas por demostrar su pragmatismo y sentido común, lo que impera ineludiblemente es pura y simple ideología, es decir, formas de la conciencia que altera la percepción de la realidad. Si “sentido común” es lo que se nos presenta como evidente en un lugar del mundo, en una época determinada, la incidencia de la carga ideológica altera los contenidos percibidos.
El profesor de filosofía Lluis Roca nos habla de las ideas previas: «Lo principal se encuentra en la actitud previa. Al recibir una información nueva, las personas parten de opiniones que ya tenían. Tienen la tendencia a oír lo que les confirma y de ignorar o rechazar lo que les contradice. Pero uno se puede preguntar de dónde viene esta actitud preexistente». La respuesta a esa pregunta es clave para seguir avanzando. El lic. Juan González López atribuye un peso importante en la formación de la opinión pública a los que, en Estados Unidos se los denomina “tanques del pensamiento” (think tanks) que se articulan con los medios masivos: «reciben un fuerte financiamiento por parte del empresariado y, en ocasiones, del propio Estado. En el caso de la educación han sido los principales defensores teóricos del concepto de escuela privada y la competencia educativa, asociado a la “transversalmente” deseada calidad educativa. Los medios de comunicación legitiman constantemente las directrices emanadas de estos centros, en el caso de la educación, tales directrices reciben un importante respaldo de medios».

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