domingo, 17 de abril de 2011

XXI.- Provisorias reflexiones finales III

Para centrarnos dentro de lo que he pretendido plantear, debo decir que, lo que se ha denominado en las últimas décadas la “batalla cultural”, ha sido ganada hasta ahora, claramente, por el pensamiento único del neoliberalismo. Esta derrota histórica, que podemos fechar en los fines de la década del setenta del siglo pasado, y sus consecuencias políticas, es el verdadero escollo que no permite esclarecer qué debatimos, cómo y para qué lo estamos haciendo. Y esta dificultad es lo que estoy intentando definir. La dificultad radica en los modos de plantear la cuestión, lo que está condicionado por lo que ha quedado dicho. Es esta dificultad de salir de un paradigma lo que entorpece el debate. A ello se agrega la formación de una opinión cuyo sentido común está acomodado a las explicaciones simples y fáciles.
Se atribuye a Guillermo de Ockham (1280–1349), lo que se ha conocido como la navaja de Occam que si bien no se considera un principio irrefutable de la lógica, ciertamente no es un resultado científico. Su formulación: «La explicación más simple y suficiente es la más probable, mas no necesariamente la verdadera», es enseñada en muchas universidades en las carreras de Ciencias Económicas. La navaja de Ockham es la expresión del sentido común y, por lo tanto, sus seguidores afirman que su aplicación no debería plantear controversias. Sin embargo, preferir una explicación en función de la menor cantidad de causas invita a una escasa reflexión para el discernimiento respecto de ciertos fenómenos sociales, económicos y políticos. Son muchos los temas relacionados con la política y la economía, entre otros, que se manejan a partir de La navaja de Ockham en los medios masivos, condicionando la opinión pública a quedarse en ese nivel del conocimiento que se contenta con el sentido común, que tantas certezas le proporciona.
Pierre Bourdieu (1930-2002) en una conferencia de 1972, planteaba ya los problemas que ofrecían el tratamiento de los temas políticos en estos tiempos globalizados: «La primera condición para responder de forma adecuada a una cuestión política es, por tanto, ser capaz de construirla como política; la segunda, tras haberla construido como política, es ser capaz de aplicarle categorías específicamente políticas, que pueden ser más o menos adecuadas, más o menos refinadas, etc. Estas son las condiciones específicas de producción de opiniones. Segundo principio a partir del cual las personas pueden producir una opinión: lo que llamo el "ethos de clase" (por no decir "ética de clase"), es decir, un sistema de valores implícitos que las personas han interiorizado desde la infancia y a partir del cual generan respuestas a problemas extremadamente distintos».
Para el tema que estamos tratando se ha impuesto como necesario pensar todo desde el esquema de la disputa derecha-izquierda, lo que coloca los términos del debate en uno de los dos campos. A pesar de ello la fuerte desideologización del debate político ha tendido a reducirlo a un espectro mucho más reducido en torno a un centro bastante difuso. Hablar en política de las derechas y las izquierdas es una herencia de la Convención de la Asamblea francesa de 1789, en la que ubicando a la presidencia en el centro del salón se sentaron a cada lado de ella unos y otros. Dándose la particularidad de que los “revoltosos” estaban a la izquierda y la “gente razonable” estaba a la derecha. Precisamente éstos eran los que se oponían a seguir avanzando en las reformas porque lo fundamental ya se había logrado. La burguesía había desalojado del poder a la monarquía que era lo que se había propuesto. Lo demás no era necesario: los derechos de la “gente de bien” ya se habían conseguido, pero la “chusma” pretendía más.
Respecto de la crisis del capitalismo la, mostrada como imposible, salida hacia un socialismo también reduce todo a una discusión entre dos términos contrapuestos capitalismo vs. socialismo. La debilidad actual de los contenidos de estos conceptos ha llevado en nuestras tierras americanas a hablar con mayor precisión: capitalismo andino para Bolivia, capitalismo serio en la Argentina, o socialismo del siglo XXI para Venezuela, nuevo socialismo para Ecuador. Esto muestra la actitud revisionista y, al mismo tiempo, profundizadora respecto de esos conceptos.
Volviendo a América Latina, nos encontramos que cuando el debate se ha propuesto en esos términos es muy poco lo que se ha avanzado. Si bien cada uno de los procesos particulares asume las definiciones que considera más apropiadas para sus proyectos políticos, los calificativos con que se definen los conceptos hablan de la precariedad que encubren. No digo esto como una deficiencia, sino como una necesidad de demostrar que las salidas posibles están en construcción y la conceptualización es siempre, necesariamente, un paso último posterior a las prácticas políticas en esos procesos.
Finalmente, creo haber completado el recorrido crítico del tema propuesto: se expuso el tema, se revisó sus historias, se analizaron sus resultados y se plantearon las dificultades que debemos enfrentar hoy, asumiendo la necesidad de crear nuevos lenguajes, nuevas conceptualizaciones, abriendo caminos tentativos y provisorios con el compromiso de construir una sociedad más equitativa.

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