domingo, 21 de julio de 2013

Una reflexión para comenzar a pensar la decadencia I



Podríamos reflexionar, después de la lectura de las páginas precedentes, sobre la conveniencia o interés intelectual del título de este estudio. Haberlo hecho antes hubiera supuesto enfrentarnos a un muy difícil tema por falta de la información necesaria. Como un comienzo de este ejercicio de búsqueda debemos preguntarnos si estamos viviendo en un mundo aceptable. No pretendo que se responda sobre lo justo o equitativo, o si está más o menos cerca de algo ambicionado. Propongo que se piense, simplemente, en si es aceptable. Podemos imaginar, en este juego, una encuesta mundial: ¿Qué nos informaría? Si las respuestas fueran mayoritariamente positivas todo lo anterior ha sido un esfuerzo inservible. Pero, el motivo central de esta investigación ha partido de la tesis que se sostiene en el supuesto de una opinión abrumadoramente rechazantes del estado actual del mundo, lo cual nos permitiría pensar que estamos llegando a un punto insostenible. Yo he partido del convencimiento de esa apreciación. No es sólo una idea subjetiva, es el resultado de múltiples lecturas de personalidades internacionales, académicos e investigadores, que llegan a esa conclusión. Las páginas anteriores algo mostraron de ello. Avancemos un poco más.
En una entrevista reciente que el periodista ruso de Komsomolskaia Pravda, Evgueni Chernih, le  realizara a Andrei Fúrsov[1] (1951), el historiador le informa de un hecho que no ha recibido la difusión necesaria para una  gran parte de los lectores del mundo global pero, aun si la hubiera tenido, hubiera pasado inadvertida por el letargo en el que ha sido sumergido el ciudadano de a pie para comprender la gravedad de tal acontecimiento. Peor todavía, si esta información se hubiera comprendido no hubiera sido esperable alguna reacción importante:
Hace dos años las dos dinastías financieras más famosas del planeta han concluido una alianza que de inmediato planteó multitud de preguntas y de versiones conspirativas. A los analistas esta alianza les pareció extraña, inesperada. Se consideraba que ambos clanes desde hace mucho tiempo están enfrentados en una cruel guerra de competencia. Se trata de una concentración del capital y del poder en vísperas de serios sobresaltos que se salen del marco de las finanzas y de la economía. No se trata simplemente de sobrevivir a la crisis, como piensan algunos, sino de presentar un aviso para el futuro, anunciando su deseo de dominio en un mundo de poscrisis y poscapitalista.
La impensable cantidad de dinero que está involucrada en dicha alianza y los fines a los que se destinará debería estremecernos. Agrego una información más que ayuda a percibir la amenaza del fenómeno. El investigador Eric Zuesse[2] (1981) describió la distribución de la riqueza global, sin tener en cuenta esta alianza, en estos términos:
La desigualdad de la riqueza es siempre mucho más elevada que la desigualdad de los ingresos, y por ello un cálculo razonable de la riqueza personal en todo el mundo se encontraría probablemente en este orden: el 1% más rico de la gente posee la mitad de todos los activos personales. Esos individuos podrían considerarse la actual aristocracia, en la medida en que su poder económico es igual al de todo el 99% restante de la población del mundo.
Por su parte, el destacado periodista canadiense-estadounidense David Brooks[3] (1961) proponía una reflexión respecto del estado de anomia, indiferencia y pasividad de gran parte de los ciudadanos de los EEUU ante esta marcha de la situación social, pero de la que no escapa gran parte del mundo global, a partir de las siguientes afirmaciones:
Una de las sensaciones más raras aquí es la ausencia de lo urgente. Este país está en medio de las guerras más largas de su historia, en las cuales cada día muere más gente, pero ésa es sólo una de las tantas noticias urgentísimas que forman parte de un torrente de información, desde los detalles respecto de la creciente desigualdad hasta las pruebas de que se acerca una crisis ambiental que puede llevar al fin de la vida humana en el planeta. Las noticias no dejan descansar –o sea, no es por falta de información–, pero tampoco parecen despertar respuesta. Todo se presenta con mayor prisa cada vez, pero nada es urgente. En estos últimos años sucedió lo que todos saben fue el mayor fraude en la historia del país, cuando los bancos y las empresas financieras provocaron la peor crisis desde la Gran Depresión. Todos saben que actualmente, esos mismos financistas y sus amigos, están gozando de un suculento capital personal mientras la gran mayoría de los estadounidenses sigue pagando las cuentas y consecuencias del desastre. Pero esta disparidad y desigualdad no es urgente.
Y continúa con una serie de planteos similares, que acarrean los mismos peligros, que no conmueven a la famosa “opinión pública” de su país, ni de gran parte del escenario internacional. Se puede pensar, con bastante certeza, que las políticas educativas que forman parte de los proyectos neoliberales han anulado la imaginación, la curiosidad, han detenido el desarrollo intelectual y emocional de millones de personas, por lo cual viven anestesiados sin posibilidad a reaccionar. La anestesia le sirve al poder concentrado para mantener un escenario sin conflictos, pero la falta de conflictos favorece la angurria de unos pocos que abusan hasta el hartazgo en beneficiarse de ello. Se ha llegado, entonces, al punto de inflexión de la curva[4]. Se está frente al comienzo de la decadencia.



[1] Historiador, sociólogo y publicista ruso, autor de numerosas monografías científicas y del libro “Campanas de la historia” (Moscú, 1996). Sus intereses científicos se centran en la metodología de la teoría e historia de sistemas sociales complejos, particularidades del sujeto histórico, fenómeno del poder (y la lucha mundial por el poder, información y los recursos).
[2] Es un historiador y antropólogo cultural estadounidense, teórico general de sistemas, economista y periodista de investigación.
[3] Especializado en política. Escribe en el New York Times y fue editorialista en el Washington Times y del The Wall Street Journal y realizó contribuciones en Newsweek y The Atlantic Monthly.
[4] La curva creciente puede llegar a un máximo a partir de la cual ya no puede seguir su trayecto ascendente, se convierte allí en decreciente, este punto de inflexión marca el momento irreversible por el cual la pendiente puede precipitarse hacia el punto cero.

miércoles, 17 de julio de 2013

La decadencia de Occidente VIII



El conocido y premiado escritor Mario Vargas Llosa[1] (1936) ha publicado un artículo, Apogeo y decadencia de Occidente en el que comenta la reciente aparición de un libro del profesor Niall Ferguson[2] que lleva por título Civilización: Occidente y el resto. Es interesante leer los comentarios de un liberal peruano, digo, en otro sentido, de un latinoamericano sobre un británico liberal, en ambos se percibe una admiración por la cultura occidental. Comenta Vargas Llosa que:
Niall Ferguson expone las razones por las que, a su juicio, la cultura occidental aventajó a todas las otras y durante quinientos años tuvo un papel hegemónico en el mundo, contagiando a las demás con parte de sus usos, métodos de producir riqueza, instituciones y costumbres. Y, también, por qué ha ido luego perdiendo brío y liderazgo de manera paulatina al punto de que no se puede descartar que en un futuro previsible sea desplazada por la pujante Asia de nuestros días encabezada por China.
Nos propone pensar el libro a partir de seis razones que instauraron el predominio de Europa que describe el profesor Ferguson: a.- la competencia que atizó la fragmentación en tantos países independientes; b.- la revolución científica, pues todos los grandes logros en matemáticas, astronomía, física, química y biología a partir del siglo XVII fueron europeos; c.- el imperio de la ley y el gobierno representativo basado en el derecho de propiedad surgido en el mundo anglosajón; d.- la medicina moderna y su prodigioso avance en Europa y Estados Unidos; e.- la sociedad de consumo y la irresistible demanda de bienes que aceleró de manera vertiginosa el desarrollo industrial, y, sobre todo, la ética del trabajo, tal como lo describió Max Weber[3] (1864-1920). Este investigador alemán sostuvo que el capitalismo, en el ámbito protestante encontró el clima cultural propicio por sus normas severas, estables y eficientes que combinaban el tesón, la disciplina y la austeridad con el ahorro, la práctica religiosa y el ejercicio de la libertad.
Avanza en el artículo calificando el libro:
Ferguson defiende la civilización occidental sin complejos ni reticencias pero es muy consciente del legado siniestro que también constituye parte de ella —la Inquisición, el nazismo, el fascismo, el comunismo y el antisemitismo, por ejemplo—, pero algunas de sus convicciones son difíciles de compartir. Entre ellas la de que el imperialismo y el colonialismo, haciendo las sumas y las restas, y sin atenuar para nada las matanzas, saqueos, atropellos y destrucción de pueblos primitivos que causaron, fueron más positivos que negativos pues hicieron retroceder la superstición, prácticas y creencias bárbaras e impulsaron procesos de modernización.
Rescata como positivas las críticas que el autor del libro le hace al mundo occidental.
El capitalismo se ha corrompido por la codicia desenfrenada de los banqueros y las élites económicas, cuya voracidad, como demuestra la crisis financiera actual, los ha llevado incluso a operaciones suicidas, que atentaban contra los fundamentos mismos del sistema. Y el hedonismo, hoy día valor incontestado, ha pasado a ser la única religión respetada y practicada, pues las otras, sobre todo el cristianismo tanto en su variante católica como protestante, se encoge en toda Europa y cada vez ejerce menos influencia en la vida pública de sus naciones. Por eso la corrupción arrasa todo y se infiltra en todas las instituciones. El apoliticismo, la frivolidad, el cinismo, reinan por doquier en un mundo en el que la vida espiritual y los valores éticos conciernen sólo a minorías insignificantes.
Vargas Llosa comparte esta descripción, pero le achaca no haber hecho ninguna referencia al espíritu crítico, que, en su opinión: «Es el rasgo distintivo principal de la cultura occidental, la única que, a lo largo de su historia, ha tenido en su seno a buen número de sus pensadores y artistas más lúcidos y creativos». Agrega que está convencido de que se le debe a esta capacidad de criticarse a sí misma la posibilidad que ha tenido la cultura occidental de «renovarse sin tregua, de corregirse a sí misma cada vez que los errores y taras han crecido en su seno y amenazaban con hundirla».



[1] Escritor peruano, que desde 1993 cuenta también con la nacionalidad española. Uno de los más importantes novelistas y ensayistas contemporáneos, su obra ha cosechado numerosos premios, entre los que destacan el Príncipe de Asturias de las Letras 1986 y el Nobel de Literatura 2010.
[2] Niall Campbell Douglas Ferguson (1964) es historiador, escritor y profesor británico. Se especializó en historia económica y financiera, así como en la historia del colonialismo. Tiene la cátedra Laurence A. Tish de Historia en la Universidad de Harvard y la cátedra William Ziegler de Administración de Negocios en la Harvard Business School.
[3] Fue filósofo, economista, jurista, historiador, politólogo y sociólogo, estudió en las universidades de Heidelberg, Berlín y Gotinga, interesándose especialmente por el Derecho, la Historia y la Economía. Fue considerado uno de los fundadores del estudio moderno de la sociología y la administración pública.

domingo, 14 de julio de 2013

La decadencia de Occidente VII



El filósofo alemán Edmund Husserl[1] (1859-1938) intuyó que la Europa de comienzos del siglo XX presentaba anomalías que deteriorarían su espíritu. Levantó, entonces, su voz en defensa de la supremacía europea que merecía ser defendida ante tan difíciles momentos. En sus palabras trasmite con claridad la sobrevaloración de esa cultura:
Europa entendida no geográficamente o cartográficamente, como si se pretendiera circunscribir el ámbito de los hombres que conviven aquí territorialmente en calidad de humanidad europea. En el sentido espiritual pertenecen manifiestamente también a Europa los Dominios Británicos, los Estados Unidos, etc., pero no los esquimales ni los indios de las exposiciones de las ferias ni los gitanos que vagabundean permanentemente por Europa. Con el título de Europa se trata evidentemente aquí de la unidad de un vivir, obrar, crear espirituales: con todos los fines, intereses, preocupaciones y esfuerzos, con los objetivos, las instituciones, las  organizaciones, “La estructura espiritual de Europa”: ¿qué es esto? Es mostrar la idea filosófica inmanente a la historia de Europa (de la Europa espiritual) o, lo que viene a ser lo mismo, la teleología inmanente a ella, que se da a conocer en general desde el punto de vista de la humanidad universal como el surgimiento y el comienzo de desarrollo de una nueva época de la humanidad, de la época de una humanidad que en adelante sólo quiere vivir y puede vivir en la libre formación de su existencia y de su vida histórica a partir de ideas de la  razón, hacia tareas infinitas.
Intentaré traducir el párrafo al idioma del ciudadano de a pie. Cuando habla de Europa se refiere a una energía que la colocó en centro del mundo, un modo de pensar y pensarse, una clase de personas que asumen la superioridad de la cultura y viven de acuerdo a ella, una cierta aristocracia espiritual, que no debe ser confundida con un sentido poblacional: por eso llama europeos también a las colonias británicas y a los Estados Unidos, pero excluye a los “indios” de América y a los “gitanos” de Europa.  Son sus  representantes los elegidos para cumplir un destino privilegiado: tiene como objetivo superior el desarrollo de una nueva época de la humanidad. Dos alemanes, dos filósofos, Spengler y Husserl, contemporáneos, interpretan el momento histórico de modos opuestos: el primero habla de decadencia, el segundo habla de no renunciar a ese destino de grandeza; uno acusa a Europa de pretensiones inaceptables, el otro la eleva a un sitial de privilegio que justifica su camino imperial.

En la página www.senderoislam.net se publica un comentario que contiene la mirada del mundo islámico sobre la cultura occidental. Si logramos superar los prejuicios que intentan inculcarnos, podría decirse que no puede dejar de interesar una reflexión oriental sobre nosotros. El título de la nota es Crisis y decadencia de occidente juzgado desde una filosofía y una moral, en gran parte, ajena a nosotros:
Creo que todos estamos de acuerdo en que la actual decadencia occidental es total, abarca al individuo y a la sociedad. Están en crisis desde la religión hasta la naturaleza, el agua, el aire, etc., pues todo está siendo degradado, lo que rodea al hombre y lo interior al hombre, sus ideas, sus creencias, sus expectativas. Además de la decadencia general que plantea el modo de vida materialista de occidente, dentro de ella, existen las crisis individuales de cada ser humano. Cada uno experimenta la decadencia general de nuestra época, el cambio, la angustia, la inestabilidad, pero cada cual lo hace desde su propia circunstancia personal. Y aunque existen diferentes grados de intensidad en cada experiencia individual, todos sabemos ya indudablemente que el tiempo que se avecina es de tormenta, es angustioso, devastador, y aun cuando quisiéramos apartarnos del problema, hay un clima general que nos rodea, sacude y angustia. En definitiva, la crisis actual es especial, porque además de que siempre cada uno de nosotros atraviesa periodos de duda e inestabilidad, de inseguridad, hay ahora también enfermedad en toda la sociedad. Antes la sociedad ayudaba a curarse, y el estado general de la gente permanecía medianamente bien. Hoy tenemos un verdadero cáncer, ya no es una gripe. La crisis lo afecta todo, se ha ampliado y extendido, se ha hecho demasiado profunda.


[1] Estudió física, matemáticas, astronomía y filosofía en las universidades de Leipzig, Berlín y Viena. Fue profesor en Halle, y en Gotinga y pasó a ser profesor titular de la Universidad de Friburgo.

miércoles, 10 de julio de 2013

La decadencia de Occidente VI



 A partir de la catástrofe financiera de la Bolsa de Nueva York, los analistas y los investigadores se preocuparon para detectar las causas que las habían provocado. Como es de suponer, no hubo acuerdo en definir una causa o unas pocas, pero fundamentales. Las escuelas del pensamiento económico no se podían poner de acuerdo. Los marxistas esgrimieron fundamentaciones que les permitían corroborar las predicciones atribuidas a Marx. Los defensores del liberalismo económico no podían aceptar que el sistema capitalista pudiera entrar en un cuestionamiento estructural de su funcionamiento, dado que esto abría las puertas de la crítica revolucionaria.
Otro tema relevante que aparece es el que Raymond Aron[1] (1905-1983) denominó “la anarquía capitalista”, que sería la consecuencia de un mercado libre, de oferta y demanda (es decir, no planificado) que arrastra el peligro de caer en crisis de superproducción, de producir por encima de la demanda existente. Esto es el resultado de que la demanda no es cuantificable con precisión. Aunque, con mayor propiedad, habría que hablar de crisis de demanda, por disminución del poder de compra, cuya persistencia pondría en riesgo la normal continuidad del “mercado”.
No debe olvidarse que la quiebra de la Bolsa fue un resultado combinado de estas posibles causas, por lo cual en la década del treinta el desconcierto reinante llevó a que varias universidades estadounidenses se lanzaran a estudiar el sistema de planificación centralizada de la Unión Soviética como una salida posible.
Una definición sencilla de este concepto nos la brinda Wikipedia:
La economía centralizada es aquella en la cual los factores de producción están en manos del Estado, que es el único agente económico relevante. Por ello, el mercado pierde su razón de ser como mecanismo asignador de recursos. Estas manipulaciones son llevadas a cabo mediante planes económicos quinquenales, en los que se especifica detalladamente el suministro, los métodos de producción, los salarios, las inversiones en infraestructuras.
Para poder pensar sobre este tema más detalladamente, recurro a un economista e historiador británico de orientación marxista, Maurice Herbert Dobb[2] (1900-1976), quien, en un artículo titulado ¿Planificación centralizada o descentralizada? (1966), sostiene:
Existe, en relación con la planificación, un problema que no queremos dejar de abordar, ya que, con harta frecuencia, ha sido objeto de discusión dentro y fuera de los países socialistas. Dicho problema se refiere al mecanismo de la planificación, es decir —para denominarlo de la misma forma en que se ha hecho en algunos países socialistas—, a los “modelos económicos” y, en particular, al grado de centralización o descentralización que ha de existir en la planificación económica y en la administración. Mucha gente se siente inquietada por el peligro de una “burocracia” con excesiva concentración de poderes, demasiada inflexibilidad en la línea de mando y escasa iniciativa democrática desde abajo. ¿Cómo evitar la aparición, en la esfera económica, de un poderoso “imperio” burocrático, lento e irresponsable?
El párrafo está poniendo en evidencia que también dentro de los países socialistas se debatía sobre este problema para definir cuánta planificación, cómo planificarla y con qué grado de libertad, si debía ser centralizada o descentralizada, etc. En medio de lo que se cuestionaba en la década del treinta, se trataron con mayor atención dos propuestas diferentes. Ambas abandonaban en gran parte la idea de un mercado libre dejado a sus propios mecanismos: a. las diversas formas posibles de planificación, y b. las tesis de John Maynard Keynes[3] (1883–1946) cuya propuesta ponía énfasis en la preservación del capitalismo. Su principal novedad radicaba en plantear la imposibilidad de dejar el mercado del sistema capitalista librado a sus propias reglas, porque allí se encuentra la causa de las crisis.
El profesor Raymond Aron, de la Sorbona de París, analizó las características del mercado libre:
Cuando los economistas dicen “mecanismo de mercado”, entienden por ello que el equilibrio entre la oferta y la demanda se establece espontáneamente entre compradores y vendedores en el mismo; que la distribución de recursos colectivos se determina por la respuesta de los consumidores a las ofertas de los productos sin planificación de conjunto y que pueden producir desequilibrios en los mercados parciales e, incluso, en el global.
De allí que la crisis de sobreproducción de fines de la década de 1920 aparece como consecuencia de diversos factores: la sobreacumulación de capitales, sobre todo los especulativos, que engendró una capacidad de oferta que desbordaba la demanda; el subconsumo relativo, vinculado a una caída de la demanda de bienes; el desorden productivo  y económico en general (anarquía capitalista), y la declinación de la rentabilidad de las actividades productivas.


[1] Fue un filósofo, sociólogo y analista político francés. Se doctoró en Filosofía de la Historia en la École Normale Supérieure, donde fue profesor de Sociología de la Cultura Moderna.
[2] Egresado de la Universidad de Cambridge (Inglaterra). Desarrolló su labor como conferenciante y docente en su universidad. Se incorporó como docente del claustro del Trinity College de la Universidad de Dublín donde impartió clases de economía.
[3] Economista británico, considerado uno de los más influyentes del siglo XX, cuyas ideas tuvieron una fuerte repercusión en las teorías y políticas económicas.