Debemos esperar un 2009 lleno de complicaciones. Dentro de las cuales juega un papel fundamental la información, sobre ella quiero dejar dicho algo que puede ayudarnos a manejarnos en el año que se inicia. El notable desarrollo tecnológico que se ha expresado en la universalización de la información, en las trasmisiones en vivo y en directo, por las cuales vivimos la sensación de poder saber todo (o casi) de lo que sucede y se piensa en la totalidad del planeta, nos ha sumergido en lo que algunos han llamado la “sociedad del conocimiento”. Es probable que haya sido el investigador austriaco Peter Drucker (1909-2005) quien primero habló de ello. Este concepto ha provocado una confusión de la que es necesario salir para poder pensar con más claridad el mundo dentro del cual nos movemos. No puedo afirmar que la confusión haya sido provocada con toda mala intención, pero sí puedo asegurar que esta confusión ha sido muy funcional a la cultura de la globalización o, dicho de otro modo, a la cultura neoliberal.
La década de los noventa fue el escenario sobre el cual este proceso encontró la posibilidad de exhibir las mil maravillas de sus capacidades. La presencia de Internet generó la idea de un mundo interconectado en tiempo real, sin reparar que el acceso a esa tecnología era sumamente restringido ya que apenas un cinco por ciento de los habitantes del mundo podían hacer uso de ello. Por lo que la impensada capacidad, poco tiempo atrás, de acumulación, procesamiento y transmisión de información, en virtud de los arrolladores avances que ofrecían las ciencias de la información y todas las variantes de las telecomunicaciones, se instalaron como algo que hubiéramos tenido desde siempre, puesto que hay muy pocas preguntas acerca de este fenómeno. Es, entonces, durante esa década en la que los términos conocimiento e información comenzaron a utilizarse como si fueran sinónimos. Es allí donde comienza la confusión de ideas que es necesario señalar para poder superarlas. Veamos.
Lo que circula por los medios electrónicos no es conocimiento y, a veces, ni siquiera es información. Es algo mucho más elemental: son datos. Es, sobre todo, dentro de la información periodística donde la confusión es más cotidiana y donde tengo mis mayores sospechas de que eso no es muy inocente. No me refiero a las manadas de lo que se denomina hoy “periodistas” dentro de las tres modalidades de los medios: escrito, radial y televisivo. En esas personas lo que reina es una ignorancia cultivada con mucha dedicación y esmero (salvo las consabidas excepciones). En el nivel directivo de esos medios se puede observar ya una perversa intención de nadar en ese mar de confusiones muy útiles para desinformar. Debo aclarar que este concepto, extraído de los servicios de inteligencia, hace referencia a un tipo de información cuya intención es hacer creer lo que no ha pasado, u ocultar lo que en realidad se está dando.
Volvamos al dato. Es aquel tipo de información que contiene muy poco, recortado del contexto dentro del cual se lo extrajo, se limita a decir “esto es una cosa”, sin acompañarla de algunas respuestas que definan por qué se habla de “esto” y no de “aquello”; qué hizo que “esto” fuera relevante para ser puesto a la consideración pública; qué es lo que permite afirmar que es esa “cosa” y no otra; por qué esa “cosa” debiera ser informada en ese momento y no en otro, si es que ya se había dado en otras oportunidades; qué es lo que ha convertido lo que esa “cosa” es en algo digno de señalar en ese momento; etc. Para que ese dato, así tratado tan despojadamente, adquiera relevancia debe convertirse en información (adquirir forma), es decir rodearse del contexto que le otorga ubicación en tiempo y espacio, que permite comprender el por qué debe ser comunicado como un hecho relevante. Continuaré sobre este tema.
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