Hemos visto como la unidad más elemental de la información, el “dato”, puede decir algo, mucho o nada, por sí mismo. También la necesidad de su ubicación en un contexto social, cultural, político o económico hace que el mismo “dato” nos trasmita cosas diferentes. Para dar un ejemplo sencillo: “Fulano se quebró una pierna”. Es de suponer que accidentes como ese deben darse muchos por día y cada centro asistencial podría ofrecernos estadísticas al respecto. Se podría pensar que las circunstancias en la que se produjo el accidente le otorgan una relevancia informativa que aporta el señalamiento de una anormalidad que es necesario solucionar. También podría darse el caso en el que la información no está colocando el acento sobre la quebradura de la pierna sino sobre quién puede es el accidentado. Por lo cual el problema no recae en el hecho sino en la persona del accidentado. En este sentido quien sea ella modifica la gravedad del accidente: el ser un deportista importante en medio de un certamen mundial (R. Federer en un torneo) o una actriz en el desarrollo de una obra de teatro, a diferencia de un corredor de motocicletas.
El ejemplo muestra que el simple dato es muy pobre para comunicarnos algo relevante y que lo que convierte ese “dato” en información importante es el contexto del hecho. Ahora bien, es cierto que la totalidad del contexto dentro del cual se produjo el hecho no es materia comunicable, dado que convertiría la noticia en un tratado socio-histórico. Aquí aparece la necesidad de una operación que en el medio periodístico se denomina “editar”. Equivale a decir, quitar todo aquello que no es importante para comunicar la noticia misma. Este recorte requiere la utilización de juicios de valor: ¿qué es lo importante y qué no lo es? A lo que debiéramos agregar ¿quién es el que define uno o lo otro? Porque quien lo hace está tomando decisiones sobre qué es lo que el público “debe saber”.
El Dr. Ismael Clark, Presidente de la Academia de Ciencias de Cuba, comenta este tema: «La información, el discurso, los datos, necesitan ser elaborados e interrelacionados por las personas, con respecto a un tiempo y a un lugar, a una situación dada. Sólo la intervención de las personas puede conferir a la información la categoría de conocimiento». Sin embargo, a pesar de ser todo ello materia de análisis y reflexión en los ámbitos especializados y que todo profesional de la comunicación debiera saberlo, podemos ver como circula por el mundo, a velocidades cibernéticas, cantidades siderales de datos que se utilizan como si fueran información. Por ejemplo: “Un cubano gana cien dólares por mes”. ¿Qué nos dice esto? ¿Cuánto es el valor de cien dólares en el presupuesto mensual de vida de un cubano? Si el cubano tuviera que afrontar los costos de vida de los EEUU es casi nada, pero no es el caso para éste ya que una parte importante de lo que para otros son “gastos” él los recibe del Estado en forma gratuita. Pero esto no se dice con lo cual la “verdad” del dato se convierte en mentira porque trasmite algo y oculta el contexto de ese dato.
¿Por qué me he detenido en estas notas sobre estos “detalles”? Por la necesidad de comenzar a practicar cotidianamente una lectura crítica de los datos que recibimos, ofrecidos como información fidedigna. Nos dirán ¿acaso no es correcto informar que un cubano gana cien dólares por mes? Si el dato contuviera la totalidad de la verdad lo sería. Pero, como hemos podido ver, sólo contiene un aspecto parcial y oculto el contexto en el cual éste se hace comprensible.
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