Hemos leído las opiniones de algunos investigadores; pasemos ahora a analizar qué dice alguien que está dedicado al periodismo, pero no deja de dar clases en la Universidad La Sorbona de París, me refiero al director del periódico Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet. Él nos permite entrar al mismo problema, pero desde otro ángulo que completa la información. Centra su análisis en lo que considera un problema en crecimiento: la concentración de la propiedad de los grandes medios en unas pocas manos de empresarios: «La disminución de la difusión de periódicos tiene como contrapartida su cada vez mayor concentración en un puñado de grupos industriales. Su mayor dependencia de los intereses económicos de esos grupos caracteriza a la prensa escrita actual —problema extensivo a todos los medios—. Un fabuloso desarrollo tecnológico pone a la información al alcance de un público cada vez más extenso y con mayor rapidez. Pero simultáneamente se incrementa un periodismo complaciente en menoscabo de un periodismo crítico, lo que pone en riesgo la noción misma de prensa libre y perjudica y degrada a la democracia».
De este párrafo se pueden sacar varias conclusiones que intentaré presentar desde la línea de esta serie de notas. Los medios de comunicación en gran parte del mundo, que deberíamos llamar de información o, tal vez de desinformación, por lo que ya hemos visto, han sido comprados por un “puñado de grupos empresariales” (otro tanto ocurre en nuestro país). Estos capitales, que hasta no hace más de 25 años no se ocupaban de este negocio, han ingresado a él. La consolidación de los grandes conglomerados económicos permitió que dieran un paso hacia el control de la opinión pública, ahora planteado supuestamente dentro del marco de las reglas de la democracia.
Pero la democracia ha sido reducida hoy al reino del mercado que le ha franqueado la vía de acceso: la compra de acciones de esos medios y la posibilidad de su concentración. Por tal razón, se puede comprender, aunque no justificar, que muchos de los trabajadores de esos medios, por la necesidad de conservar sus puestos de trabajo hayan aceptado el cambio de las condiciones en la relación trabajador-empresario. La proliferación de situaciones similares ha dado lugar a la aparición de “un periodismo complaciente”. Paralelamente, como se desprende de esta situación, se fue disolviendo el “periodismo crítico”.
Esto nos coloca en la pista del proceso que se ha ido dando dentro de esos medios. La censura estatal en el mundo occidental ha prácticamente desaparecido. Ha sido reemplazada por la censura empresarial interna que campea hoy por las redacciones. Esta censura interna es más fácil de aplicar y, además, es invisible a los ojos del consumidor de esos medios. Cuando los periodistas han asumen, por una diversidad de situaciones comprensibles, los valores que los medios exhiben, nos encontramos con la famosa “prensa independiente”, lo que no se aclara independiente de quiénes, puesto que todos ellos quedan enmarcados dentro del claro objetivo de la mayor rentabilidad.
Agreguemos ahora, entonces, la pregunta acerca de cómo y dónde se obtiene esa rentabilidad. La respuesta es sencilla: del mercado, por la venta de espacios publicitarios. Estos son definidos por las empresas y las agencias de publicidad, ambas regidas por objetivos comunes: llegar a la conciencia del mayor número posible de consumidores por los caminos más efectivos. Esta mercantilización penetra en los medios, que apelan a todo tipo de trucos para vender (CD, DVD, revistas, juegos con premios). Ramonet nos advierte: «Lo cual refuerza la confusión entre información y mercancía, con el riesgo de que los lectores ya no sepan qué es lo que compran. Así es como los diarios enturbian más su identidad, desvalorizan el título y ponen en marcha un engranaje diabólico que nadie sabe en qué acabará».
Una propuesta para los medios concentrados, dentro del esquema internacional actual, de convertirlos en difusores de cultura es ridícula, inocente, irrealista o infantil. Debemos aceptar hoy su imposibilidad, hasta tanto no seamos capaces de convertirnos, al menos, en consumidores críticos y selectivos, que hagamos sentir las preferencias de un público que demanda bienes culturales y no camuflaje de mercado. Me pareció impactante la figura del “engranaje diabólico” utilizada por quien sabe mucho de ello, porque se encuentra en el corazón mismo de este proyecto devastador.
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