La “verdad científica” se incorporó a la vida cotidiana, no como tal, sino en los modos de algunos términos que adquirieron carta de ciudadanía en nuestro lenguaje cotidiano: “hablar objetivamente”, por decir algo que se parezca un poco a la objetividad de lo comunicado; “hablar con precisión”, cuando se puede comprender, a poco que nos detengamos en ello, que lo máximo que se puede lograr es una aproximación con palabras cargadas de sentidos ambiguos; “describir con exactitud” cuando en la mayor parte de los casos eso es imposible. Claro está que quien lo solicita no es consciente de lo que está demandando y que, en realidad, pretende que lo que se le diga sea lo menos disparatado posible.
Pero se agrega a ello que después de un siglo cargado de descubrimientos científicos y avances tecnológicos, el XIX, nos encontramos con las dos Grandes Guerras que desmoronaron el prestigio de la cultura europea, madre del modo de pensar de una gran parte del mundo, proceso que arrastró todos los valores en los que habíamos sido educados. Poco quedó para creer. Allí ubico el comienzo de esa caracterización de la conciencia de la segunda mitad del siglo XX: relativismo, escepticismo, cinismo, que adquirió un nombre académico que la vistió con mejor ropaje: la posmodernidad. Sin embargo, parece que en el mundo de las comunicaciones se dio un proceso inverso. Si desde el siglo anterior los medios eran la expresión de un grupo determinado, político, filosófico, artístico, la última mitad, la de la posguerra, inauguró la modalidad de la información profesional, que ya hemos analizado, y se vistió de “objetividad periodística”.
La última década del XX empezó a develar lo que se escondía detrás de tal pretensión, analizado en notas anteriores. Por tal razón, recurrí a la cita de Stanley J. Grenz, que actualiza la pregunta de Pilato: ¿qué es la verdad? Ésta adquiere en este siglo XXI una virulencia, tal vez, demasiado fuerte para que el “ciudadano de a pie” se haga cargo de ella. Es demasiado pesada para la conciencia de ese hombre que vive corriendo sin saber de qué se está escapando, que prefiera “entretenerse” con liviandades, porque “la realidad es demasiado negra” para querer saber cómo es y qué está pasando. En esa condición de “hombre saturado”, prefiere no hacerse cargo de preguntas duras y pesadas. Si haber llegado a esa condición fue también resultado del modo de comunicar la información, los medios viraron inmediatamente hacia la mezcla de información con entretenimiento, el “infoentretenimiento”, del que ya algo quedó dicho.
Se ha producido un efecto de retroalimentación entre los medios y los consumidores. Los medios fueron acondicionando la conciencia de un público masificado, y ese público demandó productos de fácil digestión. La nueva modalidad encuentra allí su justificación. Y, ante ese público “educado” en la modalidad del “infoentretenimiento”, se argumenta, hipócritamente, que el consumidor tiene la “potestad” y la “libertad” de elegir el medio por el que se quiere informar, al ocultar la mediocre monocromía de la oferta.
Tal vez, nuestra cultura haya adquirido una especie de antivirus, por lo que los propósitos de los grandes medios concentrados solo han llegado atenuadamente entre nosotros. Pero, para mirarnos en un espejo que nos devuelve la imagen de un futuro posible, de no tomar conciencia de todo esto y defendernos de esos ataques mediáticos, el público estadounidense es un ejemplo claro para estudiar. Repito algo ya dicho en varias oportunidades: Homero Simpson es el ciudadano medio del Norte.
Podemos ahora desarmar esa especie de cóctel que terminó siendo la conciencia del consumidor mediático, un poco de escepticismo que se traduce por “todo es lo mismo”; una buena dosis de cinismo que se presenta en un “qué me importa”; otro tanto de relativismo, que reduce todo a un sin-valor parejo y se expresa en un “me da igual”. No debe ser tomado esto como una descripción amarga. Es una aproximación investigativa sobre cómo se ha dado en el mundo globalizado la relación medios-consumidor y, al mismo tiempo, una advertencia de lo que se propone el poder internacional concentrado.
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1 comentario:
en base a lo aquí descripto, es que me preguntaba, cómo hacer para que los alumnos de enseñanza media sientan el gusto por saber? si todo es un flash constante multimedia en donde ni el aula de historia se salva de la mal usada tecnología, ni en sueños se logra una lectura profunda de un tema, así sea una, aunque me tarde un semestre en darlo, pero que las reflexiones superen la instantánea superficialidad y trivialidad con la que se termina cayendo las clases de hoy.
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