Atendiendo especialmente a la cantidad de trabajadores de los medios y, por tal razón, a su sustento de vida, uno de los ángulos que no se pueden pasar por alto —algo ya quedó dicho de aquellos prostituidos en la profesión— consiste en pensar la situación y la actitud del periodista dentro del cuadro que hemos venido analizando. Uno de ellos, docente de la Escuela de Periodismo del Círculo de la Prensa, Ernesto Martinchuk, adopta un punto de vista “profesional neutro”, según mi parecer, y nos ofrece algunas reflexiones interesantes. Sus definiciones apuntan hacia “un deber ser” que se desentiende de los problemas que he planteado. Pero es útil leer lo que escucha un estudiante de periodismo que, en su ingenuidad, acepta como la “verdad” de su futuro oficio:
«Una de las condiciones para ser un eficaz periodista profesional es el sentido crítico. Un periodista es un crítico por naturaleza, y tiene que estar dotado por la naturaleza de un atributo que es la curiosidad. Todo lo demás es perfectamente suplantable con un buen aprendizaje. Conocer la técnica y aprender el oficio es una cosa, pero si el periodista no reúne básicamente una condición natural de curiosidad, es muy difícil que pueda llegar a ser eficaz en su oficio. El periodista primero debe buscar, observar lo encontrado y, luego, investigar lo observado, analizarlo y tomar nota. Luego debe redactar sobre todo lo acumulado, desarrollando su poder de síntesis».
Lo que dice es compartible, aunque suene un tanto a definición de manual. No quiero decir que no sea útil, sino que subrayo el tono que se puede contraponer a la realidad cotidiana del periodista. Continúa:
«Este sentido natural de la curiosidad por la noticia es el incentivo que lo invita a juzgar el tema. Si el tema es asignado por un jefe, existen otras connotaciones colaterales que deberá juzgar para obtener el mayor caudal informativo posible, debe dar la información en la menor cantidad de palabras y la mayor cantidad de datos posibles. Este es el instrumento más difícil de este oficio. Un instrumento cuyo manejo se adquiere lentamente a través de la práctica constante. Es necesario leer y releer lo escrito pensando en que quien recibe el mensaje debe entenderlo. Muchas veces la soberbia nos impide releer lo escrito». Se percibe el tono que trasmite una libertad muy grande en lo investigativo y en lo informado. Se parece en algo al estudiante de abogacía al que se le enseña a colaborar con el juez en la búsqueda de la verdad…
«La experiencia y los años en la profesión autorizan a un periodista a emitir juicios. Pero si desarrolla el sentido de la crítica, también debe aprender a desarrollar la autocrítica, no sólo de su trabajo, sino también de su oficio». Lo que no dice, y sabrá él por qué, cuáles serán los condicionamientos que también aprenderá con el oficio. Luego hace referencia a algunas características del mundo actual de la información.
«Hoy la información llega con una velocidad increíble a, y desde, cualquier punto del planeta. Casi todas las crisis recientes tienen alguna relación con las nuevas tecnologías de la comunicación y la información. Los mercados financieros no serían tan poderosos, si las órdenes de compra y venta no circularan por las autopistas de la comunicación que Internet ha puesto a su disposición. Esta velocidad genera, por una parte, gran caudal de información, pero por otra el riesgo de que la opinión pública no disponga de tiempo para analizarla, por falta de contextualización».
Parece una ingenuidad, y bien puede serlo, como les sucede a muchos periodistas de las generaciones anteriores, que advierte un riesgo atribuible a un tema técnico; sin embargo, arriesga una crítica. Aunque su escalpelo no llega al hueso, dice: «Existe un exceso de información que no es importante, y falta interpretación de las pocas cosas que realmente son importantes. Existe una invisibilidad, en muchos casos intencionada, del emisor. Ha llegado el momento de que los periodistas hagamos crítica y autocrítica de lo que hemos venido haciendo hasta ahora y separar lo que es la “empresa periodística” o “periodista empresario”, y lo que representa el verdadero ejercicio del periodismo. Hoy no nos asombran los “periodistas” que incursionan en el mundo de la publicidad. Suelen “vendernos” desde un seguro hasta una crema antiarrugas, con lo cual desacredita su profesión, aunque abulte sus bolsillos».
Su crítica es de tono moralista, está planteada desde la ética personal del periodista, la existencia del imperio del concepto lucro, impuesto por la “empresa” periodística, no lo toma en cuenta. Por ello, predica: «El único capital de un periodista es su nombre y su credibilidad. Notamos a diario informaciones que no están bien redactadas y, fundamentalmente en televisión, individuos que al transmitir una información reflejan su total carencia de los mínimos conocimientos culturales que debe tener un periodista. Del mismo modo, los responsables de cada área deben exigir a sus periodistas que las informaciones sean revisadas, chequeadas y corregidas antes de emitirse. Es una obligación hacerlo, ya que en alguna medida están formando la cultura general del pueblo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario