Javier Ortiz comienza a sacar conclusiones sobre el proceso descrito. La importancia de lo que pone en evidencia, aunque no sean datos muy novedosos y mucho ya esté sabido, el orden sistemático de la exposición abre un caudal muy grande para desentrañar un tema muy enmarañado. Esto no es inocente, su complejidad está en razón directa de la dificultad de saber lo más importante sobre ellos. «Esta enorme concentración de las principales fuentes de información conduce necesariamente a una equivalente homologación de los periódicos que se elaboran con ellas. Y, si bien las grandes agencias acostumbran a utilizar un estilo de redacción aséptico, sin valoraciones explícitas ni adjetivaciones, es obvio para cualquier persona avisada que la propia selección de lo que se considera noticia y los aspectos que se resaltan dentro de ella constituyen un filtro condicionante de las valoraciones que cada periodista y cada medio de prensa en concreto, y finalmente cada persona que lee, pueden establecer con relación a los hechos relatados».
Quien haya seguido estas notas recordará que al analizar el concepto de “objetividad” hice notar que en la simple selección de lo que se va a informar y lo que no lo merece hay ya criterios valorativos. Es lo que está diciendo nuestro conferencista. El proceso de filtrado que se lleva a cabo en las pocas agencias internacionales define qué es lo que se puede saber y qué no debe informarse. Esto nos permite comprender por qué pocas agencias de noticias —como TeleSur, en América del Sur, cadena de televisión que promueve la integración latinoamericana y el Caribe, transmitiendo las 24 horas, y Al Jazeera, principal canal de noticias del mundo árabe y uno de los más importantes del mundo—, informan de sucesos que no existen para las grandes agencias.
Sin embargo, se ha dado otro paso que homogeneizan aun más el sistema informativo: «Hoy en día han cobrado gran importancia también los servicios llamados “sindicados”, que son agencias dedicadas a proporcionar, a los periódicos, pequeños artículos de análisis, columnas de opinión y hasta editoriales, por extraño que esto último pueda parecer. Un gran número de periódicos locales se abastecen así hoy en día de opinión homogénea servida desde los grandes centros opinantes».
Por último, Ortiz pasa a revisar el proceso de la concentración de la propiedad, sobre el que ya hemos leído algo: «El proceso global de uniformización de la prensa diaria, y de los medios de comunicación, en general, viene dado por la importante concentración de la propiedad que ésta ha experimentado a partir de los años 70, pero muy especialmente en la década de los 90. En el mundo actual, la tendencia principal, en el terreno de los medios informativos, es la marcada por la constitución y el reforzamiento de los grandes emporios multimedia. Hablo de empresas que publican varios periódicos y revistas, que tienen canales de radio y televisión, productoras y distribuidoras de cine, editoriales de libros y sellos discográficos... Empresas que, en la actualidad, trabajan también en el mundo de la telefonía, de las comunicaciones por satélite, de la informática... Lo más frecuente es que esos poderosísimos tinglados se formen no por expansión del mercado, sino a través de un proceso de concentración de la propiedad previamente existente: las empresas mayores van absorbiendo empresas menores y se fusionan entre sí. Lo cual tiene dos efectos, y ambos extraordinariamente perversos».
El mundo global se ha apoyado en la mercantilización de todo objeto que pasa, necesariamente, por el mercado. Esto ha convertido la información en una mercancía más que, como toda mercancía queda a disposición del “mejor postor”. Dice Ortiz: «De un lado, conduce a la reducción progresiva del pluralismo informativo y de la variedad de líneas de opinión. Estas empresas ponen a nuestra disposición, sin duda, una oferta enorme, pero sólo en cuanto al envoltorio: el contenido ideológico-político final es siempre el mismo. Es el mismo “autor último” el que se encarga de todo: de elaborar productos cultos para el público culto y productos basura para la gran masa; de dar deportes al que quiere deportes y cine al que desea cine... Incluso pueden escenificar un falso pluralismo: nada les impide, por ejemplo, elaborar mercancías de elevada religiosidad y, a la vez, porno duro. El mercado se compone de muy diversos sectores y ellos los van atendiendo uno a uno, sacando provecho de las necesidades de cada cual. Pero sus opciones ideológicas y políticas, explícitas o latentes, son invariablemente las mismas. Este efecto perverso se ve multiplicado por otro: la concentración de la propiedad conduce también inevitablemente a la oficialización de los grandes consorcios de la comunicación».
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